«Apuesto a que el cine sobrevive»
El joven director cántabro, reconocido por la Academia francesa de Bellas Artes, proyecta rodar una tragicomedia de acción ambientada en la arena política europea
«El tiempo muerto después de ver una película importa tanto como la película, casi la prolonga». El joven cineasta cántabro Carlos Abascal Peiró ha ... escrito y dirigido un documental y cinco cortometrajes con una amplia trayectoria en festivales. Distinguido esta semana por la Academia francesa de Bellas Artes y el Instituto de Francia con el premio François-Victor Noury, prepara ya su primer largometraje. «Las películas te enseñan a hacer películas. Un largo de Fuller o una novela de George V. Higgins son en sí mismas una escuela de cine».
-¿Cuál es su concepto del cine y cómo ha evolucionado en paralelo a su formación?
-Al cine llego a través de la literatura. Siempre me gustó contar cosas, dar la tabarra, hacer que lo trivial sirva para relatar algo monumental. Por eso (y no sé si son los motivos correctos) quise ser periodista. Y quizá por eso tiendo a un cine escrito y muy hablado, de personajes que pelean contra la intriga y, en último término, contra sí mismos. Me fascina el estilo, sin estilo no hay temas. Asumo un interés por la caligrafía y la cámara que tiene algo de ingenuo: me emociono cuando un travelling acelera hacia un personaje. Seguramente voy averiguando que uno es director y espectador al mismo tiempo y no siempre en ese orden, así que me doy cuenta de que ambos no tienen por qué llevarse bien. Yo quería escribir guiones a la Eustache o a la Louis Malle, que idolatro, pero cada vez me gusta más 'Parque Jurásico'.
-El paso, y la ruptura, del periodismo al mundo audiovisual, ¿nace de una vocación oculta, de un fogonazo...?
-Lo vivo como una continuidad casi natural. Siempre me gustó escribir y ahora escribo guiones muy conectados al presente. Siento que para rodar películas hay que leer periódicos, siguen siendo un vivero de conflictos, que es el secreto de cualquier historia. El periodista, como el detective, es un personaje agradecidísimo, porque hace preguntas y agita la trama. Aunque sueño con rodar una de piratas, me gusta que el cine se ocupe del presente, incluso del inmediato, al que por cierto le sobran corsarios.
-La creación es un hecho cercano en su vida (su padre es el poeta y profesor Fernando Abascal). ¿Qué encuentra en el cine como lenguaje y como expresión?
-Mis padres, esa suerte que tengo, me descubrieron novelas, cine y buena música. Freud dimitiría conmigo: no he sabido rebelarme, no tuve excusa. También me dejaron aburrirme, que me parece cada día más necesario: compruebo que lo que me aburría de niño, las librerías o el aguacate, hoy me apasiona. Soy un sociópata de las palabras, pero, paradójicamente, me gustan las películas que nos la quitan. Mis películas favoritas me empujan a la onomatopeya. No soy muy original, es evidente que el cine es un billete ilimitado para estirar la infancia. Hacer cine es hablar en plural y cada vez me gusta más, uno trabaja junto a medio centenar de personas y la ética de un rodaje te recuerda todo el tiempo que sin ellos no eres nada.
-¿Dónde adquiere mayor conciencia de cineasta, en la pantalla o en las escuelas?
-Mi primera formación es teórica. Mis años posteriores en la escuela pública de cine francesa, cuya matrícula costaba doscientos euros anuales, tienen poco de escolares: no había evaluaciones ni docentes, simplemente medios de producción, que es el verdadero privilegio. Así que por suerte nadie me ha explicado nunca cómo rodar y montar un plano. Seguramente porque hay tantas maneras cómo directores.
«El cine es más poderoso que el espectador. En una sala la película continúa aunque nos vayamos»
LAS SALAS
-¿Cree, como Godard, que el cine en el concepto que conocemos hasta ahora, acabará siendo carne de museo?
-A Godard, que tiene buen gatillo para el aforismo, no le compro este. El cine tiene más de carne que de museo. Se pudre, mañana no sabrá como hoy, será otra cosa pero será, y es una suerte. Apuesto a que el cine sobrevive, incluso a Godard.
-¿Qué supone el premio en su camino de futuro?
-Un honor inesperado, un empujón. Quizá al vacío. Estos reconocimientos suponen una deuda tácita: más vale estar a la altura. Tras cinco cortometrajes y un documental, tengo ganas secretas (y modestas) de hacer 'Ben Hur', al menos sobre el papel. Nunca he sabido rodar un corto al uso, con una situación y una unidad espacio-temporal limitada. Así que opté por rodar cortos estirados que lograsen convencer a los productores de que podía hacer largos e involucrar públicos dispares.
-¿Cómo define su vínculo con Santander en cuanto a una educación de la mirada?
-Santander es el mar y a mí el cine me enganchó gracias a las películas de piratas. La Filmoteca es otra escuela. Y mi otro gran vínculo, más metafísico, es el Racing, el club de mi vida, esa épica de club modesto le enseña a uno a encajar decepciones, que abundan cuando te dedicas a hacer películas. No bromeo si digo que esa afición me suministra un motor creativo, un factor de pertenencia y una conversación transversal, daría un brazo por rodar películas que merezcan esa definición. Mi cine favorito es el que te hace sentir parte de algo y casi expide carnet de socio, te descubre una comunidad. De segunda b o de primera, me da lo mismo.
-¿Cómo será su largometraje?
-He convencido a mis queridos productores para rodar una tragicomedia de acción ambientada en la arena política francesa y europea.
-La pandemia ha acelerado el protagonismo de las plataformas. ¿Las salas están condenadas a desaparecer?
-Ojalá convivan. Voy a citar a mi prima: sólo por el paseo de regreso a casa ya merece la pena ir al cine. El tiempo muerto después de ver una película importa tanto como la película, casi la prolonga. Hay algo trágico en acabar una peli y cambiar de canal o cortarse las uñas. Sospecho que nunca ha sido tan importante conservar espacios donde uno pueda cruzarse con otros que quizá no se le parezcan o que piensan distinto: las salas lo son. Hay otra cosa que me interesa, el cine es más poderoso que el espectador, las plataformas no: nos permiten ralentizar, congelar, acelerar. En una sala la película continúa aunque nos vayamos. Hay algo saludable en esa transferencia de autoridad, nos obliga a ser pacientes, no sucede siempre pero a veces el aburrimiento puede prolongar un placer inmenso. Claro que los algoritmos y los home cinemas son reconfortantes, pero su vocación de satisfacción permanente quizá nos aleja de lo desconocido. Y las buenas pelis suelen hacer eso, confrontarnos a lo desconocido.
-Lo híbrido, la crisis de algunos géneros, la metaficción..., ¿quizás es momento de que el cine recobre lo fundacional?
-Sí, es cierto que hay un regreso a un clasicismo narrativo muy evidente en las series, pero también en el largo. Es un regreso no sé ya si del contenido, pero sí de la intriga, lo novelesco (¡impresiona la cantidad de flashbacks del cine actual!) y algo de consciencia histórica, querer mirar alrededor. Lo fundacional no se fue nunca. El cine viene de dos retóricas, los Lumière, una pareja de industriales que filmaron a obreros saliendo de su fábrica, y Meliés, un buscavidas talentoso que acuñó los primeros efectos especiales para adaptar a Verne y arruinarse. Cualquier película, empezando por el vídeo de un bautizo, les sigue debiendo todo. A los tres, por cierto, porque sin los obreros de la fábrica no hay película.
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