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Centro de Torrelavega. Los operarios de una constructora empiezan la jornada de mala gana. No por el trabajo en sí, sino por el lugar, un ... viejo edificio que ya les ha jugado alguna mala pasada. Están acostumbrados a lidiar con los peligros de los andamios y la maquinaria, pero no con riesgos metafísicos. Como cada día, las herramientas no aparecen donde las habían dejado la tarde anterior. Una pared recién revocada vuelve a estar desnuda. Los habituales ruidos son cada vez más inquietantes. Ya no quieren trabajar allí.
Los hechos no sucedieron así, pero esta es una recreación libre de la leyenda que recorrió la capital del Besaya durante los años ochenta y noventa, domiciliada en el número 7 de la calle José Posada Herrera. Allí se levanta un edificio que solo conserva unos pocos elementos de su antecesor, cuyo estilo imita como homenaje y recuerdo de aquella modesta y orgullosa construcción de finales del XIX. Y quizá también a sus particulares inquilinos: unos espíritus burlones e inquietantes. Al menos así se manifestaron cuando en los ochenta, durante las obras de reforma se corrió la voz de que allí, durante décadas estuvieron las instalaciones de Muebles Argüello, sucedía algo extraño.
Una vez cerrada la mueblería sus propietarios vendieron un edificio cuyas plantas superiores se distribuían en varias viviendas de alquiler a una empresa que barajaba acondicionarlo para fines académicos, pero el proyecto no salió adelante y el edificio se quedó vacío y sin atención durante década y media.
Pasado ese tiempo, las instalaciones amenazaban ruina y el Ayuntamiento ordenó su rehabilitación, alumbrando sin querer una leyenda urbana. Al parecer, fue en el preciso momento en que comenzaron las obras cuando, quizá molestos por el trajín de los andamios, los supuestos –y paranormales– inquilinos del edificio empezaron a manifestar su presencia. Pronto se corrió la voz de que pasaban cosas raras, en especial entre los operarios.
Siempre según fuentes secundarias, sin ningún un testimonio directo que avale las afirmaciones pero con un permanente eco en la ciudad, se corrió la voz de que en el edificio se podía ver a una mujer vagando sin rumbo y siluetas que recorrían los pasillos. Además, se habrían escuchado llantos de niños y ya era un secreto a voces que las herramientas de los obreros cambiaban pertinazmente de lugar.
La hipótesis del despiste pasó así a la de la broma, pero dio un salto al estadio de la parapsicología cuando un buen día –de nuevo apócrifo– los operarios observaron ojipláticos que parte del trabajo de la jornada anterior estaba de nuevo sin hacer. Como si se hubiera viajado atrás en el tiempo o algún duende burlón se hubiera dedicado a boicotear su labor. AlejandroAmenábar no había rodado aún 'Los otros' en Las Fraguas, porque el argumento parece arrancado de su guión; como si los fantasmas quisieran dejar claro que aquella era su casa o si aquellos niños cuasi albinos se hubieran mudado del Palacio de los Hornillos a la capital del Besaya.
En un contexto que invitaba al desasosiego, comenzó a circular el rumor de que un hombre se había ahorcado allí. También se manejó el rumor de que fue escenario de un crimen. Un vecino autoproclamado espiritista se unió a la fiesta asegurando que, efectivamente, aquel lugar albergaba algo que trascendía a lo humano, como un edificio Dakota en versión montañesa, pero lo único que estaba claro es que muchos años atrás había servido como casa de citas.
Como en cualquier buena leyenda urbana, a nadie se le ocurrió, no se contempló la hipótesis del bulo. Como en cualquier buena leyenda urbana, nadie la cotejó. De los obreros que supuestamente perdían herramientas, veían deshecho su trabajo y oyeron gritar a niños y llorar a mujeres no hay noticia alguna.
Al final las dificultades técnica y económicas que traía consigo la restauración recomendaron cambiar el plan y optar por la demolición de buena parte de la estructura para levantar un nuevo edificio. Y al parecer cuando los viejos muros cayeron heridos de muerte las historias de duendes y fantasmas quedaron enterrados entre los escombros.
Sin embargo, todavía algunos torrelaveguenses y las hemerotecas recuerdan aquella historia. Tal vez, incluso, aquellos espíritus sigan buscando vivienda o incluso hibernen en la misma dirección. Al fin y al cabo esos mismos obreros a los que nadie buscó tampoco han desmentido la historia. Y del mismo modo que hay quien asegura que Florispán sigue viviendo en el Río de la Pila, parece difícil adivinar por qué sus colegas de Torrelavega iban a ser menos.
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