La madriguera de Cris, el refugio donde todo encaja
Lo que era una casa abandonada en Riaño de Ibio (Mazcuerras) hoy es un hogar lleno de vida y encanto, fruto del trabajo, la intuición y la mirada de Cristina Celis y su marido, Marcos
La Madriguera de Cris es más que el nombre de una casa: es el rincón del mundo en el que Cristina Celis (Santander, 1987) ha plasmado quién es, el valor del esfuerzo y la certeza de que, cuando se trabaja con cariño en los detalles, todo termina encajando como un puzle. Una sensibilidad que le viene tanto de su madre como de su abuela, ambas apasionadas de las casas antiguas
En el municipio cántabro de Mazcuerras, Cristina y su marido, Marcos Sánchez, vieron lo que nadie había visto hasta la fecha. Detrás de una fachada ... en ruinas de la que colgaba un cartel de 'Se vende' descolorido por el sol, fueron capaces de imaginar un precioso lugar para vivir. Ella, que creció entre los prados de Riaño de Ibio, no vio pasado sino futuro. «Fue entrar y visualizar la distribución, dónde abrir ventanas, cómo quería los suelos... La casa me arropó», recuerda.
La compraron en plena pandemia, poco después del confinamiento. «Fue como de película», comenta recordando cómo eran aquellas semanas de 2020. Con mascarillas y prisas firmaron lo que sin saberlo sería el proyecto más importante de su vida: su hogar. Lo que vino después fue un proceso lento, manual, profundamente emocional.
«La obra la hicimos todos nosotros, con la ayuda de mi padre, que es carpintero, y de mi cuñado, que es albañil. Día a día, en ratitos libres, íbamos haciendo cositas». Y en el centro, Marcos: «Es todoterreno. Lo mismo te hace electricidad que carpintería. Lo que no sabe, lo busca. Gracias a él tenemos lo que tenemos».
Los intocables
Desde el primer momento, Cristina supo que las vigas principales y las paredes de piedra eran intocables. Solo hacía falta abrir ventanales y pintar los techos de blanco, permitiendo que la luz invadiera todo. Hoy, la casa parece una prolongación natural del paisaje que la rodea. Los tonos tierra, las fibras naturales y la madera marcan el ritmo de un estilo que equilibra lo rústico y lo poético. «Lo que me atrae de los materiales vivos como la piedra, la madera, el lino… es la calidez».
La cocina es, literalmente, encantadora. «Tenía claro que no veía una clásica con armarios con puertas y todo cerrado. Quería tablas y cortinas. Y la verdad, me encanta». Soñó con unirla al comedor, pero un muro de carga le impidió dar ese paso: «Me ha quedado una cocinita muy pequeña, pero es el alma de la casa».
Cristina no sigue tendencias: confía en su intuición la magia aparece donde pone el ojo
Las antigüedades que encuentra en Francia llenan la casa de belleza imperfecta
El comedor resume su filosofía: mezclar sin buscar la perfección. «Cuando tienes una base de tonos cálidos, tierras y madera, todo encaja. No hay que planearlo tanto, la armonía surge». Lo mismo ocurre en los dormitorios. En el principal, el papel floral y los textiles crean una atmósfera tranquila: «Si eliges bien, nunca te cansas de ellos».
En la habitación de Martina, su hija, el mural de animales convierte el espacio en un pequeño bosque: «Quería que fuese un bosque literal. Somos muy amantes de los animales y quería que se sintiera arropada por ellos. Buscaba un papel que no fuese muy infantil, que no se cansara de él y creo que lo conseguí».
Cuando la magia ocurre
Cristina no sigue tendencias ni busca inspiración: «Compro lo que me gusta, lo pongo donde me gusta y se hace la magia». Y la magia aparece con una lámpara antigua, un armario francés, una escalera suspendida del techo con ramas secas... Todo está donde debe. «Las piezas que hay en mi 'madriguera' tienen alma. Ninguna está por estar. Todas me acompañan espero que lo hagan toda la vida».
Su pasión por rescatar objetos antiguos acabó convirtiéndose en oficio. «Llevo cinco años dedicándome a la compra y restauración de piezas francesas». De ahí surgió también la idea de aprovechar el pequeño garaje trasero para crear una exposición de antigüedades. Fue precisamente en ese proceso de búsqueda y restauración cuando nació La Madriguera de Cris en redes sociales. Cristina empezó compartiendo pequeños avances –un suelo recuperado, una lámpara, una pared recién pintada– y, sin quererlo, reunió a cerca de 11.000 seguidores que siguen, comentan y alaban cada imagen que comparte.
El porche
Lo que hoy es una bonita fachada, hace cinco años eran unos muros de piedra sin vida y un balcón sin balaustrada.
La habitación de Martina
Cristina quería que su hija creciera rodeada de naturaleza, incluso dentro de casa.
Coherencia
Todas las estancias de la casa tienen el mismo estilo rústico y poético. Sobre la cama, su perra Pepa.
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Cinco años después, La Madriguera de Cris se ha convertido en mucho más que una vivienda. Es el resultado de un proceso vital: un proyecto hecho con amor, paciencia y fe en los detalles. «A veces pienso que la casa me eligió a mí», comenta con orgullo.
Hoy, entre esas paredes, se percibe algo más que estilo. Se percibe vida. En La Madriguera, el trabajo y el día a día se confunden: Cristina lija una puerta mientras se hornea un pastel y coloca flores secas antes de que llegue una visita. No hay fronteras entre oficio y familia, porque todo nace del mismo impulso de cuidar. La risa de su pequeña, el olor a bizcocho recién hecho, la luz que cambia con las horas... Lo que fue una casa abandonada ahora es un refugio, una madriguera, donde cada cosa cuenta una historia. Y basta cruzar el umbral para entenderlo. El hogar de Cristina, Marcos y Martina no es solo una casa: es una manera de estar en el mundo.
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