Mil días «sin dormir tranquilos»
Ucranianos. Después de huir de la guerra contra Rusia afrontaron en Cantabria una nueva vida a la que ya están adaptados
Esta semana se han cumplido mil días del estallido de la guerra entre Rusia y Ucrania. Desde aquel 24 de febrero de 2022, miles de ... personas han sufrido y vivido el duro relato del conflicto armado. Muchas de ellas han tenido que huir de su país, dejando atrás su trabajo, familia y ciudad. Ahora, alcanzado ya el millar de mañanas, con sus respectivas noches, siendo éstas «los momentos más duros», los ucranianos refugiados en Cantabria han encontrado en la comunidad un nuevo hogar y refugio ante la guerra. Eso sí, siempre con la mirada constante y diaria a lo que sucede en su país de origen. Durante todo este tiempo, los ucranianos se han ido adaptando e integrando a su nueva vida. Una nueva ciudad, idioma, sociedad y cultura. Muchos elementos, no solo profesionales, sino también personales son a los que se han tenido que enfrentar durante estos casi 33 meses. Una situación compleja y difícil que les ha hecho superarse día a día y luchar también contra sus propios pensamientos. En esta ocasión, El Diario Montañés ha conversado con cuatro exiliados. Cuatro historias diferentes de cómo han huido de su país y se tienen que adaptar a la vida en Cantabria. Una comunidad autónoma que antes de 2022 contaba con unos 900 ucranianos, que tras el comienzo de la guerra alcanzó una cifra aproximada de 4.500 y que, en la actualidad, ronda las 3.200 personas provenientes de ese país.
Según cuenta Snizhana Likhtey, una ucraniana que lleva 14 años en Santander, muchos de sus compatriotas regresaron a su nación natal «por el idioma, la falta de adaptación cultural y las preocupaciones por dejar a su familia en Ucrania». Snizhana, traducido al español como Nieves, que es como la conocen en Santander, señala que está «en contacto permanente» con su familia. «No duerme ninguno y los niños están temblando todo el día», dice Likhtey, quien añade que, tras haber alcanzado el millar de días de guerra, la situación es «todavía incluso peor».
Likhtey subraya que «sufrimos mucho», tanto los que estamos en Santander como los que están en Ucrania, porque «cada día hay más muertos y no sabemos cuándo va a terminar esto». Tal es el sufrimiento, que, admite, «lloramos todos los días». «Me acuerdo mucho de mi familia porque viven en un continuo estrés. Mientras, yo que estoy en Santander, abro las redes sociales y solo veo noticias de ucranianos muertos», añade.
Una situación que ya afecta al lado más personal de cada uno, ya que Likhtey cree que en algún momento tendrá que ir al psicólogo porque es una presión «muy fuerte en la que no aguantas más». «El dolor es mucho, muchísimo», apostilla. El sufrimiento compartido dicen que es menor, o que al menos lo puedes sobrellevar mejor si te sientes arropado. Eso debe pensar Likhtey cuando se reúne con compatriotas y comentan cómo están los familiares de cada uno y cómo ven la progresión de la guerra. «Cuando nos juntamos lloramos, porque cada uno quiere ir a su ciudad y ver a su familia. Llevamos mucho tiempo sin ir a nuestra casa», relata. Cuenta que habla todos los días con su madre, que la llevaba sin ver cinco años porque se le juntó la pandemia del covid con el estallido de la guerra, y lo pasa «especialmente mal» porque hay momentos en los que no le responde por cortes de luz. Momentos en los que «te pones a llorar porque te esperas lo peor», ese lance es «muy duro». «Me ha contado que una bomba cayó en el portal de al lado al que vive ella», añade. Y es que, para Likhtey «vives por suerte», ya que «si no mueres hoy, igual mueres mañana». Pensamiento compartido con lo que a su madre le rondará por la cabeza, ya que le ha comentado que «muchas veces piensa que a ver cuándo me toca». «El futuro es peor aún, esperas buenas noticias pero nada», lamenta. Sin embargo, pese a todo lo que sucede en su país de origen, en Santander Likhtey ha encontrado su refugio y lleva en la ciudad catorce años. Durante ese tiempo, ha trabajado en Slavianka, una tienda de productos típicos de Ucrania y después se hizo cargo, junto a su hermana, de un bar ubicado en la calle Vargas. El negocio, que «va bastante bien», está sirviendo para que, en la actualidad, sus compatriotas tengan «una segunda vida y una oportunidad». «Quiero darles una buena vida porque son refugiadas que han huido de la guerra», dice Likhtey, quien agradece «la paciencia de los clientes porque estas personas no sabían nada de español y las han ayudado mucho con el idioma». «Ahora están totalmente integradas en la ciudad. Les di una oportunidad para empezar de cero y salió bien», celebra emocionada.
