El último menú del día hasta nueva orden
Cantabria ·
La hostelería, que cierra por cuarta vez, clama contra las decisiones y el ambiente se tensa: «Te cogen de los pelos y te llevan al fondo»Aunque en la hostelería no están para supersticiones, ayer fue martes y 13. Coincidió con un día fresco y con mucho aire. De los que ... hacen que la servilleta salga volando y se enfríe el café si uno elige comer en la terraza. Hace poco más de un año nadie hubiera escogido el menú en la calle en un día así. En Oslo, sí. Pero aquí no había costumbre. Pero hace poco más de un año la vida era distinta. Desde este miércoles, nuevamente, no quedará otro remedio. O fuera o en casa. «¿Dónde vas a ir ahora?», le preguntaban desde la barra a un cliente con el segundo plato en una mesa del Malache, junto a El Corte Inglés. Un habitual, de los de comer fuera por trabajo. «Pues a la p... calle». Eso fue el lunes. Este martes, en el último servicio de menú del día en el interior de los locales hasta nueva orden, en los comedores cántabros olía a cabreo y desesperación. «Para que los hijos de los demás estén seguros, tenemos que hipotecar a los nuestros. Se nos está pidiendo demasiado». Eso lo decía Julio Ramírez, propietario del restaurante Santander Veinte.
Un recorrido por cuatro locales y la primera sensación es que hubo poca gente. Incluso para ser un martes. «Desde que hemos vuelto a abrir, en el día a día sí que se nota que está flojo». Sobre todo, en el interior. Eso comentan en los negocios que trabajan el menú. Incluso, que el cliente habitual en este mes que han podido volver a atender dentro ha cambiado. Que es otro. Que se ha perdido mucho. Y eso, pudiendo abrir, aunque fuera únicamente al 33%. Dato real de este en el recorrido por varios puntos de Santander: cuatro mesas en uno a la una y media, sólo una en otro a las dos, esperando a una con reserva para las tres y otras cuatro en el último, pero ya a la hora de servir los postres. Flojo.
La única comunidad de España que cierra el interior de la restauración en los hoteles, incluso para clientes
En los hoteles estaban este martes pendientes del BOC. «Es que no sabemos si este miércoles podemos servir los desayunos a los clientes». Lo que comentaban es que se trata de la única comunidad de España que cierra completamente la restauración de los hoteles, incluso para las personas alojadas (por trabajo, en su mayoría). Este periódico llamó ayer a alojamientos de todas las autonomías para confirmar este dato. Y sí. O abiertos al público en general (con restricciones) o abiertos exclusivamente para los alojados cuando la restauración no puede abrir. Pero ninguno cerrado en su totalidad si el hotel da servicio.
Y en el discurso de los hosteleros, desesperación y un cabreo en aumento. Con situaciones ya en el límite. Carmen Rodríguez se lanzó en septiembre del año pasado a abrir Sasera en La Albericia. Este martes no sabía ni si quiera si este miércoles iba a levantar la persiana para poner sólo la terraza. Corre mucho aire en su espacio. Días como este martes, imposible. O pone protecciones o nada. «Ya he invertido aquí mucho dinero y es invertir otra vez en terraza. Poner toldos, calefacción, ahí donde tengo toda la corriente». No hay pasta. «Sin dar comidas, con cuatro cafés para llevar, no pagas el alquiler». Y el agujero se va haciendo más grande. «Das todo por invertir en algo que quieres, que te gusta... Nos ha sentado de culo. Nos están hundiendo, nos están terminando de hundir y, por más que queremos patalear y salir, que ya lo intentas, te hunden. Te cogen de los pelos y te llevan al fondo. De aquí vivimos cuatro familias y he tenido que prescindir de gente», explica recién salida de la cocina. «Es una auténtica vergüenza porque están arruinando a esta gente», añade un cliente desde el comedor mientras le da al primer plato. Se llama Javier Barquín. «No tienen ni pies ni cabeza estas decisiones. Si no saben lo que hacer, mejor que no hagan nada».
De cliente a cliente. Ernesto Ruiz come con un compañero en La Taberna del Herrero, en Peñacastillo. «Es una faena. Nosotros que estamos por trabajo, tener que comer en la calle con una climatología adversa es complicado. Nos tendremos que adaptar, no queda otra. Y para la hostelería, una faena muy gorda porque vemos otros lugares infestados de gente y ellos, que están trabajando y cumpliendo lo que les dicen... Es una pena».
