La belleza del horror
Novela ·
Gabriel Rodríguez Pascual nos muestra otra visión de los años sesenta con altas dosis de violencia, sexo y locuraEn el Madrid de los años sesenta, José María, el hijo de 'la Santa' y 'el Pajarraco', ya apuntaba maneras desde la más tierna infancia. ... Ya lo dijo el tío Martín: tenía «una actitud que va a dar problemas». Y vaya si los dará… A los catorce años, sus problemas mentales no dejan otra opción a su familia que ingresarlo en un psiquiátrico, algo que, ya había advertido, no le perdonaría nunca.
La historia la cuenta su hermano menor, Babi –Miguel, en los papeles–, aunque pronto tomará la voz el propio José María, quien en un recorrido retrospectivo relatará su corta vida: la entrada en el parvulario –que incluye una bizarra iniciación sexual, «completa, con intercambio de fluidos corporales: ella me llenó de babas y yo la meé», el maltrato escolar –su padre, déspota y cicatero, le obliga a repetir para ir a la misma clase que su hermano y así poder compartir los libros–, la violencia en el barrio, donde la amistad es un concepto relativo, el descubrimiento del universo femenino y la obsesión por el sexo…
El dolor de Laocoonte
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Autor Gabriel Rodríguez Pascual
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Editorial Valnera, 2023
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Páginas 144
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Precio 18 euros
En un juego de voces polifónico, diferentes personajes irán tomando la voz narrativa para construir esta historia intensa y turbadora, un viaje de ida y vuelta entre la demencia y la cordura, en el que la realidad aparece tamizada por la locura del protagonista. A criterio del lector quedará decidir si la violencia, la lubricidad y las experiencias extremas son producto de una época y un entorno asfixiante y propenso a la autorrepresión, o son producto de una mente que distorsiona aquello que percibe. Si el autor disecciona o multiplica.
Como la escultura a la que remite el título, esta novela de Gabriel Rodríguez Pascual (Madrid, 1949) consigue el improbable milagro de fascinarnos con el horror. De seducir al lector con la belleza de lo salvaje, que nos asalta con una crudeza inusitada. Y es que a la miseria moral y social de la posguerra española –retratada con tanta discreción como fidelidad y sentido crítico– se une la visión adolescente, ya de por sí un estado alterado, que amplifica sobremanera la pulsión sexual o las tendencias destructivas. Seguimos al protagonista en sus delirios salvajes, pero no con gesto de desaprobación –más bien apetece a veces taparse los ojos, como con algunos pasajes de Chuck Palahniuk–, sino con cierta empatía, que el personaje logra despertar en los lectores. A fin de cuentas, ¿quién no lleva dentro un demente?
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