«El neoyorquino no confunde no saber hablar el idioma con ser tonto»
Fue un niño inquieto que sufría con la rigidez de su vida en Sevilla y se liberaba cada verano en Liendo. En el pueblo todavía se acuerdan de alguna de sus travesuras de chaval
Luis Rojas Marcos (Sevilla, 1943), ha sido director del Sistema Psiquiátrico Hospitalario Municipal de Nueva York y presidente del Sistema de Hospitales Públicos de la ... ciudad. Se ha dedicado a la investigación, la docencia, la gestión hospitalaria y la escritura: para alguien que suspendía casi todo siendo niño, no está nada mal.
-¿Qué relación mantiene con Cantabria?
-Es una relación familiar y muy positiva. Mi abuela -la madre de mi madre- nació en Liendo, y mi madre también; ella conoció a mi padre, que era de Sevilla, en Madrid. Mis hermanos y yo veraneamos en Liendo prácticamente desde que nacimos; en esa época pasábamos tres meses aquí. El acento era distinto del andaluz, y también el estilo de vida del pueblo: la vida en Sevilla era más estructurada, porque allí iba al colegio y, como otros niños hiperactivos, tenía dificultades. Cuando venía a Liendo todo cambiaba, era una vida sin los conflictos que tenía en Sevilla.
-¿Qué hace cuando está aquí?
-Una vida tranquila, sin obligaciones de trabajo, duermo lo que quiero, hago ejercicio... Lo mío es el jogging: salgo por el pueblo, una vuelta de 25 o 30 minutos y, si tengo energía, subo a Laredo. También salgo a tomar una cerveza, y de esa forma mantengo una vida social con la gente del pueblo, que son encantadores y muchos me conocen de pequeño. Por la noche salimos a cenar con mis amigos y la familia. Todo es muy agradable, no solo por el cambio geográfico: es un mundo donde tengo recuerdos.
«El 11-S, mientras hablaba por teléfono, cayó la primera torre y mató a todos con los que estaba antes»
-Hablando de correr, ¿sigue participando en el maratón de Nueva York?
-Sí. Llevo 23 y este noviembre también correré. Pero tengo que ser sincero: he aprendido que para llegar no hace falta correr las 26 millas. Como corremos tantos -y no te tiran tomates ni huevos-, el último tampoco voy a llegar. Yo soy un vencedor lento: el año pasado terminé en cinco horas y quince minutos.
-¿Por qué se fue a esa ciudad en 1968?
-De niño tenía problemas en el colegio y no aprobaba, así que mis padres estaban preocupados. Como pensaban que no iba a acabar la carrera creyeron que era mejor que estudiara un idioma; con quince años me habían mandado a un pueblecito al Sur de Francia y, después, cuando tenía 19, fui a Londres -allí tocaba la guitarra en un restaurante-. Cuando estaba terminando Medicina en Sevilla, vino un médico de Estados Unidos que se dedicaba a reclutar médicos españoles; nos dijo que podíamos ir allí a hacer la especialidad y que nos arreglaba el examen para trabajar. Yo me apunto, termino la carrera, paso este examen en inglés y me dan un contrato en un hospital de Michigan, pero dos o tres semanas antes de ir me llaman y me dicen que voy a Nueva York. Por eso fui allí, no fue algo que eligiese. Tuve mucha suerte de que me tocase Nueva York, una ciudad donde hay tolerancia al forastero, al extranjero. Para mí tiene mucho valor que esa sociedad me acogiese cuando ni siquiera entendía bien el idioma: el neoyorquino hace ese esfuerzo, y no confunde no saber hablar el idioma con ser tonto.
-Allí le tocó vivir un momento dramático: el 11-S. ¿Cómo cambió a EE UU el atentado?
-Desde entonces ha entrado en la naturaleza del estadounidense el sentimiento de vulnerabilidad que antes no había. Otra cosa que cambió es que ya nadie puede estar seguro al cien por cien de su futuro, de lo que puede pasar.
-¿Cómo le afectó a usted?
-En ese momento yo era responsable del Sistema de Salud y Hospitales Públicos de la ciudad. Ese día estaba en el despacho y me llamó la secretaria para decirme que el alcalde había convocado una reunión en el centro de urgencia porque había chocado un avión. Mi despacho estaba a un kilómetro de las Torres Gemelas y el coche oficial me llevó en cinco minutos; el segundo avión choca cuando yo ya estaba allí, y algo cae en el cristal de atrás. Voy donde nos íbamos a reunir, en una torre que se cae por la tarde, en el piso 23, y cuando subo con mi ayudante nos dicen que no va a haber reunión. Al salir, veo el humo y me encuentro con el delegado de los bomberos, y me dice que vaya a su puesto de mando para ver qué pasa. Cuando empiezo a andar ya veo la barbaridad; oía a la gente caer: los que caían en el techo del hotel Marriott hacían ruido de cristales; los que caían al suelo hacían un ruido distinto. Tuve suerte de salvarme: mi teléfono no funcionaba y me dejaron llamar desde un edificio de al lado. Mientras estoy hablando se cae la primera torre y mata, en ese puesto provisional de bomberos, a todos con los que estaba antes . A las dos o tres semanas, alguien me preguntó: '¿Cómo te sientes?'. Entonces me di cuenta de que se me habían metido esos sonidos y esas imágenes. Lo superé hablando. Claro que me afectó.
-Pero, después de todo eso, sigue siendo capaz de pensar siempre en positivo.
-Si empiezo a pensar que para qué hacer esto, que para qué leer si se te va a olvidar... enseguida lo noto; se me enciende una luz y me digo: 'un momento, por ahí no voy'. Cuando empiezo a pensar de forma pesimista intento de forma consciente distraerme y no seguir por ahí.
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