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Las protagonistas del libro, recibieron el tributo de los asistentes en forma de cerrado aplauso, un reconocimiento a su tarea desde su juventud.
Mujeres de Santoña, historia de un pueblo

Mujeres de Santoña, historia de un pueblo

El libro ‘Sobadoras de anchoa’ es un homenaje a una tradición de la villa

mada martínez

Domingo, 25 de diciembre 2016, 11:10

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Frotar rítmicamente un trozo de red contra la carne del bocarte produce un sonido áspero, tosco, humilde. Es el sonido que acompaña a las sobadoras de anchoa en sus jornadas en la fábrica, centenares de filetes pasan a diario por sus manos enguantadas en látex y acaban luego ordenadas en un octavillo, en una pandereta. El leve runrún del sobado fue estruendo el jueves en el Teatro Liceo de Santoña.

Allí se presentó el libro Sobadoras de anchoa. Historias de mujeres de Santoña, un proyecto del colectivo Santoñismo editado por Libros.com. El libro recoge el testimonio de 35 mujeres cuya vida ha estado, de una forma u otra, ligada al mundo de la conserva, a las fábricas y fabriquines, a la anchoa, al pescado, al salazón. Hay historias de sobadoras, fileteadoras, de encargadas de planta, pescaderas, mujeres obreras que han cumplido con la manufactura y, gracias a un contrato social impuesto, con la mayor parte del trabajo en el hogar.

El acto fue pura emoción. El aforo del teatro 400 personas rozó el lleno. Intervinieron Raúl Gil, autor del libro; el fotógrafo Jon Astorquiza; el alcalde de Santoña, Sergio Abascal; el director de la Odeca, Fernando Mier; la directora de Comunicación del Grupo Consorcio, María Aparicio; Clara Sainz, de CaixaBank, y Roberto Pérez, director de la editorial Libros.com. Pero las protagonistas del libro lo fueron también del acto, muchos aplausos fueron para Esperanza, Carminín, Pili, Carmina, Marina, Charo, Puerto, Josefa, Rosa...

Cuca, la mujer extraordinaria

  • En la fábrica. «Si os doy mi nombre completo en el pueblo no me conocen». Celedonia en Santoña es Cuca. Tiene 93 años y la piel brillante, como si estuviera hecha de escamas plateadas.

  • Su vida está atravesada por la fábrica, la casa, las hijas, por la sensación de que su jornal era definitivo en casa, por las carreras para llegar al baile de San Antonio.

  • A los 14 años comenzó a trabajar en Conservas Albo y allí invirtió los siguientes 45. Ha tenido una vida de obrera y delegada sindical, de trabajar con las manos, con los ojos y contra el sueño.

  • Es sábado por la mañana, y antes de lanzarse a la calle a pasear y cumplir con sus recados, Cuca esboza, con frases cortas y detalles cotidianos, capítulos de su vida de mujer extraordinaria.

Crowdfunding

El acto se planteó como una conversación a siete bandas. Cada interviniente explicó su aportación y compromiso con un libro que se sufragó gracias al apoyo de 565, récord para la editorial en su fórmula de crowdfunding.

Todos destacaron el valor memorístico del libro, que retrata el pueblo a partir de un grupo social y económicamente clave. Gil recordó que el relato coral se ha construido a partir de historias muy diferentes, pero que si hubiera que extraer un estribillo este sería: «Yo empecé cuando tenía 12, 13, 14 años».

Todas las mujeres subieron al escenario del Teatro Casino Liceo. Recibieron un gran aplauso. Fue uno de los momentos más emocionantes de la velada. Los organizadores tenían además una sorpresa: el histórico reencuentro, después de 15 años, de una de las míticas murgas de Santoña, Los Vinikis, que salieron a escena para cantarle a las mujeres de su pueblo. Esto les cantaron: «Mujer que has de trabajar / mientras que tu marinero / se encuentra al alba en el puerto/ para salir a la mar. /Mujer que has de trabajar/ como un robot animado/ que no puede estar parado/ para ti es este cantar». Y después aplausos a rabiar.

Sueldos salvadores

Las historias del libro son relatos de vida individuales, pero todos enlazados conforman el relato de un pueblo, de una época. Hay un capítulo dedicado a cuatro comadres, Matilde, Rosi, Pili y Miliuca, en el que confluyen el trabajo en las conserveras y la emigración a Alemania. Dejaban a sus hijos en Santoña y se dedicaban a trabajar, en ciudades como Hannover, en fábricas de lija o limpiando geriátricos. Sus sueldos alemanes salvaban la economía familiar en el pueblo.

Si hay un matrimonio tipo en la Santoña del siglo XX es el que une al pescador y a la mujer de la fábrica. El hombre en la mar, la mujer al pie del cesto y la mesa de sobado. Los pescadores pasaban temporadas, más o menos largas, fuera de casa. En su faena influía tanto el azar que, aún habiéndose esforzado durante semanas en el barco, podían volver a casa sin pesca, sin jornal. Entonces, la nómina de la mujer se volvía imprescindible: era fija, exigua quizá, pero fija. Los sueldos de las obreras de las fábricas han resultado fundamentales para las economías familiares, de ellos han dependido muchos meses el plato en la mesa, el par de zapatos nuevos, el cuaderno para el colegio. 

En el libro confluyen también distintas generaciones de mujeres. Están las que, como Cuca (93 años), vivieron años de humedad y trozos de red para sobar, y radionovela y canciones para afrontar el día. Están las que, como Bea, se han puesto al frente de plantas de fileteado en Chile y Perú. Todas empezaron jóvenes, la mayoría descabezando pescado en las costeras, subidas en un cesto para alcanzar la mesa de trabajo.

Queda escrito en el prólogo del libro: estas mujeres «son las responsables de que las anchoas de Santoña sean conocidas y apreciadas en el mundo entero. Leyendo sus historias aprenderemos a valorar más lo que cuesta hacer un octavillo».

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