«Es un acto de libertad enfrentarte a los conflictos, y hacerlos tuyos, propios»
Con su compañía La Phármaco, recaló la pasada semana en Santander con el espectáculo 'Toná', un ejercicio de reflexión sobre la memoria colectiva y la muerte
Cuando Luz Arcas (Málaga, 1983) viajó a su ciudad natal para visitar a su padre, que había enfermado gravemente, se reencontró en la casa familiar con referencias y recuerdos de la infancia que, de alguna manera, había olvidado. En la casa donde se crió prendió la mecha de 'Toná', una obra sobre la muerte y la memoria que Arcas y su compañía La Phármaco trajeron a Santander la pasada semana, dentro de la programación cultural de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo. La propia experiencia es el punto de partida, pero en 'Toná' la memoria se ensancha hasta lo colectivo, hasta la historia, el imaginario y los contextos compartidos, que a su vez son asuntos que vertebran buena parte de las obras de la coreógrafa y bailarina malagueña.
El germen de 'Toná' se estrenó, casi a modo de improvisación, en el Centro Pompidou Málaga, y después, rearmado en 'Toná' ha girado por Perú y numerosos teatros españoles. En alianza con otras artistas malagueñas, –como Luz Prado, violinista y compositora, o Virginia Rota, fotógrafa que ha trabajado, entre oras cosas, sobre la idea de duelo–, con ellas el proyecto ha ido tomando forma, ha integrado pasodobles, verdiales y otras manifestaciones del folklore malagueño; se ha nutrido con referencias a Trinidad Huertas, una bailaora del siglo XIX que brilló en su época con un espectáculo en el que interpretaba a una torera en plena faena, y a la Virgen del Carmen, patrona de las gentes del mar. En palabras de Arcas, 'Toná' ha sido algo parecido a una catarsis, a una liberación.
Luz Arcas fundó la compañía La Phármaco en 2009. Es Premio El Ojo Crítico de Danza 2015;Premio Lorca a la Mejor Intérprete Femenina de Danza, también en 2015; finalista a la Mejor Intérprete Femenina de Danza en los Premios Max de 2017, y Premio Injuve y Málaga Crea, ambos concedidos en 2009.
Entre sus creaciones figuran 'Kaspar Hauser. El huérfano de Europa' (Teatros del Canal, Festival Otoño a Primavera, 2016); 'Miserere. Cuando la noche llegue se cubrirán con ella' (Teatros del Canal, 2017); 'Una gran emoción política' (2018, Teatro Valle Inclán de Madrid, coproducida por el Centro Dramático Nacional); 'Los hijos más bellos (2018, también coproducida con el Ballet de Víctor Ullate), o 'Dolorosa' (2019, creada para la Compañía Nacional de El Salvador). También es artífice de del proyecto 'Bekristen/Cristianos', una trilogía cuyo primer capítulo, 'La domesticación', se estrenó a finales de 2019 en los Teatros del Canal, en Madrid.
– En 'Toná' le baila a la muerte y a la memoria. ¿Cómo construyó la obra, cuál fue el punto de partida?
– El punto de partida es una anécdota biográfica. Mi padre estuvo enfermo gravemente y eso me llevó a Málaga, a mi tierra. Fue un viaje importante: por un lado por ver a mi padre en ese estado tan frágil, y, por otro, porque fue una especie de regreso a muchas cosas que tenía olvidadas: referencias, recuerdos... Me quedé en su casa y me di cuenta de que necesitaba volver a esos orígenes, al folklore malagueño, y también a muchos símbolos, referencias y elementos que habían formado parte de mi infancia.
Entonces, empecé a construir basándome en ello, y empecé a trabajar con un equipo malagueño para compartir ese imaginario. A partir de esa anécdota vital todo fue creciendo y enriqueciéndose gracias a un proceso creativo que fue muy intenso y en diálogo con ese equipo que me acompaña.
