Objetivo: contener la tercera curva
Sanidad aspira a bajar seis veces la tasa actual del covid antes de que apriete la gripe. El cambio de tendencia de los últimos días complica el objetivo
La teoría sobre cómo contener el avance del covid-19 está requetescrita. Se resume en la regla de las tres 'm' (mascarilla, metros y manos) ... y las tres 'c' (evitar espacios cerrados, concurridos y el contacto cercano). Pero la práctica se encarga cada día de evidenciar las situaciones en las que no se aplica, se olvida e incluso se esquiva. Y sus consecuencias se traducen en esa gráfica picuda que había frenado su ascenso en Cantabria durante las últimas cuatro semanas y que ahora «preocupa» nuevamente. Hasta el punto de que ayer el Gobierno de Cantabria tuvo que lanzar una advertencia a la población, en forma de recomendación de autoconfinamiento domiciliario y de limitación al máximo de la actividad social. El esparcimiento del puente del Pilar ha desatado un pico de más de 450 positivos en sólo cinco días.
Apenas 24 horas antes del cambio de tendencia, el consejero de Sanidad, Miguel Rodríguez, aspiraba a llegar a diciembre con una tasa de incidencia de 20 contagios por cada 100.000 habitantes, al menos seis veces por debajo de la actual, que está en 120 (en el peor momento de la crisis, a finales de marzo, fue de 131), y equiparable a la que registraba la región en la segunda quincena de julio, justo antes de que se iniciara la escalada de contagios estival. El objetivo: minimizar la explosión vírica a la vuelta de la esquina.
Pero en vista del panorama en cualquiera de las comunidades limítrofes, ese deseo se antoja complicado, y más aún tras el avance del virus de las últimas horas. Lo ocurrido en Asturias, que ha pasado de una situación de relativa tranquilidad este verano al retorno a la fase dos, demuestra la habilidad del covid-19 para echar por tierra las proyecciones menos pesimistas (optimista no hay ninguna). También el País Vasco, que venía de una tendencia descendente ha vuelto a experimentar un repunte. Y en Castilla y León, el propio departamento de Sanidad asegura que el «virus está desbocado y fuera de control».
Comparar la incidencia del SARS-CoV-2 en el mapa nacional hace que Cantabria aún respire sin tanto agobio: con una presión hospitalaria baja (son 34 los pacientes ingresados, frente a los 437 acumulados en el pico de la primera curva), un sistema de rastreo que ha permitido identificar (y controlar) los brotes más graves, como los de Santoña, La Inmobiliaria y, ahora, Villacarriedo; y una alta capacidad de hacer pruebas PCR: 8.700 sumaron la semana pasada. Sin embargo, los expertos temen a lo que pueda venir a partir de ahora, llámese segunda ola, continuación de la primera o inicios de la tercera. En todo caso, el periodo de incertidumbre ya va camino de los ocho meses y sin final en el horizonte. Es más, la ansiada carrera por la vacuna anticovid ha sufrido otro revés, con la paralización del ensayo de Johnson & Johnson, que prueba Valdecilla.
El invierno volverá a 'alimentar' al covid, que convivirá con el resto de patógenos causantes de infecciones a priori 'hermanas', como la gripe y el virus respiratorio sincial (VRS). Y esa combinación es la que más inquieta, aunque los epidemiólogos confían en que este año la incidencia del virus influenza sea menor que en temporadas pasadas, como se ha visto en los países del hemisferio sur, que ya han pasado por ella. Y se cuenta también con una mayor protección, fruto de las medidas de seguridad y las restricciones impuestas contra el coronavirus -la distancia social, el uso de mascarillas y los geles hidroalcólicos hacen de barrera frente a todos los gérmenes que entren por nariz, ojos y boca-, al tiempo que se augura una cobertura superior de la campaña de vacunación, recién iniciada.
