Noche de patrulla por la capital en plena pandemia
La Sección de Horario Especial de la Policía Local de Santander denuncia botellones y evita aglomeraciones tras el cierre de bares
Cuando en la ciudad ya ha oscurecido y sólo las farolas iluminan las calles, ellos arrancan su jornada de trabajo. El punto de partida es siempre el mismo, la calle Castilla de Santander. Pero, una vez se abre y cruzan la verja de la sede, el itinerario puede ser cualquiera. No hay nada fijo. Son las 20.40 horas del viernes y, aunque todavía no han terminado de prepararse para salir y la noche no ha empezado, a través del walkie-talkie un compañero da la primera alerta: alguien ha llamado ya avisando de un botellón cerca del Gran Casino de Santander. Concretamente en la Alameda de Cacho, junto al auditorio. Así que la primera parada ya tiene un destino. Es el momento de subirse a los coches y arrancar. Trabajan en dos grupos de siete agentes -aunque ayer patrullaron seis- y salen repartidos en dos vehículos. Uno de ellos siempre es un furgón.
«Vamos a empezar la jornada», dice el Oficial Fidel Noriega. Un turno que terminará a las cuatro de la madrugada. La Sección de Horario Especial de la Policía Local de Santander es una rama aparte dentro del cuerpo que está formada por catorce agentes y que se dedica a perseguir los botellones y a actuar allí donde se generan grandes grupos de personas y aglomeraciones. Por ejemplo ahora visitan el entorno de Cañadío cuando llega la hora de cerrar el ocio nocturno, aunque la noche es larga y, sobre todo, una incógnita, y por eso siempre hay tiempo de responder a otras incidencias como peleas.
Al tiempo que la unidad se organizaba, Cantabria había trasladado al presidente del Gobierno central, Pedro Sánchez, la petición para que se decrete un nuevo estado de alarma, movimiento que también hicieron otras comunidades autónomas y que tiene por objeto conseguir «homologar medidas similares en toda España ante la pandemia y tener cobertura legal en las medidas que adoptemos», según señaló el presidente regional, Miguel Ángel Revilla. Una decisión que afectaría directamente a la actividad de los vecinos de la región y, con seguridad, a la actuación de este servicio si además se estableciera, por ejemplo, un toque de queda.
Valto, un pastor alemán de cuatro años y parte de la unidad, intervino en el registro de un local donde hallaron estupefacientes
Eso sí, da igual el tiempo que pase y las medidas que se apliquen, hay una cosa que no cambia: «Salimos a la aventura porque una noche puede ser muy tranquila y otra no dejar de recibir llamadas», continúa Noriega, mientras conduce el furgón rumbo a ese requerimiento por un botellón. Nunca se sabe.
La actividad de este servicio, que lleva ya diez años en activo, se ha ido adaptando a la crisis del coronavirus y conforme avanzaba la pandemia. Ahora, algunas de las restricciones adoptadas para hacer frente a la escalada de contagios y mejorar la situación sanitaria de Cantabria han hecho que aumenten las fiestas en domicilios. Y, por ende, las llamadas. «Sobre todo cuando se cierra el ocio nocturno», reconoce Noriega. A veces también ocurre que esas llamadas terminan en una falsa alarma. «Hay muchas que al final no son nada», pero toca ir a comprobarlo.
Intervención
La primera de la noche del viernes no lo fue. La música y las risas se escuchaban nada más bajar del vehículo. Eran ocho jóvenes sin mascarilla y bebiendo alcohol. Los seis agentes se apearon y, en silencio y repartidos en dos grupos, se acercaron para identificarlos. Ese es el procedimiento. A veces su mera presencia es intimidatoria y suficiente para poner fin a alguna actividad. Pero la idea es intentar que no salgan corriendo. Ya les han visto y lo primero es pedirles el DNI. Aquí las actitudes varían. «Hay chavales muy educados y que responden bien. Y otros, sin embargo, que se encaran más», cuenta José Temiño, uno de los agentes que lleva ya 38 años en la Policía Local de la capital. Allí, el viernes, hubo de todo. La visita terminó con ocho denuncias por consumo de alcohol en la vía pública y por no llevar la mascarilla puesta. No vale ponérsela nada más ver aparecer a la Policía.
