Ver 21 fotos
Un paseo abrasador a las dos de la tarde
Terrazas llenas, plan de playa y helados comidos a mordiscos: la gente aprovecha la fiesta durante este viernes de fuego en Santander
¡Alerta roja! ¡Riesgo máximo! ¡Noches tropicales! ¡Sol abrasador! ¡Rayos ultravioletas disparados! Ajena a todo ese arsenal de riesgos caloríficos, la gente salió este viernes ... a la calle como cualquier otro día. En realidad, mejor, por la fiesta. Terrazas llenas –con mucho abanico, eso sí–, desfile de personal pertrechado para un largo día de playa, helados comidos a mordiscos para no dar tiempo a que se derritieran y nada que hiciera pensar que no era una jornada de verano al uso.
Hay una cierta tendencia generalizada a la especialización de conocimientos: la crisis económica de la primera década del siglo tuvo, entre otras consecuencias, la de colocarnos un economista en cualquier tertulia y, al lego, un cierto enriquecimiento de vocabulario –prima de riesgo, hombres de negro, etc.–, como para poder meter baza en una conversación sobre el tema en un bar. La pandemia también nos proporcionó unos rudimentos básicos sobre contagios y vacunas, lo justo para que cualquiera fuera capaz de elaborar su propia teoría sobre el origen del covid y, en algunos casos, de conspiraciones. La cuestión meteorológica es un área de conversación que también ha ido ganando peso con el paso de los años: los más mayores recordarán a los primeros 'hombres del tiempo –un concepto que suena a ciencia ficción–, tratando de acertar con la predicción del día siguiente delante de un incomprensible mapa de ondulantes isobaras. Esos cinco minutos de los telediarios se han ido alargando hasta convertirse, casi, en programas aparte, con mapas en rojo, fotos de los telespectadores con los fenómenos atmosféricos más extraños –¡cencelladas! ¡parhelios! ¡rayos globulares!–, y cierta propensión a la alarma. Todo esto para explicar que si antes bastaban unas pocas palabras para contar cómo hacía –malo-muy malo, bueno-muy bueno–, hoy en día resulta insuficiente para describir la situación. Los turbones y galernas mutan en ciclogénesis, explosivas o no; a la gota fría se le dice dana –en realidad, depresión aislada en niveles altos–, y el achicharramiento de verano se convierte en ola de calor, mientras el ciudadano exige exactitud milimétrica y de largo recorrido a los pronósticos de la Aemet. Y a menudo para no hacer caso.
Advertencias
La víspera de este miércoles de fuego llegaron avisos del Ayuntamiento de Santander, del Gobierno de Cantabria y de la Delegación de Gobierno, con consejos más bien básicos –ponerse a la sombra, beber agua, etc.–, pero insistiendo tanto en el peligro que daban ganas de llamar a algun amigo de Murcia para que explicara cómo lograba sobrevivir o, directamente, para despedirnos de él antes de evaporarnos dejando una mancha sobre el asfalto, como en Hiroshima.
«Cuando hay alarma en la Meseta y en Madrid se supone que toda España está igual», reflexiona Fernando Garrido mientras prepara la caña para pescar a la sombra del Centro Botín. En invierno no hay quien pare con las corrientes que hay ahí debajo; este viernes es una bendición. «En el norte somos un oasis climático, sobre todo pegados a la costa, aunque parece que hay un empeño de muchos medios de comunicación de que estamos aquí asándonos, cuando tenía que ser una de nuestras principales bazas para que la gente y el turismo viniera aquí. Poder dormir, poder ir a la playa, no sudar... Eso es».
Tampoco afrontaba el día con excesivo dramatismo Marta Prieto, de paseo con los perros y con su nieta, Martina. «A mí no me parece tan exagerado, porque en realidad hay hasta airecito. ¡Me gusta!: un día de playa y a ver hasta dónde llegan los grados». La chiquilla recuerda que hay que echar la siesta. «Nosotras iremos a la playa, pero vamos a esperar a la tarde. Lo pasaremos bañándonos, y ya está».
No todo el mundo puede pasarlo tan en grande: para que unos disfruten, otros tienen que dar el callo. Que se lo pregunten a Raúl Caldés, vendiendo billetes para la lancha al Puntal dentro de un quiosco minúsculo y a pleno sol. «De momento va bien. Está viniendo bastante gente. A ver cómo van las próximas horas: hace bastante calor». Él y su compañera se consuelan con dos pequeños ventiladores que no paran. «Así estamos algo más fresquitos».
También anda sudando la gota gorda Dani Moscoso, despachando gasolina en Puertochico a coches y barcos. «¡Esto es un día rico de verano, hombre!», exclama. Aunque es dominicano, después de veinte años acá ha perdido resistencia al calor. «Mi truco es estar bebiendo agua y con el 'flis' en la mano», dice, y saca de la nevera un pulverizador que se aplica en la cara.
Pasa por allí Fran Velasco, montado en bicicleta, con casco y camiseta negra. ¿Un suicida? Nada de eso. «Me gusta moverme en bicicleta por Santander. He salido a ver una cosa de la feria del libro, que había una lectura dramatizada sobre Saramago, y ahora estoy paseando por aquí: ya sabía que no me iba a matar a hacer deporte, porque si no me habría vestido de otra forma».
No todos soportan el calor con la misma alegría: al lado, justo en el punto en que recoge pasajeros una lancha de Alsa, están abanicando a una mujer, sentada en un bolardo, indispuesta. Se la acabará llevando una ambulancia.
Plan marítimo es el que tiene el madrileño Juan Fernández Piris, que espera con su zodiac a que llegue su compañero de pesca. «No me parece un día especialmente caluroso: vengo de Madrid, estoy acostumbrado al calor, y además con la playa cerca se soporta muy bien».
Van preparados: «Llevamos agua y cerveza, frutos secos, sandwiches, tortilla, crema, gorra...». Dan ganas de ir con ellos. «A ver si tenemos suerte y pica algo; yo siempre me quedo en la punta, en Punta Rabiosa, que es donde están los peces. Si te metes dentro ya no hay.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión