José Imhof: «El campo es un escenario increíble para una propuesta artística de calidad»
El Festival Torre de Villaescusa, impulsado por el pianista José Imhof, recibe hoy a Capilla Antiqua de Reinosa
Como una nota de fondo, resonando constante a lo largo de los años. Así, en la mente del pianista José Imhof, fue creciendo el volumen ... de una idea que por fin este verano se ha transformado en realidad. Su casa es el escenario. Su propuesta, el Festival Torre de Villaescusa.
Los rayos del sol de las prístinas tardes campurrianas envuelven «la experiencia». Y esa experiencia es la de escuchar música renacentista, sonidos barrocos y fusión montañesa, en un pajar del siglo XVIII rehabilitado con sus propias manos.
El ciclo comenzó el 5 de julio y se prolongará hasta el 26, con cuatro conciertos. Cada uno de ellos acoge a 120 espectadores. Si bien el espacio podría ampliarse, Imhof prefiere no hacerlo. «Se trata de que la gente esté cómoda». Y ese centenar amplio de sillas naranjas, se ha llenado. Acuden muchos «campurrianos retornados», como los llama. Gente que se ha ido del valle, pero regresa en verano. Pero también, muchos santanderinos, «algo sorprendente» y vecinos de Cervera de Pisuerga, Reinosa...
Si algo tienen en común los invitados a este evento es que destacan cómo el entorno natural realza el valor patrimonial y cultural del proyecto. Otro aspecto que llama la atención es la acústica, cómo la madera y la piedra de los muros proyectan el sonido «de una manera que hasta nosotros estamos sorprendidos», dice el pianista.
Como profesional, intuía que iba a ser así, por las propias condiciones del espacio, similar en dimensiones a una iglesia. «No iba a ser una acústica seca ni difícil para los artistas». En cuanto la violinista María del Mar Jurado sacó su instrumento para el primer ensayo y empezó a pasar las cuerdas por los arcos, constataron que aquello «sonaba increíble».
A esa concepción inicial de darle al privilegiado espacio un uso cultural, nacida hace una década, se le fueron añadiendo otros aspectos en los dos últimos años, cuando se iba convirtiendo en realidad. Por un lado, la idea artística: «vas viendo qué tipo de artista, qué perfil podría ser interesante» y por otro la gestión misma del proyecto, «visualizar todos los puntos que vas a tener que completar para que funcione». Ahí se van añadiendo pestañas; patrocinadores, programación, comunicación, materiales, programas de mano... «Todo lo que rodea la celebración de un concierto, multiplicado por cuatro al ser un festival».
«La gestión cultural se aprende haciéndola», explica Imhof. «Enseguida perciben la fuerza que tiene el proyecto, lo colaborativo que es, el equipo que estamos aquí para levantarlo y cómo se cuidan los detalles», explica. «Aunque vengan al campo son recibidos como en una gran sala de conciertos y lo valoran».
Ese equipo que menciona Imhof ha sido «fundamental, porque esto no lo puede hacer una persona sola, ni dos ni tres». Diseñar la imagen del festival y su página web, gestionar la venta de entradas, las redes sociales, la acomodación del público... Además, en la Torre ofrecen a los asistentes un vino posterior, «que es el momento más divertido, en el que se pone en valor todo lo vivido», dice el promotor. Atender a los invitados en esos momentos es una tarea añadida. Los pianistas están acostumbrados a una profesión solitaria; viajar, llegar, ensayar, tocar y regresar, suelen ser acciones individuales. En este festival, estar bien rodeado es clave para el éxito de cada jornada. «Es una satisfacción enorme saber que puedes contar con un montón de personas que tienes alrededor dejándose la piel por pelear por el proyecto igual que yo. Me fascina lo que estamos descubriendo», defiende.
¿Cuál era el objetivo al materializar esta aventura? «Es una buena pregunta que yo mismo me hago a veces», reconoce el intérprete. «Es un deseo de revitalizar este lugar que amo tantísimo, que es esta casa, tan especial para mí, y darle un significado acorde de nuevo a su a fundación». Las casonas como la Torre de Villaescusa, se construían con sus dimensiones para alojar a familias numerosas, a las ganaderías que les daban sustento y por tanto, su arquitectura incluye establos, pajares, horneras para el pan... «Uno ya no necesita tanta casa para vivir», dice Imhof, que instaló aquí su escuela de piano tras la pandemia y a quien «la propia belleza del espacio» le hacía intuir «que era un lugar con una proyección muy fuerte para diseñar algo que en España no es muy habitual, pero en otros puntos de Europa sí». Así, pone como ejemplo la mayor parte de castillos franceses que se dedican a celebrar eventos de este tipo. «¿Qué tiene de distinto este lugar del valle del Loira?».
La respuesta del público ha demostrado que no se equivocaba. El festival continuará en ediciones sucesivas e Imhof se lleva «un gran aprendizaje en gestión cultural, en programación artística» y la constatación de que «el campo no es un lugar al que volver solamente a pasar los fines de semana como segunda residencia». Y añade: «Te puede proporcionar un escenario increíble para llevar una propuesta artística de calidad y que los habitantes de la comarca se benefician de ello».
La sensación de afinar y entonar en un pajar por primera vez
El éxito es un hecho: tras el primer concierto, las entradas online de las citas sucesivas se agotaron en cuestión de días. Tan solo queda ya el diez por ciento que se pondrá a la venta en taquilla en los dos últimos conciertos. Dos citas en las que actuará, esta tarde, Capilla Antiqua de Reinosa, un coro compuesto por más de veinte voces mixtas de las comarcas campurrianas y como cierre, el próximo sábado, el dúo Casapalma, «prestidigitadores» que combinan la tradición cántabra con sonidos contemporáneos.
Como artista, viendo lo que necesita, «las condiciones que me hacen sentir cómodo» y también las que no, Imhof cuida al máximo detalles «que tú agradeces cuando los encuentras». Un espacio íntimo donde ensayar en soledad, sin interrupciones, un horario que se cumple… Los intérpretes llegan con curiosidad. «Saben que no vienen a una sala de conciertos al uso». La mayoría nunca habrá hecho sonar sus instrumentos en un pajar medieval reconvertido.
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