«Hay gente que, en cuanto nos ve, cumple las normas, como usar la mascarilla. Yo siempre les recuerdo que el virus no es la Policía y que nadie es inmune»
fidel noriega, oficial
Lo cierto es que botellones siempre ha habido, en eso coinciden los agentes, pero este año llevan añadido un componente sanitario: el riesgo de contagio, de expandir el virus. Y por eso los policías también adoptan esa postura didáctica, para recordar a los más jóvenes que la pandemia no se ha esfumado y el riesgo sigue en la calle porque aquí nadie es inmune. Mientras tanto el sonido del walkie-talkie acompaña en todo momento la conversación dentro del coche. Y, de nuevo, entra el aviso de otra llamada. Los ruidos procedentes de dos garajes donde chavales -independientes, pero ubicadas justo al lado- perturbaban el descanso de los vecinos en la calle Juan José Pérez del Molino. Y la Sección al completo se presentó allí.
Mensaje a los más jóvenes
Mientras unos agentes inspeccionaban los locales el oficial aprovechó para aleccionar a los jóvenes que se encontraban allí. «¿Tienes abuelos? Pues es a ellos a quienes tienes que proteger», les subrayó al ver que el uso de la mascarilla brillaba por su ausencia. «Que la persona que tengas al lado sea tu amigo no quiere decir que no pueda ser asintomático y contagiarte». La situación es complicada. Toca ser responsables y hacer las cosas bien.
A la par que esa conversación tenía lugar en la calle y parecía que todo iba a quedar en una denuncia por la normativa del covid, en el interior del local un agente encontró lo que no esperaban: varias cajas con drogas. También vieron una balanza de precisión para medir las cantidades y bolsitas pequeñas de plástico para distribuirlas. La noche se torció más de lo que parecía en un principio. Como los chavales ya estaban identificados y dada la cantidad hallada, el siguiente paso fue que vaciaran los bolsillos con la idea de localizar al dueño de los estupefacientes.
«Los estupefacientes que requisamos se envían a Sanidad, junto con la denuncia, para que evalúen la sustancia y actúen conforme a ello»
josé temiño, agente
También llamaron al séptimo compañero de la noche que entró en acción minutos después. Fue Valto, un pastor alemán de cuatro años con un olfato infalible. El perro se incorporó a la unidad hace apenas un año y medio y es capaz de identificar sustancias estupefacientes rápidamente. Y así lo hizo durante la noche del viernes. Valto, acompañado de su guía, Javier Seco, se lanzó sobre una caja fuerte que los agentes encontraron en la lonja, pero no pudieron abrir al no encontrar la llave. Y Valto la 'marcó' con la pata nada más llegar. Eso dijeron ellos, pero más bien se abalanzó. Es un compañero al que «se le coge cariño y ya es uno más», reconocía Pedro José Prieto, uno de los agentes que en diciembre cumplirá un año ocupando un puesto en el servicio.
Esta visita, pues, tuvo implicaciones más graves y se tradujo en un joven detenido que fue trasladado directamente a la comisaría en un coche patrulla y que pasará a disposición judicial.
Una noche da para mucho y no fue lo único que se incautó. Un rato antes también denunciaron por tenencia de estupefacientes a unos jóvenes que rondaban los Jardines de Pereda. En este caso se delataron ellos solos. O, más bien, «su lenguaje corporal», contó el oficial que al pasar vio una actitud rara y un comportamiento extraño que le llamó la atención.
Rumbo a Cañadío
El detenido llegó a la sede de la Policía pasada la medianoche. Poco antes de que se acercara la hora de ir a la Plaza Cañadio para asegurar que el cierre de los bares se hacía a la hora y sin incidencias. De camino al centro de Santander Fidel Noriega reconocía que, pese a las actuaciones, estaba siendo «una noche más tranquila de lo habitual» a pesar de que perciben a más gente en la calle que en el mes de octubre del año pasado. Y nada que ver con semanas anteriores, en las que las fiestas en garajes y viviendas superando con creces el límite de diez personas permitido en las reuniones marcaron las salidas diarias de la unidad que trabaja tardes y noches y está disponible las 24 horas del día por si surge un motivo que requiera su presencia.
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Cuando el reloj marcaba casi la una de la mañana, hora de cierre de la hostelería, ya estaba todo preparado. Hasta cinco coches de la Policía Local llegaron de forma escalonada y rodearon la Plaza Cañadio. Y, como hacen siempre, se mantuvieron a la espera de que los hosteleros cumplieran la ley y la gente se comportara como debe, pero no siempre ocurre así y más cuando la gente ha tomado varias copas.
