De lectores y sombreros
Un paseo por la Feria del Libro Viejo de Santander, dirigida por Paco Roales, que se adentra en su último fin de semana
Decía Sergio Leone que Clint Eastwood solo tenía dos expresiones: con sombrero y sin sombrero. Aunque tal vez se le quedara en el tintero que el sombrero, por sí mismo, puede ser un objeto cargado de significado. Y de sentido.
«Los rojos no usaban sombrero», rezaba insolente el anuncio de una sombrerería madrileña en los años cuarenta. Las rojas, tampoco. Precisamente a esos años del sinsombrerismo y el sincorbatismo nos remite la exposición instalada en la caseta central de la Feria del Libro Viejo de Santander, dedicada este año a las «muchas mujeres y algunos hombres» que «empeñaron su vida en la lucha por igualdad entre hombres y mujeres» en el primer tercio del siglo XX. 'Mujeres sin sombrero y con sombrero' es una muestra breve pero muy significativa; en el centenar de libros, revistas, carteles, fotografía y recortes de prensa se descubren los nombres de una generación silenciada: poetas, pintoras, actrices, intelectuales o políticas como Victoria Ocampo, María Lejárraga, Aurora de Albornoz, Concepción Arenal… Además, en esta época en que el concepto se carga de connotaciones ideológicas, es grato encontrar una propuesta verdaderamente inclusiva: sin sombrero y con sombrero. Las unas y las otras. Quitarse el sombrero pudo ser un acto de rebeldía, pero no lo era menos acceder a un escaño parlamentario, estudiar en la universidad o escribir libros.
Entre los papeles antiguos llama la atención una composición artística, al estilo de los 'ready-mades' de la época. El collage tridimensional consiste en el torso de un maniquí vestido con palabras. Como no tiene mención de autoría, el cronista investiga hasta descubrir que se trata de una composición de Paco Roales, que fue fotógrafo antes de librero, y lector apasionado siempre. Pero Roales es, además del comisario y factótum de esta exposición, el director de la feria. Y aparece con un toque dandi, aferrado a su pipa y protegido por un sombrero panamá. Que el mes más cruel será otro, pero agosto en la plaza de Farolas pide un buen sombrero, qué remedio. «Todos los libros del mundo están contenidos ahí, en un solo cuerpo», explica el artista. La pieza, compuesta hace cuatro años, estuvo expuesta en el escaparate de su librería, en la calle del Sol, y luego en el bar Moondog. Y, en efecto, con los materiales de esa obra tan borgiana se podría componer cualquier obra, porque contiene todo el alfabeto. De hecho, si se observa con atención, se descubren palabras, encriptadas en vertical, horizontal o diagonal, como en un delicado pasatiempo: corazón, sol y luz, ilusión, querer, horizonte… Pero sobre todo resalta un concepto: «Libertad», con una A en oro.
Con Roales, buscando la sombra, hablamos un rato de libros y de sombreros. La feria va bien, gracias. La otra, la del libro nuevo, batió récords de ventas, pero en esta tampoco se quejan. Es ya una cita obligada para bibliófilos y funciona a pesar de la crisis. Y hasta de los días de lluvia. Otro sombrero que muchos habrán recordado estos días es el de Sabina. No el de Joaquín el músico, aunque también sea de hongo, sino el de la pintora de 'La insoportable levedad del ser'. Un bombín heredado de un abuelo al que no conoció, y prácticamente lo único que se lleva al exilio; en la novela simboliza la fugacidad de la vida y algo aún peor, el olvido. «Prácticamente nadie ha preguntado por Milan Kundera», nos desvela Paco Roales. Al parecer, ni toda la maquinaria mediática activada tras su reciente fallecimiento ha logrado reavivar sus ventas. «Ahora estos autores son desconocidos para la gente joven», se lamenta Roales, especializado en literatura del siglo XX. «De treinta y cinco para abajo, leen sobre todo bestsellers. Literatura bastante ligera. A Faulkner, por ejemplo, ya no lo lee nadie». ¿Y de qué vive un librero de viejo, entonces? «La siguiente franja de edad sí que lee con gusto, por ejemplo, a Baroja», se consuela. Queda, eso sí, el resquicio de la novela gráfica, cada vez más demandada, y para futuro vaticina el auge del audiolibro, cuando nos olvidemos de leer. A quien nadie olvida, sin embargo, es a Francisco Ibáñez. Casi en cada puesto cuenta con una pila de tebeos, muchos originales de los años setenta. Ni siquiera se han notado todos los panegíricos tras su muerte, porque sus obras en realidad nunca dejaron de venderse. Un auténtico 'longseller'. Y eso que casi ningún personaje de Ibáñez llevaba sombrero; al menos, en su época clásica, porque en las primeras historietas de Mortadelo y Filemón ambos lucen sombreros, uno negro y el otro rojo. Son diminutos y alargados, y su estética recuerda a de Sherlock Holmes. Aunque duraría bien poco, porque Ibáñez enseguida debió de darse cuenta de que era mucho más sencillo y rápido para un artista que trabajaba a destajo dibujar calvas brillantes que peinados elaborados y tocados con mucho detalle. La economía del tebeo, vamos.