Cuando Naruhito viajó a Cantabria
En su desplazamiento a España para asistir a los Juegos Olímpicos pasó por Santillana del Mar, Santander y Comillas | El recién entronizado emperador de Japón hizo una breve e intensa visita en 1992
España vivió un sueño ambivalente en 1992: comenzó acariciando la modernidad -el país era sede de los Juegos y de la 'Expo', y el AVE ... surcaba ya su territorio-, y lo terminó en medio de la recesión, el escándalo político o el desastre del 'Mar Egeo'. 1992 estuvo lleno de hitos que, vistos en perspectiva, parecen revelar el comienzo de algo. Cantabria vivió ese año su coyuntura particular: dimisiones en bloque en el Gobierno, cambios de calendario escolar -sí, también entonces-, fugas de la Provincial, crecidas fluviales, victorias del Teka... Y una visita imperial.
En julio, Naruhito, entonces príncipe y ahora emperador de Japón, visitó Santander, Comillas y Santillana del Mar los días 23 y 24 de julio. Un viaje privado, fugaz e intenso, recoge El Diario Montañés. Naruhito aprovechó al máximo sus poco más de 24 horas en suelo cántabro: visitó las galerías y cúpulas de Altamira, paseó por las calles empedradas de Santillana, comió en El Molino, cenó en El Capricho de Gaudí, se hospedó en el Parador Gil Blas (habitación 222), y recorrió los salones del Palacio de La Magdalena de la mano del entonces rector de la UIMP, Ernest Lluch.
Aterrizó en Santander el día 23 a mediodía en un vuelo procedente de Madrid. En la pista le recibieron las autoridades locales -Juan Hormaechea, Antonio Pallarés o Ángel Duque-, y allí mismo se reveló la dimensión de su séquito: embajadores, cónsules, chambelanes, pajes, miembros de la guardia imperial, responsables de relaciones internacionales, más de treinta periodistas...
«Cuando vinieron los padres de Naruhito, y aún eran príncipes, hice de traductor para la ciudad de Santander»
Tatsuhiko Hattori, japonés residente en santander
Naruhito, de 32 años, despertaba entonces gran interés mediático en Japón, y sus movimientos, sobre todo los que tenían que ver con la búsqueda de pareja, se miraban con lupa. El heredero había emprendido ese julio un viaje por Europa con paradas en Holanda y España. Aquí visitó Sevilla, Córdoba, Madrid, Cantabria y, finalmente, la Barcelona de los Juegos Olímpicos y el 'amigos para siempre'. En la comunidad, Naruhito dejó huella en varios libros de firmas. En las fotos que publicó esos días El Diario se le ve sonriente, vestido con traje y corbata, estrechando manos, parece que riendo con Lluch.
El jueves, Naruhito visitó con rigor marcial Santillana, y consta en las crónicas que se le informó sobre la tradición de tomar leche y bizcocho en la villa. Luego accedió durante cerca de una hora a la cueva de Altamira, un lugar clave de su viaje. Según recuerdan los viejos titulares, el príncipe se animó a visitar Cantabria por recomendación de sus padres, Akihito y Michiko, quienes siendo también herederos al trono, visitaron Altamira y quedaron fascinados con la cueva.
En el séquito que acompañó a Akihito y Michiko en 1973, se incrustó un japonés residente en Santander desde 1967; de hecho, el primer japonés que residió en la ciudad: Tatsuhiko Hattori (Nagoya, 1944), karateca, cinturón negro, dueño de un gimnasio en la calle Alta y embajador involuntario en Santander de todo un imperio. ¿Qué hacía Hattori entre diplomáticos, escoltas y autoridades? Su cometido era traducir e interpretar del japonés al español, armar puentes entre delegaciones.
Recuerda hoy Hattori que Alfonso Fuente, entonces alcalde de Santander, le pidió que fuera el «intérprete de la ciudad» esos días. No lo vivió como trabajo, sino como una «tarea agradable». Tanto es así que no quiso cobrar por ello más que una foto. Y, entre las que le tomaron, logró una muy especial: cuando los emperadores habían embarcado en su avión de vuelta, Michiko volvió a salir de la nave con una petición. Hattori evoca hoy sus palabras: «Quiero despedirme del señor Hattori, dijo la emperatriz, y en ese momento se hizo la foto que tengo en casa». Hattori no duda de que Naruhito y su esposa, Masako, sean dignos del trono del Crisantemo: «Están muy bien formados».
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