Al menos así se ha demostrado en la primera semana, con una demanda muy por encima de la de otros otoños: más de 20.000 cántabros se han inmunizado en cuatro días. Lo que indica que hay mayor concienciación y respeto por una enfermedad que el invierno pasado afectó a más de 6.500 personas de la región (contando sólo las diagnosticadas por un médico, puesto que siempre son muchos más las que la pasan), de las cuales al menos 260 fueron hospitalizadas y 14 fallecieron. Todo ello en menos de tres meses.
La coincidencia con la gripe es uno de los factores nuevos que marcará el futuro más inmediato, y que no estuvo presente en el 'tsunami' de marzo. Cuando estalló la pandemia de covid, que obligó a vaciar los hospitales y a suspender cirugías y consultas no urgentes para hacer frente a una demanda que creció de forma vertiginosa -en una semana se pasó de 9 a 146 hospitalizados, y a la siguiente eran 324-, ya apenas había rastro de gripe.
Para entonces, la onda gripal había perdido fuelle, después de marcar su pico máximo a mediados de febrero. Y lo hizo con una tasa de 306 casos por cada 100.000 habitantes, el triple de la que registra ahora el covid en Cantabria y muy por debajo de la que llegó a alcanzar el invierno anterior, cuando fue más intensa (530 casos por cada 100.000).
Su impacto, sin duda, añadiría de cara a final de año, que es cuando se espera, mayor presión en los hospitales, que ahora están lejos de la que aguantaron en la primera oleada. Entonces uno de cada dos diagnosticados acababa hospitalizado (un 50% frente al 3% actual), aunque hay que poner en contexto este dato: sólo se realizaban los test a los pacientes con criterios de ingreso y a los colectivos esenciales, quedando fuera de las estadísticas oficiales el grueso de los afectados (leves y asintomáticos) controlados desde Atención Primaria, que son los que se han podido identificar en la segunda curva al extenderse las pruebas PCR.
A día de hoy, los pacientes covid ocupan apenas un 2,5% del total de camas disponibles en los hospitales públicos, que desde el comienzo de la crisis habilitaron áreas específicas para aislamiento. Aproximadamente están ocupadas la mitad de las camas reservadas para pacientes de coronavirus, siendo mayor la disponibilidad de puestos UCI, donde permanecen ocho pacientes. Cabe recordar que también se atiende en las plantas covid a enfermos que ya han negativizado el virus, pero que aún se recuperan de sus efectos, y a sospechosos de infección, aunque su PCR sea negativa. Todos los centros disponen de camas libres, sin haber tenido que suspender aún cirugías, aunque sí se han potenciado en las últimas semanas las intervenciones que no precisan ingreso. Por si acaso. Donde se empieza a notar una mayor demanda es en los servicios de urgencias, siendo mayor en el área pediátrica.
Los niños suelen ser los primeros que sufren el azote de las infecciones. Primero a cargo del virus respiratorio sincitial (responsable de la epidemia estacional de bronquiolitis) y después de la gripe, entre otros. Abanico al que ha venido a sumarse el covid, que ha tenido una destacada incidencia en la población pediátrica en la segunda mitad del verano.
Si se compara la evolución del virus en los dos momentos más críticos (marzo-abril frente a agosto-septiembre), se aprecia un mayor volumen de contagios en el segundo, aflorado por el aumento de pruebas PCR. En menos de un mes el número de casos activos se multiplicó por 25. Si a mediados de julio apenas llegaban a la treintena los contagiados, cuatro semanas después eran ya más de 800, y esa cifra se duplicó al mes siguiente, llegando al pico de los 1.905 el 2 de octubre. Y en ese tiempo no sólo se ha podido detectar más de un 60% de personas asintomáticas, en quienes el virus no había dado señales y que han sido localizados entre los contactos estrechos de casos confirmados, sino que precisamente esa es la razón de que se haya rebajado la edad media de los afectados, con una mayor presencia en la población por debajo de los 40 años.
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