–Esta obra, como ha explicado, también es una forma de reivindicar que la memoria y los espacios colectivos nos dan contexto, que es difícil entendernos sin ellos. ¿Planteó 'Toná' como una forma de resistencia?
– Muchas veces los símbolos, la iconografía e, incluso, los momentos históricos son arrebatados por la versión oficial, la que imponen las instituciones.
Y me da la sensación de que los símbolos son lo que hacemos con ellos. Tenemos derecho a apropiarnos de ellos. En 'Toná' hay, por ejemplo, un baile con una bandera de España. Hay cosas cuyo significado no es estático, las podemos renombrar, las podemos pisotear, podemos revitalizarlas. Es vitalizarlas con todos sus conflictos.
No es en absoluto una necesidad de romantizar y pensar que esa iconografía colectiva nos va a salvar, porque está llena de conflictos, pero es un acto de libertad enfrentarte a los conflictos y hacerlos tuyos, hacerlos propios.
–También tira del hilo de la memoria y de la historia compartidas en la obra sobre María Teresa León, 'Una gran emoción política'. ¿Son conceptos que vertebran, de alguna manera, todo su trabajo?
– Hay muchos puntos de partida, muchas inspiraciones y líneas que se cruzan, pero es cierto que me interesa mucho pensar que el cuerpo está repleto de significado, y que, generalmente, bailar significa más sacar afuera lo que hemos vivido que reinventar.
No se trata tanto de encontrar ideas geniales como de ahondar en el cuerpo, que está lleno de memoria, está lleno de información y de gestos. Como con las palabras, que tienen etimología, los gestos también tienen memoria e historia.
–Coloca el cuerpo en el centro de todo. ¿Cómo trabaja para convertir la fragilidad, la muerte o la memoria en gesto, en movimiento; cómo los traslada al cuerpo?
– Para mí, el trabajo va del interior al exterior; y de sentir y concretar muy claramente las imágenes que está en el punto de partida. Se baila con imaginación, con la memoria, y el cuerpo tiene que empezar a generar gestos y generar coreografías a partir de una concentración interna.
Trabajo mucho con la respiración, con la imaginación, con ese de dentro afuera. Aparecen las dinámicas, las sinergias y poco a poco, de esas necesidades tan profundas, va surgiendo la danza. Y la danza, a su vez, va luego generando otras necesidades de vestuario, de voz, de espacio escénico. Todo es un impulso muy interno.
Para mí, la forma es algo a lo que se aspira, es algo a lo que se llega poco a poco, conquista a conquista, y con una escucha muy grande.
– ¿Cómo integra sus vivencias –como ese viaje de vuelta a Málaga para visitar a su padre– en sus producciones? ¿Hay una voluntad expresa o la obra se va impregnando de ello de forma más natural?
– Me interesa la danza que surge desde la experiencia del mundo del intérprete. Siempre, de manera más o menos consciente, tu vida está ahí.
Hay momentos en 'Toná', por ejemplo, que al verlos el espectador no se va a dar cuenta de que surgen de esa experiencia concreta, porque el arte, luego, supera totalmente la individualidad y la anécdota. Pero sí me resulta importante como intérprete y como creadora estar conectada a lo que te ha pasado. Aunque sea desde el desconocimiento y desde la incomprensión, pero se baila desde la propia vida.
– ¿Cómo está viviendo la compañía este reencuentro progresivo con el público que, con medidas, con distancias, ha regresado a los teatros, a estos espacios compartidos?
– Nosotros hemos tenido medio suerte y desde septiembre estamos en activo. La verdad es que, de repente, esto se vuelve más milagroso. Y es insustituible. Hay otras cosas que se pueden hacer online, como reunirse, pero en la danza es totalmente imposible.
Somos supervivientes, y se han hecho cosas y clases en 'streaming', pero ahora se valora mucho más este encuentro con el público. Hay menos espectadores que se atreven a ir al teatro, pero quienes van lo hacen más entregados, necesitándolo más.
