«Hace mucho que no había tantos imbéciles gobernando en países importantes»
Luisgé Martín ·
El escritor cierra los Martes Literarios con una reflexión sobre la felicidad en la era tecnológicaLuisgé Martín (Madrid, 1962) pondrá esta tarde el broche final a los Martes Literarios en el Paraninfo de la Magdalena, donde hablará sobre su trayectoria ... literaria y en especial de su último libro, 'El mundo feliz: una apología de la vida falsa', donde pone todo su ingenio literario al servicio del pensamiento. Un ensayo mordaz y sabiamente desengañado que arranca de un modo absolutamente incendiario –«La vida es un acto absurdo, una ciénaga de mierda (…), pero aprendemos enseguida a recubrirla de épica y de leyenda»–, y termina reflexionando sobre las libertades individuales, y las formas en que la literatura compensa ese vértigo existencial.
–¿Qué es eso de la vida falsa? ¿Tanto vale, que merece ser defendida?
–Hay varias vidas falsas. Lo que hay que hacer es elegir la mejor. Ahora mismo vivimos una vida bastante falsa, llena de fingimientos, de redes sociales en las que mentimos… Y hay otra vida falsa, de la que yo hablo, que consiste en elegir la mentira en la que se quiere vivir. Todavía no estamos tecnológicamente preparados para ello, pero cuando llegue será fantástico.
–¿Vivimos en un engaño, o es que se vive mejor en la ignorancia?
–La ignorancia es una de las mejores formas de vida que existen. Ser tonto es una bendición. Pero es algo que no se puede elegir. Yo, desde luego, si pudiera borrar mis conocimientos, mis inquietudes y mi curiosidad por saber, no lo dudaría.
–En algunos países, la felicidad es un derecho constitucional…
–En Estados Unidos, sin ir más lejos. Si no me falla la memoria, la segunda Constitución que reconoce ese derecho es la de Cádiz de 1812. Pero no se reconoce el derecho a la felicidad, que sería un disparate, sino el derecho de cada ciudadano a buscarla con todos los instrumentos a su alcance. A mí me parece una declaración política de primer orden: las instituciones públicas no tienen otro sentido que el de facilitar la felicidad de sus ciudadanos.
–¿Y qué hay de todas las famosas libertades que se supone que hemos conquistado?
–Es un asunto muy complejo del que se puede hacer mucha literatura buena. Un hombre corriente del siglo XXI no podría vivir de ninguna manera con las condiciones en las que vivía un hombre corriente del siglo XII. Y sin embargo, es bastante razonable pensar que el nivel de felicidad de uno y otro no son muy diferentes. Lo que nos hace terriblemente dolorosa la vida tiene que ver con el desamor, con la enfermedad, con el fracaso y con la muerte. Y en eso apenas ha habido avances. Pero estamos a punto de un cambio de era.
–Se diría que cada vez se puede decir menos. La censura ha mutado en diversas formas. Incluso, hay quien se queja de la que ejercen las minorías…
–Estamos viviendo unos tiempos complejos que demuestran, a mi juicio, que la educación no sirve para corregir la inacabable estupidez humana. La crisis de 2008 ha devuelto al mundo a un escenario que se parece bastante al de entreguerras. Hace mucho que no había tantos imbéciles gobernando en países importantes. Y si esos imbéciles gobiernan es porque los ciudadanos que les votaron no son menos imbéciles. El racismo, la xenofobia, el machismo, el nacionalismo más burdo, la homofobia, la censura y la negación del conocimiento científico han regresado a las sociedades en las que vivimos.
–Después de siglos esperando el futuro, todavía no ha llegado. ¿Debemos confiar en que será mejor?
–Yo estoy terriblemente rabioso, porque tengo la sensación de haber nacido treinta o cuarenta años antes de lo que debía. Creo que ahora sí que ha llegado el futuro. La inteligencia artificial, la robótica o la biotecnología van a transformar no ya las sociedades, como ocurría hasta ahora con los cambios tecnológicos, sino al propio ser humano. Y eso, a mi juicio, hará nuestra vida mucho mejor.
–En plena era de la velocidad, ¿nos sigue gustando pensar? ¿O es mejor 'que piensen ellos'?
–Diría que nunca nos ha gustado demasiado pensar. Yo me dediqué a leer y a pensar porque en mi juventud, por razones biográficas, no podía hacer otra cosa. Pero si hubiera podido, tal vez lo habría evitado. Volvemos a lo que hablábamos antes: es mucho mejor ser feliz que ser lúcido. Dicho esto, no creo que nuestra época tenga un déficit de pensamiento.
–Matrix y la pastilla roja; ¿entendemos mejor el mundo a través de historias, sean orales, literarias o cinematográficas?
–Sin duda. Las historias han sido desde los orígenes de la humanidad el mejor modo de acercarnos al mundo. La especulación abstracta viene después, no antes.
–Dedica su libro a la memoria de su profesor del instituto. ¿La literatura no es también una forma de felicidad?
–Julián Moreiro, mi profesor, me abrió el verdadero camino de la literatura, y gracias a eso soy quien soy. Los buenos maestros son capaces de cambiarnos la vida. Y sí, la literatura es una forma de felicidad. La literatura, el arte en general, el amor, el sexo, el descubrimiento de otros países y el vino son mis formas de felicidad. Pero de felicidad con minúsculas. La felicidad mayúscula es la que nunca se encuentra.
–Entre sus referencias hemos leído al lobo de Hobbes, a Cioran, a Camus. La alegría de la huerta, vamos… Aunque, en lo personal, no fueran precisamente unos amargados. ¿Se puede mantener el optimismo y a la vez analizar el mundo de manera realista?
–Por supuesto que se puede. Cuando uno mira el mundo y ve que es un sumidero de mierda, como digo en 'El mundo feliz', tiene que decidir si quiere suicidarse o si quiere seguir viviendo. Y si quiere seguir viviendo sólo tiene una posibilidad: relativizarlo todo, suspender la incredulidad y crear un universo propio en el que vivir. Lo que yo digo no es que mi vida sea una mierda, sino que la vida es una mierda. Es un matiz importante.
–No ficción, novela, autoficción… ¿Tienen sentido hoy día las etiquetas?
–A mí las etiquetas me parecen siempre bien porque soy escritor y necesitamos las palabras para entender las cosas. Lo que es terrible es crear etiquetas cerradas, llenas de características minuciosas y además de valoraciones subjetivas. Por eso, cuando alguien dice «la novela ha muerto» o «la autoficción es una moda», a mí me parece que ese alguien tiene pocas luces. Porque todo ha existido ya, todo vuelve y todo tiene sus singularidades en cada época.
–La fotografía de Mordzinski que abre su página web es toda una explosión de vitalidad; ¿es usted tan saltarín?
–Mordzinski tiene la capacidad de ponernos a todos a saltar como si fuéramos saltarines. Yo creo que es la persona que ha sido capaz de ponerme en más situaciones ridículas en mi vida. Por eso es tan divertido trabajar con él y por eso hace esas fotos magníficas. Pero en la realidad, yo soy un saltarín sólo espiritual. Me gusta hurgar en lo oscuro, indagar en todo lo que se me presenta y probar un poco de cada bocado. Aunque la edad está haciendo ya estragos.
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