Esta vez la gente se dispersó pronto. «Hoy no parece que haya mucho movimiento, esto no es nada comparado con otras jornadas», admitía Pedro José Prieto. Uno puede no saber bien qué está pasando, pero basta con mirar hacia dónde se mueven los policías y Valto. Este último empezó a ladrar allí donde empezaron a formarse las aglomeraciones, en la cuesta que sube a la calle Santa Lucía. Pasada la una de la mañana, con todo cerrado, es cuando los grupos de amigos piensan qué plan hacer después. La formación de grupos da paso luego a las llamadas por fiestas en viviendas.
10años lleva en activo la Sección de Horario Especial, compuesta por catorce agentes que trabajan en grupos de siete.
22jóvenes fueron denunciados por beber alcohol en la calle entre las 21.00 del viernes y las 02.00 horas de ayer.
De madrugada resulta más complicado hacer entender a la gente que deben dispersarse porque no pueden quedarse en la calle. Hay quien lo entiende, escucha los requerimientos de la Policía y continúa su camino, pero hay otros tantos que no, una situación que mide la paciencia de los agentes. Y tras asegurar que los locales de Cañadio y de calles como Río de la Pila han bajado la persiana y que los alrededores están desalojados, van a una parada fija para los botellones. No suele fallar: el Parque de Mataleñas.
Y, efectivamente, el paseo de los agentes por la zona terminó con 14 denuncias por consumo de alcohol en la vía pública. Ya son casi las dos de la mañana. Valto se va al Palacio de la Magdalena a descansar. Y las patrullas se dirigen a la comisaría para redactar las diligencias correspondientes a la noche. Así terminan la jornada, salvo que llegue otra llamada y tengan que volver a salir.
«Si no recibimos llamadas, vigilamos los sitios donde suele haber botellones»
A menudo, las actuaciones de la Sección de Horario Especial están marcadas por los requerimientos de vecinos que llaman quejándose de determinadas molestias. También por alertas en las que les avisan de una incidencia o por la necesidad de refuerzos en un punto concreto. Pero, si eso no ocurre, ellos tienen otras labores en la agenda, su trabajo no para en toda la noche. Tanto que las horas terminan pareciendo minutos.
Los dos vehículos patrullan la ciudad en todo momento, apenas tienen tiempo de tomar un café. Lo que hacen es visitar todos esos puntos de la ciudad que conocen bien y que tienen marcados en el mapa como lugares favoritos de los jóvenes para la celebración de botellones. Y hay bastantes. ¿Uno de ellos? El Parque Las Carolinas, una finca que, además de ser extensa, cuenta con varias entradas. Son muchos años persiguiendo esta actividad y la unidad conoce muchos recovecos, saben dónde mirar y cómo organizarse para evitar que les vean.
El viernes por la noche esa zona parecía estar tranquila. Al menos no se percibía ningún grupo grande ni alboroto o ruidos de música. Una sorpresa: no había rastro de botellones. Pero sí un par de grupos de jóvenes a quienes se les requisó y denunció por tenencia de estupefacientes.
También registraron el parque infantil y las basuras. Porque cuando ven venir a la Policía, tiran lo que tengan guardado. ¿Qué ocurre con eso? Todas las sustancias que se requisan «se envían a Sanidad, junto con la denuncia para que ellos evalúen de qué se trata y decidan conforme a ello», explicaba José Temiño, agente de la Policía, tras hallar hachís y marihuana en la zona.
Hay otro punto de trabajo. Si no hay llamadas, si la noche está tranquila o ya han revisado los sitios que suelen ser los más conflictivos también organizan «controles de vehículos o de alcoholemia o drogas si la persona presenta sintomatología», comenta Fidel Noriega, oficial de la sección. Siempre hay alguien que termina dando positivo aunque «ha bajado mucho el número en los últimos años», valora Temiño. La gente está cada vez más concienciada sobre los riesgos de beber alcohol y coger el coche.
En cualquier caso, sin importar cómo transcurra la noche, toda actuación que lleven a cabo y que termine en una denuncia o resulte una intervención relevante, se traslada a la centralita. Una llamada para decir el tipo de control, la ubicación y el motivo de la denuncia. «Damos aviso de lo que hacemos para registrar nuestras actuaciones diarias», añade Noriega. Tomar nota de los denunciados y dejar constancia del trabajo. Pero también para tener a disposición de los vecinos un registro de las veces que se ha actuado en el barrio.
Ocurre que la Policía Local debe mediar entre los las quejas que, a veces son excesivas, quienes llaman con razón y los que molestan. Y no siempre es fácil. Como si un portal llama siempre por molestias de una lonja, pero no pueden hacer más que ir cada noche, desalojar el sitio y denunciar.