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Lucía Bueno, una de las encargadas de la panadería El Trigal, de Panusa, en el interior del establecimiento. Alberto Aja
Lucía Bueno | Panadera

«Bromeamos con los clientes, hace falta reírse»

En primera línea ·

Dice que en el local son unas «guasonas» y así mantienen la alegría. También hablan con los vecinos que comparten su preocupación y nos cuentan «cómo están»

Laura Fonquernie

Santander

Miércoles, 15 de abril 2020, 07:05

Los roles han cambiado y algunas de las tareas que hasta hace un mes formaban parte de la rutina y nadie reparaba demasiado en ellas, juegan ahora un papel diferente. Han adquirido otra importancia. Sacar al perro a pasear es el momento perfecto para tomar un poco de aire antes de volver al encierro en casa. Ir al supermercado ya no es algo banal. Es una actividad repleta de medidas de seguridad y sin tantas prisas, porque todo se ha vuelto más tranquilo. Y bajar a la panadería del barrio, esa de toda la vida, es, para quienes viven solos, el único contacto del día. Es decir, la ocasión ideal de intercambiar impresiones, bromear o de desahogarse y decir en voz alta esas preocupaciones que la mayoría de la gente comparte estos días.

La panadera ya no sólo se encarga de atender. También es la persona perfecta con la que charlar y desconectar. Aunque sean un par de minutos. Lucía Bueno, de la panadería El Trigal, de Panusa, en la calle Enseñanza, de Santander, lo sabe por experiencia personal. «La gente tiene ganas de hablar». Consecuencias del encierro. «Te cuentan cómo lo están pasando», explica. Incluso se han convertido en noticia. Como trabajadora de una actividad esencial, la gente «nos pregunta por novedades, por si sabemos algo».

«Aunque sigue viniendo gente, ha bajado el ritmo de trabajo porque estas semanas vendemos casi cien panes menos al día»

negocio

Y si algo hace falta estos días es reír. Por eso tanto ella como su compañera, «que somos muy guasonas», aprovechan la oportunidad para bromear con los clientes. Es momento de mantener el optimismo y el sentido del humor. También, sin perder la gracia ni la sonrisa, «echamos la bronca» a quien olvida alguna de las medidas de seguridad. Esas que ya forman parte del día a día porque, después de un mes, «nos hemos acostumbrado a trabajar así». Cuenta Bueno que, en su caso, la limpieza es «siempre» parte fundamental de su trabajo porque manipulan alimentos. «Es igual», la única diferencia es que ahora, para todo, «usamos guantes» y mascarilla. «Sólo me la quito cuando estoy con el horno porque con ella cuesta mucho respirar. Una vez que ya han atendido a dos o tres clientes, limpian y desinfectan con alcohol todo el material antes de seguir con el resto. Y ellas más aún porque siguen manejando efectivo a diario. «Tenemos cuidado con las monedas, vas con más cautela, pero en general, lo llevamos bien», resume la trabajadora.

«Todo es más calmado»

Aunque las mascarillas y las medidas de protección son ya un elemento más cada vez que se pisa la calle, la situación no deja de ser alarmante y se nota entre quienes visitan a diario la panadería. «Hay gente que viene más tensa». El miedo y la preocupación siguen ahí. En el establecimiento sólo está permitido que entren dos clientes a la vez, pero hay a quien le parece mucho. Como anécdota cuenta que «un día una señora no dejó que entrara nadie hasta que saliera ella y en la puerta mandó apartarse al siguiente».

La cola y el goteo de gente no cesan y las barras de pan siguen entrando y saliendo del horno sin restricciones, pero a otro ritmo porque el trabajo ha bajado. Algo que ha ocurrido en la mayoría de los negocios. Estas semanas el balance no deja de ser negativo, «vendemos casi cien panes menos al día». También ha cambiado el horario: «Abrimos sólo por la mañana», aunque tienen intención de empezar a trabajar un par de horas por las tardes.

«Aquí la limpieza es igual que siempre, pero ahora utilizamos guantes y los lavamos con alcohol cada dos o tres clientes»

día a día

La gente ha pasado de esperar dentro del local a ocupar la calle. Los metros de distancia hacen que las colas parezcan casi interminables, pero no lo son. «Estábamos acostumbradas a tener dentro de la panadería a toda esa gente que ahora espera fuera», explica. ¿Consecuencia? El trabajo es más tranquilo. «Ahora todo es más calmado, vas de uno en uno...», comenta entre risas. También hay que buscar el lado bueno de la situación.

Lucía Bueno comparte casa con su marido y cuatro de sus hijos. «Así que durante los días de confinamiento no tengo tiempo de aburrirme», reconoce. Eso sí, al volver del trabajo, con cuidado, cumple todas las precauciones. Saluda desde la puerta de casa a la familia, en la entrada se quita la ropa y directa a la ducha. «No tenemos miedo al contagio, pero sí andas con más cautela». Los más pequeños de la casa, de 21 y 8 meses, se pasan el día con cantajuegos y actividades infantiles. A los mayores les toca hacer las tareas del colegio por la mañana, todo de manera telemática. «Trabajan con el ordenador, hacen videollamadas con los profesores y les mandan los deberes». Los adultos teletrabajan y los jóvenes asisten a clases por internet. Esa es la realidad de estas semanas.

De momento los niños «aguantan bien la cuarentena. Todavía no se suben por las paredes», dice entre risas. Parece que son quienes mejor lo llevan. En su casa, además de estar entretenidos con juegos y tareas escolares, la panadera tiene otro secreto: «Tener reservas suficientes de gusanitos y galletas», admite. Nada mejor para pasar las largas jornadas de confinamiento que asegurar una despensa llena de caprichos.

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