«Este juego es una seña de identidad»
Manuel Ruiz es autor de dos libros sobre las palas y su historia
Las palas son un juego tan típicamente nuestro que nos identifica como comunidad. Es como una seña de identidad y un legado, al igual que ... los bolos o las traineras». Esa es la reflexión de Manuel Ruiz, autor de dos libros sobre este «deporte autóctono». Según continúa, «si alguien va con unas palas –a cualquier parte de España, matiza– la gente sabe de dónde eres. Dicen: 'estos son de Cantabria'. Y eso es por un motivo: en todas las casas suele haber unas palas. Es algo muy nuestro», reitera.
Sin embargo, pese a recibir «un apoyo multitudinario», admite que este juego tiene «poco reconocimiento social». Es por ello que Ruiz se lanzó a publicar un ejemplar en 2015 titulado 'Palas cántabras' en el que abordó el origen de este deporte y la historia de su impulsor, Mariano Pérez. Con una mirada al pasado, este aficionado y jugador detalla cómo surgió esta disciplina.
«A Mariano le gustaba mucho el tenis y en la playa era el único sitio en el que podía jugar. Al principio era en la orilla, con bote, pero cuando sube la marea te quedas sin arena dura. Fue ahí la derivación de un tenis playero a las palas cántabras», explica. Y, de ahí, según detalla, la transición se completó cuando Mariano y su cuadrilla empezaron a utilizar una pala de madera, ya que con la raqueta de tenis si la pelota estaba mojada se acababan rompiendo las hebras.
Tras haber publicado su 'ópera prima', Ruiz lanzó en 2023 un ejemplar titulado 'Sincio de palas', porque se le habían quedado «muchas cosas en el tintero». En su segunda obra, cuya recaudación se destinó a la Asociación Española contra el Cáncer (AECC), se decantó por cómo se ha implementado el uso de las palas en Cantabria, los palistas actuales y en qué playa y por qué se juega.
Cantera e innovación
Dejando a un lado ya el mundo literario, Ruiz se centra en lo meramente deportivo y admite que hay dos tipos de palistas: «los que juegan diez minutos y luego paran, y los que se tiran horas y horas jugando». Pero a los dos les define lo mismo. «Ambos te dirán que llevan jugando a las palas desde siempre, de toda la vida», apunta entre risas. Sobre los primeros, no se detiene mucho porque juegan «para pasar el rato». Pero sobre los segundos destaca que logran un juego «vistoso, intenso y con bastante potencia, en las que las bolas alcanzan los 80 kilómetros por hora».
«Los turistas –aunque también los locales– se quedan sorprendidos de cómo se juega a las palas, porque hay gente de todas las edades», apostilla. En ese sentido, Ruiz, que es maestro de profesión, celebra que en los centros educativos los profesores tilden a las palas como «un deporte autóctono». De esta manera, se crea una «cantera» y, así, esta práctica «no se pierde». «Pero si quieres invitar a los niños, chavales y chicas, tienes que aligerar las palas porque no pueden con ellas», continúa en esta misma línea.
Es decir, Ruiz defiende el modelo que ha ideado Millán Castellano –que se explica en la anterior página–, porque se reduce el peso de las palas. Con el nuevo diseño, matiza, los palistas «han dejado de tener tantas lesiones». «La diferencia de peso se nota mucho. Es que jugando con una pala de 700 gramos se les cae el brazo», afirma.
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