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Quizás el mejor ejemplo sean las cajeras de supermercado. Cuando el coronavirus desembarcó en Cantabria, se toparon de sopetón con que su trabajo era ... mucho más necesario de lo que imaginaban. Por sus manos pasaron miles de envases, productos y alimentos que la población se lanzó a comprar en masa y, en ocasiones, como con el papel higiénico, de forma compulsiva. Con la población confinada en sus domicilios, Tuvieron que entregarse para cumplir con su función de servicio básico. Lo hicieron, en muchos casos, con miedo y, sobre todo, al principio, con pocas medidas de seguridad. Los aplausos de las ocho de la tarde, destinados en un principio a los sanitarios que luchaban en primera persona contra los efectos del desconocido virus, también apuntaron hacia ellas. Trece meses después, siguen acudiendo a sus puestos con la misma determinación pero con más desconsuelo. «Está muy bien que seamos esenciales para trabajar, pero también deberíamos serlo para vacunarnos», afirma Beatriz Gómez, que trabaja en el supermercado Lidl de Reinosa.
«Somos, junto con los transportistas que traían las mercancías, los grandes olvidados. No es justo que ahora no se acuerden de nosotros. Igual hay gente que no quiere ponerse la vacuna pero, al menos, que nos den esa opción», explica. Su queja es la de otros tantos colectivos considerados básicos que la estrategia de vacunación –al menos, de momento– ha dejado fuera. Por más que han preguntado al Ministerio de Sanidad, no han obtenido respuesta. Quieren saber por qué no están junto a sanitarios, policías, profesores, militares y bomberos. La respuesta está en manos, explica el Gobierno, de la Ponencia de Vacunas, que integran agrupaciones profesionales y sociedades científicas. Lo que las cajeras, camioneros, agricultores, ganaderos, taxistas, gasolineros, quiosqueros o abogados de oficio desean conocer es por qué les excluyen. La Comisión que aconseja quién debe inmunizarse antes –la aprobación definitiva la otorga Salud Pública, donde están representadas las comunidades autónomas– no explica la razón porque el Ejecutivo central se lo impide. «No es lógico, si te dicen que eres esencial, lo tienes que ser para todo», afirma Patricia González, que atiende a diario en su gasolinera de Santa Olalla, en Molledo. «No hemos dejado ni un solo minuto de estar al pie del cañón. Cuando nos confinaron, no nos dejaron reducir los horarios, ni siquiera hacer un ERTE pese a que el trabajo se redujo muchísimo porque apenas había gente por las carreteras», cuenta. «Ahora seguimos dando el callo, con la ropa llena de manchas blancas por la lejía, las manos peladas por el gel y con la incertidumbre de seguir atendiendo sin saber si el cliente o incluso nosotros tenemos el virus», admite.
Beatriz Gómez | Cajera
Javier Gómez | Camarero
Patricia González | Gasolinera
Los taxistas tampoco han dejado de trabajar durante todo este tiempo, aunque han tenido que repartirse los días al volante. Los únicos servicios que hacían al principio era para llevar a médicos y enfermeras hasta los hospitales y también a los pacientes que no podían desplazarse. «Que tengamos ahora mamparas, algo que no sucedió al principio, cuando escaseaban hasta las mascarillas o los desinfectantes, no puede ser una excusa», afirma Germán Tausía. En febrero hizo quince años que circula con su taxi por las calles de Santander. «Seguimos estando en primera línea. Muchos de los servicios los hacemos con personas mayores, a las que hay que ayudar a subir o bajar y ahí no se pueden guardar las distancias», cuenta. «Además, a medida que se va acercando la hora del toque de queda, especialmente los fines de semana, mucha gente nos utiliza para desplazarse a sus domicilios después de una jornada de fiesta con alguna copa de más. Ahí también tenemos que hacer de policías porque, a la que les quitas el ojo, se bajan o directamente se quitan las mascarillas. Y no es agradable hacer de vigilante», añade.
Los hosteleros también se encuentran entre los agraviados. Durante el confinamiento del año pasado sólo pudieron repartir a domicilio. Ahora atienden en las terrazas. Pese a las mascarillas, la separación entre las mesas y el uso masivo de gel desinfectante, no están exentos de contagiarse. «Lo de la distancia de seguridad aquí es relativa. No somos como los conductores de autobús, que están aislados por mamparas y donde el todo mundo paga con tarjeta», explica Javier Gómez, del restaurante LaLola de Cueto, en Santander. «Para servir, prácticamente tienes que tocar al cliente. Además, manipulas vasos, platos y cubiertos, por lo que no estás libre», recalca. «Lo mejor es que ya están concienciados y, pese a lo que pueda pensarse, son bastante cumplidores con las medidas de seguridad. Pero, aún así, el miedo es libre», continúa. «Nadie quiere llevarse el virus a casa e infectar a los que más quieres. Eso, a veces, se convirtió en paranoia. Mi madre trabaja aquí conmigo, en la cocina. Ella es el motor del restaurante. Imagínate si lo coge. O mi suegro, que está trasplantado», concluye.
