NOÉ HUBIESE DIMITIDO
'Las aventuras del Doctor Dolittle' | Dirección: Stephen Gaghan; Género: fantasía-acción; Salas: Cinesa y Peñacastillo
Guillermo Balbona
Santander
Lunes, 27 de enero 2020, 09:51
En su condición de zoo parlanchín y hacinado, no tiene competencia. En su vocación de película con deseos de entretenimiento se postula como un arca ... escapada de Piratas del Caribe y un actor que se equivocó de travesía. De haber estado Noé, por experiencia, hubiese dimitido. Pesada y desbordante, reiterativa y agresiva en su acumulación de planos, el montaje –al parecer más de una vez retocado–, es como una lección de errores. Si exceptuamos un preludio de animación, elegante y conciso, 'Las aventuras del Dr. Dolittle' es un pastiche muy bestia, donde los animales digitales son más humanos que algunos actores.
El filme de Stephen Gaghan pretende inocular la aventura por acumulación, con planos solapados, cortos, dejándose por el camino el ritmo y ese resquicio en el que el espectador acaba poniendo el ojo como si formara parte de lo que le están contando. Por el contrario, domina lo abigarrado, el exceso y un excelente actor como Robert Downey Jr., mil veces reinventado y que supo hacer de Charlot mejor que Chaplin, se mueve aquí como pez fuera del agua o pulpo en un garaje, por seguir en el reino animal.
La tercera incursión en el personaje basado en los cuentos de Hugh Lofting, ese doctor capaz de hablar con todo tipo de bichos y criaturas, el filme describe básicamente una aventura redentora y de urgencia que cure el mal del amor, el único para el cual no hay receta. Este colorista, barroco y disperso Cabárceno con muchas patas se queda en lo aparente,y la manada de ordenador se retuerce en su suerte y se suceden los chistes que dan grima.
El retrato coral es tan agresivo como vacío, hasta el punto que 'Cats' parece, a su lado, una obra exquisita. Los chistes, gracias y gansadas, en este caso literal, rozan lo patético y la estrella, también productor, acapara la pantalla como si se hubiese tomado alguna sustancia opiácea y realmente hablara con los animales. Con los espectadores, desde luego que no. Gaghan intenta que cada criatura tenga su espacio y lo único que logra es caer en la reiteración y lo cansino, como sucede con la pareja oso polar-avestruz que hubiese funcionado ajena a esa inane parafernalia que se monta el cineasta de 'Syriana' y, quién lo diría, guionista de 'Traffic'.
El filme es incapaz de mirar más allá de su propia acumulación pretenciosa y sin definición, por lo que poco a poco se va haciendo más bobalicón y absurdamente juguetón. Las buenas ideas (el ajedrez de ratones, la pecera con pulpo, el insecto palo chivato…) se presentan con desgana, sin ninguna magia. Pero lo peor es que el cineasta (es de suponer que siempre en manos del actor) no ha sabido en ningún momento encontrar el tono. Esa mezcla de cuento animado por ordenador, fantasía huérfana de musical y aventura con despistes nunca cuaja. El filme híbrido se asemeja a un animal monstruo sin identidad. El arca naufraga más que el 'Titanic', y el cine presenta su credencial de especie en peligro de extinción.
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