– Fundó La Phármaco en 2009, y ese mismo año ya logró el Premio Injuve. ¿Cómo ha ido creciendo el proyecto?
– La fundé en el año 2009 y creo que hemos tenido un desarrollo, un crecimiento que ha ido poco a poco. La compañía se sostiene y eso ya es un milagro. Estoy contenta porque puedo desarrollar mi trabajo creativo, y eso es la compañía.
Y cada vez hay más público y vamos a más teatros. Es una profesión muy dura, y hay que decirlo, pero a la vez, con mucha dedicación, se va consiguiendo.
– Producciones como 'Chacona', 'Embodying what was hidden', 'La errancia' o 'Habitación con mi alma fuera' se han representado o concebido para museos. ¿Qué les ha llevado a explorar esos espacios de representación alternativos?
– Depende. Hay veces que te llaman y te piden que interacciones con alguna exposición en concreto; o también hay ocasiones en que un festival no convencional te propone hacer una pieza. Y empieza a surgir otro tipo de diálogo con el espectador y con los espacios: porque no es lo mismo bailar en una caja negra que en lugares más espontáneos que tienen otro tipo de contenido.
Y otras veces lo pides. Por ejemplo, hemos hecho un fragmento de la obra 'Toná' en el Museo Arqueológico Nacional de España (Madrid) –bajo el título 'Salve', el fragmento se representó el pasado mes de marzo–. Te apetece experimentar. De alguna manera esa tensión distinta que se genera con el espectador, esa relación es muy diferente; para mí, es muy diferente, muy interesante. Las obras crecen en muchos sentidos y como intérprete es también muy poderoso.
–¿Sería positivo llevar la danza a los colegios, que el alumnado se familiarice con el lenguaje de la danza desde edades más tempranas?
–Aunque no sucede mucho, sería genial que así fuera.
'Toná'
«La experiencia de la vida ya está en las piezas de danza»
'Toná' se estrenó con éxito en el último Festival de Otoño de Madrid. La obra se presentó como un modo de resistir ante «un sistema que destierra y niega la enfermedad, la vejez y la muerte».
Estos meses, La Phármaco está girando con este obra por toda España. Ha pasado por Palencia, por el Festival de Teatro Alternativo de Urones de Castroponce (Valladolid), Santander (se representó en el Teatro Casyc), o Antequera (Málaga), entre otros enclaves.
– ¿Pudo mantener sus rutinas, su forma de crear y pensar tras el estallido de la pandemia?
– Tengo la disciplina de trabajo muy integrada es mi vida y desde hace mucho tiempo. Tengo una hija y ha tenido sus complicaciones, pero en esta profesión estamos ya hechos a las complicaciones. La creación es algo que está desde que me levanto hasta que me acuesto. Me acompañará siempre, eso espero.
– Hace unas semanas participó en la UIMP el escritor y periodista Manuel Jabois. Expuso que aún es pronto para una novela sobre la pandemia, porque está aún demasiado presente. ¿Coincide con esta reflexión? ¿Falta perspectiva para una producción que proponga un relato de la crisis sanitaria?
– Tampoco tengo la necesidad de hablar de eso, no está dentro de mis intereses. La experiencia de la vida ya está en las piezas de danza, pero creo que lo está de otra manera.
'Toná', por ejemplo, es una celebración de la muerte, tiene un toque festivo, y probablemente ahí ya hay algo de todo eso. Yo también he perdido gente durante la pandemia, directa o indirectamente, y todo eso está ahí.
Pero no tengo la necesidad de dar en la clave, ni de hacer la gran síntesis, ni de entender lo que nos ha pasado. Eso estará ahí como signo de los tiempos y como experiencia colectiva, pero tengo que decir que no me preocupa, ni tampoco me interesa demasiado.
– Es decir, que esos temas ya están de forma transversal en sus creaciones, y no piensa en concretarlos o limitarlos a única obra.
– No, no me surge eso.