Por allí anda Ramón López, uno de los socios. Habla de compañeros que no pueden más, de desesperación... Ellos son de los que permanecieron cerrados a cal y canto. Y, pese a las pérdidas, han invertido en carpas y terrazas para mantenerse trabajando. Y ya no tanto, explica, por no perder -que perderán-. Notaron que, sin abrir, la costumbre del cliente habitual estaba cambiando. Que se iba, por rutina, a otro sitio. O sea, que perdían en presente y en futuro.
-Y este martes último día con el interior del local abierto.
-Un último día más. Porque ya van unos cuantos. Y dicen que nos vuelven a cerrar un mes.
«No sabemos a qué atenernos ni cómo planificar un negocio para sacar adelante a las familias. Quiero recalcar que no es ya cuestión de números. Son personas, familias, hijos, que viven de un sector que está completamente famélico». El hostelero pide «que alguien se ponga en nuestro lugar como personas que intentan levantar todos los días una persiana para sacar adelante a sus familias». «Es -añadía López junto a la parrilla del establecimiento- una situación desesperada». «Ya no es cuestión de lanzar un SOS o un mensaje de ayuda. Seguimos invirtiendo dinero en carpas, en echar a andar día tras día un negocio con géneros y, prácticamente de un día para otro, nos vuelven a mandar cerrar. Que alguien se ponga en el lugar de un padre de familia que intenta sacar adelante honestamente y honradamente a su familia. Es de llorar. No sé qué tenemos que hacer. Hay separación, respetamos los aforos, intentamos hacer las cosas tan bien como un centro comercial u otro establecimiento, pero a nosotros nos han puesto como los malos de la película. Lo primero es la salud, no cabe duda. Pero hay muchas maneras de morir. El tema económico llega un momento que también es innegociable».
«De mala gana»
Lo explica con un punto de tensión. El de alguien que lleva mucha preocupación dentro. Y eso se palpa al escuchar también a Julio Ramírez, que ya está haciendo cálculos de plazas, espacios y movimientos para abrir hoy sólo con la terraza el Santander Veinte mientras mira lo que tiene reservado para dentro un rato. «Tiene que venirme ahora». Último día, ¿cómo lo ves? «Pues lo veo mal, como todos los hosteleros. Otra vez a cerrar, a mandar a la gente al ERTE, a parar a los proveedores, a parar la mercancía... Para pagar alquileres, luz y todos los gastos sin ningún tipo de ayuda. Ya está bien de que paguemos todos los platos rotos de la pandemia». Dice que «se podrá resistir según los recursos y gastos que tenga cada uno». Que no hay muchas opciones, «aguantar o aguantar». Y que ellos no pueden hacer nada más que obedecer, «pero de mala gana».
«Tengo una sensación que ya es de tristeza, que pesa muchísimo. Desesperación, te ves desamparado. Es terrible. Otra vez, y hasta cuándo y por qué. Y oyes frases de cargos públicos que no deberían decir porque nos echan toda la carga encima y estadísticamente no puede demostrarse que bares y restaurantes tengan una carga tan grande». Eso dice Marta Roales en El Castellano, la última parada del recorrido del servicio de comidas. Cuenta que desde el fin de semana llevan ya con el runrún con todos los clientes. «Todos los que entran te dicen: '¿Qué? Último día, ¿no? Es el pan nuestro de cada día. Y es terrible».
Se nota en las conversaciones de los que entran y salen. Que si van cuatro veces cerrando, que si «al que tienen que encerrar es a Revilla», que si en la calle está haciendo mucho frío... «Mira, mejor habla tú, que yo me enciendo demasiado», dice una chica sentada a la mesa con su acompañante. Hoy son clientes, pero también hosteleros. De Reinosa. «Hemos aprovechado el día libre para venir a hacer recados y, de paso, comer y ayudar a los compañeros. Esto no hay quien lo soporte». José Antonio Alonso (El Chiringuito de Reinosa) sabe bien que contar sólo con la terraza «con frío, nieve, viento y agua» es «malvivir». «Pero no puedes hacer otra cosa».
Y lo dice en un comedor en el que puede leerse en letras grandes en una pared que «una receta no tiene alma, es el cocinero quien pone alma a la receta». Ese comedor estará ya este miércoles cerrado hasta nueva orden.
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