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José María Díaz acude dos veces a la semana a El Dueso junto a diez voluntarios.
José María Díaz Díaz | Concapellán del Penal de El Dueso

«En la cárcel no hay presos de cuello blanco porque todos son perdedores de la vida»

Convive con los presos y dice que en el penal «hay mucha solidaridad» porque «el dolor aglutina y hace desaparecer las diferencias sociales»

NIEVES BOLADO

Miércoles, 27 de junio 2018, 00:03

Nació en Torrelavega en 1966 y en este municipio realiza su vida pastoral como párroco de Ganzo, Dualez y Torres, además de capellán del Hospital Sierrallana y concapellán del Penal de El Dueso, del que es titular el trinitario Antonio Arteche. Es una persona de gran humanidad, extremadamente humilde y generoso, de esos curas que no quieren que la mano izquierda sepa lo que hace la derecha, pero que ayuda a muchísima gente. Entre ellos a los presos, para los que pide una Justicia «restaurativa» porque, dice, «la punitiva no dignifica ni al delincuente ni a la víctima».

¿Qué hace un capellán en un centro penitenciario?

Humanizar la vida de los reclusos, establecer unos cauces que permitan el diálogo y el desahogo de unas personas sometidas a una vida estresante. También, hacer de puente entre ellos y el exterior, para contribuir a su vuelta a la sociedad, para sensibilizar a los de fuera donde a veces se les recibe de forma muy rígida, incluso en sus propias familias.

¿Y ayudas directas?

También, porque en ocasiones no tienen quien les eche una mano, por ejemplo, para arreglar sus papeles, ni un lugar donde cobijarse cuando salen de permiso porque o no tienen familia o no quieren saber nada de ellos. El acogimiento es una de nuestras principales misiones y de todos los voluntarios implicados.

¿Cómo es recibido un cura en una penitenciaria donde la vida debe ser muy bronca?

Muy bien, sobre todo si te acercas a ellos desde la normalidad, poniéndote en su piel, sin subirte al púlpito, sin dar lecciones, también dispuesto a recibirlas, con humildad. Seguramente algunos nos utilizarán o nos manipularán en su beneficio pero casi siempre somos bien recibidos. Yo diría que en el 90% de las ocasiones somos aceptados como amigos y a veces como confidentes de unas vidas complicadas.

¿Con qué historia se topa cuando llega a la cárcel?

Con una descarnada radiografía de la vida, también de la nuestra: solidaridad, egoísmo, ambiciones, familias desestructuradas, atropellos de la vida... pero no hay maquillaje. Quizás en el exterior disimulemos las cosas con algo de hipocresía pero allí está la crudeza de la parte oscura de la vida en estado químicamente puro.

¿Qué hay detrás de las rejas?

Muchas derrotas, muchas vidas rotas y no siempre por culpa de quienes están detrás de las rejas. Ellos, como todos en la vida, son el resultado de sus familias, de su cuidado o descuidado, de la educación que recibimos, del ambiente socioeconómico y laboral que les ha fustigado casi siempre.

¿Y qué siente cuando ve esas vidas rotas?

En si nosotros, que nos creemos buenos y perfectos, hubiésemos nacido en esas camas y comido en esos pucheros, seguramente tendríamos otro resultado vital. A veces juzgamos a un penado con dureza por sus actos, y es lícito, pero deberíamos preguntarnos qué habríamos hecho nosotros en sus circunstancias.

¿De qué le hablan?

No queremos ahondar en sus biografías, en sus circunstancias -soy extremadamente respetuoso- pero ellos muchas veces ven en nosotros alguien con quien abrirse, y hablan quizás con mayor descarnamiento que con las personas que les son próximas. Y muchas veces también recibimos agradecimiento porque se han sentido ayudados.

¿Hay lugar para los sentimientos en una cárcel?

Le aseguro que hay muchas lágrimas. Más de las que nos podemos hacer idea desde fuera, sobre todo cuando analizan su vida, tanto en lo bueno como en lo malo.

¿Y hay lugar para el arrepentimiento?

Saben que están allí como consecuencia de una acción personal que ha hecho mucho daño a sus víctimas pero otras veces las víctimas son ellos mismos. En muchas ocasiones los verdaderos culpables del mal que hayan podido hacer están fuera, disfrutando de la libertad.

¿Le impresiona algo?

Desde luego. Sobre todo el alto índice de personas con enfermedades mentales que hay en la cárcel, especialmente mayores. También la vida de los extranjeros, completamente desubicados, que están allí después de haber sido muchas veces manipulados por mafias. Y aunque afortunadamente han decrecido, aún hay personas que tienen la doble condena de ser toxicómanos o enfermos de Sida.

¿Y presos de cuello blanco?

Hay pocos de este tipo. Prácticamente todos son perdedores de la vida, pobres, biografías que se han torcido quizás porque nadie les dijo que había un camino recto. En El Dueso yo no he visto 'marios condes', se lo aseguro.

¿Hay estatus 'sociales' dentro de la prisión?

La cárcel tiene sombras pero también luces. En general allí se autoaplican una cura de humildad -ellos y nosotros, los que venimos de fuera-, es un lugar donde se sufre pero tiene también la luz de la solidaridad ¡y no sabe hasta qué punto! Todos los presos forman una especie de Fuenteovejuna que cuando hay que ayudar a un compañero lo hacen sin miramientos personales, se vuelcan. El dolor aglutina y hace desaparecer las escalas sociales.

¿'Odia el delito y compadece al delincuente', que decía Concepción Arenal, o 'Quien la hace, la paga'?

Tenemos que poner en cuestión la justicia punitiva que aparta a un individuo que ha delinquido de la sociedad y lo aparca sin ningún futuro. Soy partidario de la Justicia restaurativa, mediativa. Quien delinque tiene que pagar una culpa pero no sin sentido, solo por el hecho de castigar, y hay que acoger a todos, al infractor y a la víctima. La Justicia punitiva castiga al delincuente, es verdad, pero también olvida a la víctima. Hay que devolver la dignidad a las dos partes.

¿Y cuando salen?

Muchos vienen después para que les casemos o bauticemos a sus hijos. El preso, como todos, quizás se acuerde de Santa Bárbara cuando truena, pero allí, detrás de los muros, hay mucho hambre espiritual.

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