«Estamos muy preocupados»
Mientras, Mariya Kurnytska, que llegó a Santander hace más de 20 años y que desde 2007 es la presidenta de Oberig, la asociación de ucranianos en Cantabria, apunta que, tanto sus compatriotas como ella, están «muy preocupados porque sigue habiendo zonas del país en las que bombardean». «Quiero que la gente sepa que la guerra sigue en Ucrania y que buscamos apoyo», dice Kurnytska, quien afirma que «nuestra gente está peleando también para defender a Europa». La presidenta de Oberig indica que desde Cantabria envían dinero, ropa y medicamentos a Ucrania porque «hay que seguir ayudando y luchando».
Todo este trabajo por su país ha contado con una recompensa institucional, ya que Kurnytska recibió en 2023 el reconocimiento del Gobierno de España por todos sus méritos en materia de inclusión y migración, además de por la ayuda ofrecida a sus compatriotas durante la guerra y durante las casi dos décadas que lleva al frente de Oberig.
Testimonios de los protagonistas
Cocinera
Lesia Shkurpat : «Mi cuerpo está en Cantabria, pero mi corazón en Ucrania»
Lesia Shkurpat asegura que, pese a que «mi cuerpo está en Cantabria, mi corazón está en Ucrania». Por ello, duda de si volvería o no a su país natal. «Allí está mi familia, aunque aquí estoy muy bien», reflexiona. Así que opta por ir «poco a poco» y esperar al futuro. Eso sí, no duda en afirmar que en Santander está «cómoda y tranquila». «Me gusta donde estoy», añade con una sonrisa. Shkurpat señala que lleva dos años y medio en la ciudad y que actualmente es cocinera en un bar. «El primer mes fue complicado porque no entendía el idioma, pero he aprendido mucho en este tiempo», dice. Según cuenta, en Ucrania trabajaba como directora de una guardería y era profesora de música y canto, además de organizadora de conciertos. «En mi país estaba muy bien», continúa la refugiada en Santander, quien asegura que ahora está «estresada» por la guerra. «La sigo por el móvil y televisión y creo que el futuro va a ser aún peor», lamenta.
Camarera
Yulilla Belkina: «Si se acabase la guerra, tampoco volvería a mi país»
Yulilla Belkina lleva en Santander dos años y medio y actualmente trabaja de camarera. Asegura que, aunque «se acabase la guerra contra Rusia, tampoco volvería a Ucrania». Ella es de Mariúpol y ahora la localidad está controlada por las tropas de Putin. Ha tomado esta decisión pensando también en su familia, ya que tiene un hijo pequeño, que «habla español y estudia muy bien» y que está totalmente integrado en el país, donde ha asistido a una escuela por primera vez. Belkina señala que en Santander «está cómoda, con trabajo y que se vive bien». «Aquí me dedico a trabajar, cuidar de mi hijo e ir a clases de español para mejorar con el idioma», dice. Atrás queda ya su pasado en su país natal, donde trabajaba en una empresa de suministros relacionados con el agua, luz y gas. Cuando se le pregunta cómo ha cambiado su vida de Ucrania a Cantabria, resopla y esboza una media risa irónica. «Todo es muy diferente, he llorado mucho», subraya.
Costurera
Oksana Voronova: «Mi vida está en Santander y aquí estoy muy bien»
Oksana Voronova es madre de cinco hijos, de los cuales tres nacieron en Ucrania y otros dos ya en Santander. Tanto ella como su familia se encuentran totalmente integrados en la ciudad y no quieren volver a Ucrania porque «parte de nuestra vida está aquí». «Me gusta mucho vivir en Cantabria y es muy peligroso regresar a mi país», asegura. Voronova explica que su primer destino en España fue Barcelona, donde desde Cruz Roja le dijeron que había un programa de refugiados y que habían encontrado un sitio en Santander. De esto han pasado ya 8 años. Trabaja desde hace varios años en una tienda de arreglos y confección, porque en Ucrania era profesora de costura. Sobre la guerra apunta que «los primeros años fueron muy duros y sufrimos mucho». «Lloraba hasta en el trabajo, lo único que queremos es vivir», dice.
Estudiante anónimo
«Si sigue la guerra, volveré para trabajar como médico militar»
Este refugiado prefiere mantenerse en el anonimato porque estuvo en el frente, donde trabajó como médico de campo desde el inicio de la guerra hasta dejar el servicio militar porque sufrió una herida. Tras ello, llegó a Cantabria, en otoño de 2023, y desde entonces continúa en Santander sus estudios de Medicina, un grado que comenzó en su país natal. Según afirma, si para cuando termine la carrera sigue la guerra, «regresaría a Ucrania para trabajar como médico militar en un hospital». Sin embargo, si para entonces el conflicto armado ya ha terminado, «lo más probable es que intente comenzar una carrera laboral en España». «Mi vida ha cambiado mucho porque tuve que abandonar mi universidad, mi trabajo y mis amigos», afirma. Reconoce que le resulta «difícil socializar porque no es fácil hacer nuevos amigos», pero, pese a ello, admite que, «en general», le gusta estar en Santander.
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