Los seis dedos de La Fenómeno
Una mujer marginada da nombre a una nueva playa de Santander que no es en absoluto nueva
Muy cerca del Museo Marítimo, allí donde descansa la ballena que apareció en Santoña, de vez en cuando se forma un arenal. Una playa recién nacida, huidiza y esquiva que tan pronto aparece como se diluye en el mar o se queda solo en seis dedos de arena. Tan llamativo es el asunto que los santanderinos y las santanderinas la llaman de La Fenómeno por lo llamativo; sí, precisamente de eso, del fenómeno. Desde luego, una playa que aparece y desaparece, y no precisamente por la marea, se merece una denominación muy fácil de explicar. Una estupenda historia digna de cualquier guía de viajes –solo le falta decir que Hemingway estuvo allí– si no fuera porque no contiene ni una sola verdad.
Pero ni aquella ballena es la de Santoña, ni la playa es estrictamente nueva ni se llama así por un proceso de sedimentación. Por una vez, la leyenda urbana es más prosaica que la historia real. La playa juega al escondite no es como la de la isla de 'Perdidos'. Aquella cambiaba de lugar y esta sencillamente aparece y desaparece por un motivo, además, mucho más prosaico que el de 'Lost': lo hace alimentada por la arena que se pone, repone y escapa periódicamente en Los Peligros y el resto de arenales, de modo que La Fenómeno es nueva solo relativamente, porque siempre se formaron allí arenales esporádicos. De hecho, se la llegó a conocer como la playa de San Martín o San Martín de Bajamar, pero en los últimos tiempos el arenal se ha ganado superficie y estabilidad tras diversas intervenciones y la polémica de los espigones, que a medio hacer incluso ayudaron a que La Fenómeno creciera.
No es en lo único en lo que patina la Universidad de la Vida. Cierto que eso de que aparezca y desaparezca como el Racing por Primera División invita a creer que de ahí le venga el nombre a la playa, pero en realidad tiene bastante más enjundia y algo de mala baba. De hecho, aquí la leyenda urbana opera al revés y la respuesta lógica, racional, coherente y convincente es la errónea. La navaja del viejo Ockham, pero a la inversa.
Lo de La Fenómeno viene de otros tiempos; de una época en la que allí no había ni museo, sino unos tinglados de los astilleros y alguna casuca Una de ellas de una señora coja, según una versión y con seis dedos, según otra. Con alguna deformidad, según todas. Pero lo que está claro es que los niños de la época, que como los niños de todas las épocas lucían la misma sensibilidad que las hienas, la bautizaron como La Fenómeno. Algunos la increpaban y otros le tenían miedo y pasaban corriendo por delante de su casa. Probablemente la pobre mujer solo respondiera a los crueles insultos de los niños, pero de ahí le llegó más fama, y no precisamente la que ella hubiera querido.
Su memoria se ha conservado solo en la tradición oral y en un puñado de párrafos. Benito Madariaga de la Campa, que fue cronista oficial de Santander recordaba en El Diario: «La Fenómeno era una pobre mujer con una huertuca. Cuando nos íbamos a bañar a los Peligros los críos la insultaban porque decían que tenía seis dedos».
También José Luis Casado Soto, José Antonio Sarabia y Víctor Moreno recogen la historia en 'San Martín de Bajamar y el Dique de Gamazo'. (Biblioteca Navalia. Santander, 2000): «Al fondo de alguna vieja foto puede verse el sermiderruido muelle de la Trasatlántica, no lejos del cual estaba la caseta de madera donde vivía su soledad una mujer deforme conocida por la chavalería como La Fenómeno, a quien no perdían oportunidad para hacerle rabiar. La popularidad de este personaje llegó a ser tal que, por lo menos durante dos generaciones, su mote sustituyó al nombre del playazo de San Martín de Bajamar, más conocido por entonces entre la chavalería como Playa de La Fenómeno». Lo dicho: esta vez la historia real es la legendaria.
Poco más se sabe, por no decir nada, de La Fenómeno. Mola imaginarla, de todos modos, escondida en una galería subterránea bajo el Balneario de La Magdalena, manejando con sus seis dedos el timón que dirige la playa, a lo Benjamin Linus raquero en un triángulo de las Bermudas a escala. O firmando el manifiesto contra los diques de La Magdalena; no vaya a ser que la dejen sin playa y su nombre se vuelva a perder en la memoria. Otro asunto es que a ella le gustara ese nombre; tal vez ella, por eso de quitarse de encima el mote, firmara a favor.
A modo de huevo de pascua, la ballena que se exhibe a pocos metros no es la que apareció en Santoña en los años cuarenta del siglo XX, sino que se varó en Santander en 1898, el mismo año en que los supervivientes de la armada volvieron de Cuba cantando.
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