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El cerdito de San Antonio

José Manuel Vilabella

Domingo, 30 de diciembre 2018, 17:19

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España tiene tres animales totémicos: El toro, el caballo y el cerdo. A un servidor el toro y el caballo se las trae al pairo. Siento por ellos una olímpica indiferencia pero, ojo, que no me toquen al cerdo. El cerdo es sagrado y aunque lo adoro no me degradaré diciendo ese lugar común de que del cerdo me gustan hasta los andares.

El cerdo al que maltratamos en el lenguaje cotidiano llamándole gorrino, guarro, marrano y al que calificamos de sucio, que es una mentira comúnmente admitida, es una maravillosa bestia al que tengo en la más alta estima y del que me considero admirador y amigo íntimo. No puedo vivir sin sus secretos, sus chacinas, sus muslos, sus orejas.

El cerdo, que es vago por naturaleza, fue el primer animal que domesticó el ser humano. Se presentó un buen día ante las cuevas de los hombres primitivos y se quedó a dormir con ellos. Desde entonces vive de gorra y nadie ha conseguido que diese palo al agua.

Si algún día me convirtiese en zoófilo –dios no lo quiera– no escogería a una vaca, una gallina o una oveja para mis perversiones sexuales. No. Tendría amores con una cerda y juntos, tal vez, seríamos inmensamente felices en nuestra cochiquera. En fin…

El cerdo más famoso del que se tiene noticia era el de San Antonio, animalito al que alimentaban los vecinos porque el santo era un dejado y faltaba a sus obligaciones. El cerdito de San Antonio iba de puerta en puerta, llamaba a sus benefactores con esmerada educación y recibía un higo aquí, una manzana podrida allá y una lechuga acullá. Como era agradecido movía el rabo y gruñía un 'muchas gracias bondadoso caballero'. Daba gusto escucharlo y todo el mundo lo quería.

San Antonio, en cambio, me cae fatal y no le tengo ninguna devoción. Está considerado el patrón de los animales y confianzudamente la gente le llama San Antón. Tenía el santo sueños eróticos, esos sueños que nos gustan tanto a los viejecitos y él, que era un remilgado, se quejaba, sufría, se mesaba los cabellos, no dormía y abandonaba a su cerdo a la caridad pública.

Es menester no confundir a San Antonio abad con San Antonio de Padua. El de Padua presumía de gallego y, según aseguraba mi abuelo don Dositeo, éramos parientes lejanos. San Antonio era muy buena gente y no le conturbaban las señoritas en cueros vivos.

Y es que, como dijo el Guerra, hay gente 'pa to'.

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