Una escritora universal
Hoy se cumplen 150 años del nacimiento de Concha Espina en la calle Méndez Nuñez de Santander
Cristina Fernández Gallo
Santander
Lunes, 15 de abril 2019, 07:56
El 15 de abril de 1869, hace exactamente 150 años, nacía Concha Espina y Tagle en Santander, en la calle Méndez Núñez, desde donde ... pronto comenzaría a contemplar el mar que siempre estuvo presente en su memoria y en sus obras. Desde muy pequeña se inició en su afición a la poesía, una afición que sería el germen de sus primeras lecturas y también de la publicación de sus primeros poemas en la prensa santanderina.
Su biografía, como la de todos los escritores, cobra interés al recordar y leer su obra. Pero conviene destacar que se traslada en su juventud junto a su familia a su casa materna en Mazcuerras, la que será la Luzmela de sus novelas, y que allí se casa con Ramón de la Serna y Cueto, de cuyo matrimonio nacerán cinco hijos. Separada de este, se traslada a Madrid con el objetivo de ver publicada, en 1909, 'La niña de Luzmela', su primera novela, que supondrá el comienzo de una carrera literaria que le permita -y es la primera mujer en España que lo logra- vivir con su familia gracias únicamente a su trabajo como escritora. Y conviene destacarlo porque tanto Santander, Luzmela y su entorno, Madrid y todos los lugares que visitó y en los que residió temporalmente, en España, Europa y América -adonde recordemos que viajó a en tres ocasiones, la primera tras su viaje de novios, por razones familiares, y las otras dos como escritora reconocidísima y profesora visitante en prestigiosas universidades- como especialmente sus gentes y sus costumbres, fueron su fuente de inspiración y dejaron su huella en sus obras («autodidacta por necesidad, aprendí de la vida más que en los libros»).
La autora de 'El metal de los muertos', quizás la primera novela social de España, regresará a Cantabria todos los veranos («ella me enseñó las profundas inquietudes de su mar impetuoso, los altos amores de sus cimas de nieve»), casi siempre a su casa de Luzmela, también a Comillas y a Loredo, a la casa de su hijo Luis de la Serna. Y desde Madrid continuará enviando sus crónicas a la prensa santanderina. La nostalgia de su tierra y su deseo de regresar a ella cada verano perduran vivos en sus novelas («y aquí estoy otra vez en mis playas, en mis praderas, en tus brazos, Montaña de Santander... ¡Cantabria mía!») aunque siempre se sintió bien acogida en Madrid, en donde pronto estableció una tertulia semanal en la que participaban los personajes más destacados de la literatura, la cultura y la política de la época, entre los que puede citarse a Ramón y Cajal o García Lorca.
La consecución del premio Fastenrath con 'La esfinge maragata', del Espinosa y Cortina con 'El jayón', del Castillo Chirel con 'Tierras del Aquilón' y del premio Nacional de Literatura con 'Altar Mayor', otorgados por la Real Academia de la Lengua, no fue motivo suficiente para lograr su pertenencia a dicha institución, a la que las mujeres parecían tener entonces el acceso prohibido («Ni doña Emilia, ni Blanca de los Rios, ni yo»), a pesar de las reiteradas solicitudes, entre las que cabe destacar la de José María de Cossío en 1948, después de su ingreso en la misma. Tampoco se hizo realidad la concesión del premio Nobel de Literatura, apoyada por distintos países de habla hispana, conocedores y admiradores de sus obras, unas veces modelos de estudio para hispanistas, otras traducidas a muchísimos idiomas, llevadas al cine, o, como en el caso de 'El jayón', convertida en libreto de ópera italiana, estrenada en Rio de Janeiro. Sus novelas, y también sus poemas, obras de teatro, crónicas o biografías recibieron excelentes críticas fuera de su Cantabria natal. Su residencia habitual en Madrid, y su «pronta disposición para el viaje» -de otro modo quizás su obra habría quedado, aislada geográfica y metafóricamente, entre sus montañas y su mar- la convierten en una escritora moderna y cosmopolita. Su compromiso, sin embargo, con el recuerdo de su tierra, se refleja con frecuencia entre sus líneas («Yo he sabido lo que nadie sabe de ti, y con la esencia animadora de mi arte daré la vida a este hallazgo en libros que duren, que vibren y anden en honor tuyo»).
Es su obra, sin duda, la que nos interesa hoy, porque como ella misma afirmó: «La vida de un escritor hay que buscarla en sus obras». La lectura de las mismas, no autobiográficas, aunque sí bellamente cargadas de experiencias vividas y recreadas («la vida es la auténtica musa de este libro», escribió Enrique Menéndez Pelayo en el prólogo a 'Mis flores', primer libro de poemas de Concha Espina), permite al lector contemplar la elección predominante de sus protagonistas: mujeres inmersas en una sociedad que no les permite avanzar. Concha Espina reclama atención ante sus desvelos, sus carencias y su necesidad de participar activamente en una sociedad que solo valora su presencia como esposa y madre: asoma a sus páginas la evidente necesidad de evolución social reivindicada a partir de ellas, porque, como dijo José del Río Sainz, «sabe mirar a lo universal y a lo minúsculo». Acercarnos hoy a las novelas de Concha Espina supone disfrutar con el surrealista retrato de Talín, con la incomprensión familiar a Dulce Nombre -en el entorno de Luzmela-, con la pérdida de libertad de Mariflor en 'La esfinge maragata', con Soledad en 'La rosa de los vientos', con Sirena en 'Un valle en el mar' -en los pueblos del lado sur de nuestra bahía- o con Aurora en 'La virgen prudente' -en el ambiente universitario madrileño-, entre muchas otras. Todas demandan un feminismo que su creadora pensó que debía ser humanismo («Las mujeres podemos y tenemos derecho a subir hasta las gradas donde se sientan los hombres»). Y son solo algunos de los personajes que brotan de la pluma de una escritora que cronológicamente pertenece a la edad de plata de nuestra literatura, pero que participa del Naturalismo, del Realismo, del Regionalismo o del Modernismo, con una prosa de excelente corrección idiomática -a veces considerada ampulosa, pero siempre vibrante y dotada de una bagaje lingüístico vastísimo, entre la expresión culta, la popular, los neologismos, las voces dialectales y el argot propio de sus personajes- y unos argumentos capaces de atraer a distintos tipos de lectores, que disfrutarán las obras de una escritora admiradora de Pereda, Marcelino y Enrique Menéndez Pelayo, Benavente, los Álvarez Quintero, Amós de Escalante... y cuyo estilo es quizás el de su alter ego Elena Rosal en 'La carpeta gris', denominado realismo ilusorio: «Si la humanidad no es exactamente como tú la has visto, debería serlo: elevaste a tus personajes por encima de la triste vulgaridad, y cada uno de ellos lleva una parte de tu espíritu, y cada uno es portador de tu ideal y tu pasión».
Celebrar los ciento cincuenta años de su nacimiento mediante la lectura de algunas de las páginas de quien, en palabras de Gerardo Diego, fue «la escritora, el escritor, más cantábrico que darse pueda, y a la vez una gran escritora española y universal» es hoy más fácil gracias a las reediciones recientes y próximas. Son las obras de una escritora que dedicó una de sus últimas novelas, 'Un valle en el mar', «a Santander, la tierra y el mar de mi juventud, de todo corazón».
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