Pilar Gómez | Abogada
Álex Arce | Veterinario
Germán Tausía | Taxista
El Boletín Oficial del Estado del 29 de marzo del año pasado estableció los 23 colectivos considerados «esenciales» y que, por tanto, debían seguir abiertos al considerarse que prestaban un servicio de primera necesidad. Los veterinarios, tras unos días en la que acudieron a sus puestos sin siquiera saber si podían, fueron finalmente incluidos. «Nosotros ya sabíamos perfectamente cómo funciona un coronavirus. La semana anterior a que se decretase el primer estado de alarma diagnostiqué uno felino. Y el gato terminó muriendo», explica Álex Arce, que desde hace una década está al frente de la Clínica Veterinaria Miengo, en el municipio del mismo nombre. «El problema es que a nosotros no nos consideran centros sanitarios, aunque lo somos a todos los efectos, por eso se olvidan de nosotros», explica mientras busca una foto de 'Copito', su inseparable gato blanco persa. «Seguimos estando en primera línea, no sé por qué no nos vacunan. El volumen de trabajo y, por extensión, también de cercanía con las personas, ha sido brutal. Al estar más tiempo en casa, muchas le han prestado más atención a sus mascotas. Y también han venido muchos clientes con pacientes afectados por los efectos del covid. Por ejemplo, perros con gastroenteritis porque, al desinfectar calles y plazas, han lamido los productos químicos», añade.
Los abogados del Turno de Oficio tampoco han parado. La justicia gratuita es un derecho ciudadano que obliga a los letrados a atender todos los casos y requerimientos que les llegan los 365 días del año. «Cuando nos desplazamos a un cuartel, por ejemplo, para atender a un detenido, le atendemos manteniendo la distancia de seguridad y el resto de medidas de precaución, pero no nos negamos a asistir a nadie por miedo a que nos contagie», explica Pilar Gómez. «Algunos colegios profesionales han demandado al Consejo General de la Abogacía que se nos incluya en la estrategia de vacunación. No sé, hay muchas personas que están en nuestra misma situación y que igual necesitan estar vacunadas antes», subraya.
Carteros
Enrique Sainz-Pardo es cartero rural en el valle de Iguña y en Anievas. «Entregamos cientos de cartas y paquetes en mano cada semana, estamos en contacto con muchísima gente. Deberían vacunarnos por nuestra seguridad y por la de los clientes», explica desde la oficina de Los Corrales de Buelna, adonde acude en ocasiones para hacer labores de gestión. «El colectivo lo ha pedido, pero nadie nos ha escuchado», añade. Su gremio está considerado esencial desde el principio de la pandemia. «Tomamos todas las precauciones posibles, pedimos el DNI y ponemos 'sin firma' en el recibí, pero aun así es imposible, en ocasiones, respetar las distancias. Además, si uno de nosotros tiene el covid y es asintomático, corre el riesgo de ir expandiendo el virus sin saberlo de casa en casa», afirma. «El trabajo ha crecido exponencialmente y, en ocasiones, es duro. A veces, ni siquiera nos abren la puerta», concluye.
Peluquerías
«Es absurdo, nos permiten ir a cortar el pelo a domicilio pero no nos quieren poner la vacuna», se queja Yolanda Sánchez, que regenta la Peluquería Duo´s en el barrio de El Alisal de Santander. «Por nuestro trabajo, es imposible mantener la distancia de seguridad. Y ni te cuento cuando tenemos que depilar un labio o unas cejas. Es incomprensible la decisión que han tomado», explica. «Las medidas de protección son la mascarilla, los geles desinfectantes y los dos metros que dejamos entre cada sillón. Pero las clientas, a diario, nos preguntan lo mismo: '¿Por qué a vosotras no os vacunan?'», relata.
«Lo que más rabia da es que te consideren esencial sólo para unas cosas. Entiendo que un médico o un policía tengan que ir antes, ¿pero los profesores?», reflexiona. «Nosotras, creo que tenemos muchísimo más riesgo, estamos en contacto de una manera muchísimo más directa», concluye.
Técnicos de telecomunicaciones
«Cuando llegó la pandemia todos nos llamaban porque quería teletrabajar, las averías crecieron y no paramos ni siquiera los festivos», explica Raúl Martín, mientras prepara una instalación en Puente San Miguel. Es técnico de telecomunicaciones, otro de los colectivos esenciales. «Seguimos sin que nos vacunen, pero bueno, no es nuevo, se acuerdan de los de siempre: de los bomberos que felicitaban los cumpleaños, de los sanitarios a los que aplaudían a las ocho de la tarde... Al resto, las cajeras, los camioneros o los repartidores, nos tienen abandonados», relata. «El problema es que nosotros vamos de casa en casa sin inmunizar, con el riesgo que supone», subraya.
Funerarias
Si hay un colectivo que ha estado en primera línea frente al covid, ese ha sido el de las funerarias. Han atendido a los 559 fallecidos contabilizados en Cantabria. «Se ve que ahora, a la hora de vacunarnos, ya no somos tan esenciales», afirma Mariana Veci, que asesora y acompaña a las familias en la funeraria La Montañesa. «Mis compañeros, los que acuden a los hospitales y están en los sepelios, sí que son un colectivo de riesgo. Es sorprendente que no se acuerden de ellos», añade. «Por la oficina viene mucha gente. Lo peor es que, por seguridad, el trato es más frío por la distancia. Ojalá pudiéramos estar más cerca para acompañarlos mejor en estos duros momentos», admite.
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