La pierna heroica de un ciclista
Enrico Toti, un romano que se convertiría en héroe sin metáforas y que bien podría haber inspirado la frase de Erasmo de Rotterdam: "La locura es el origen de las hazañas de todos los héroes"
Raúl Gómez Samperio
Miércoles, 28 de diciembre 2016, 07:27
El pelotón ciclista de las páginas de Arriva Italia me ha atropellado. Aún estoy ensimismado con las historias de Fausto Coppi, Gino Bartali o Fiorenzo Magni, todo por culpa de Marcos Pereda y ese libro de deportistas martirizados por tantos kilómetros y kilómetros de carreteras. Pero en esas rutas de una nueva nación ansiosa de gloria y soñadora de ciclismo, hay un corredor que por anacrónico y mutilado no aparece en la obra. Se trata de Enrico Toti, un romano que se convertiría en héroe sin metáforas y que bien podría haber inspirado la frase de Erasmo de Rotterdam: «La locura es el origen de las hazañas de todos los héroes».
Enrico Toti nació en Roma en 1882. Su humilde familia estaba vinculada al trabajo ferroviario y el joven, después de embarcar en varios buques de la armada italiana, se enroló como fogonero de los ferrocarriles estatales. Dotado de excelentes cualidades físicas, en ese tiempo se aficionó al ciclismo, e incluso en 1903 ganó alguna prueba. Pero su carrera deportiva y personal sufrió la desgracia que condicionó su vida. El 27 de marzo de 1908, en la estación de Colleferro, se vio atrapado en el acoplamiento de dos locomotoras que estaba revisando y las ruedas dentadas aplastaron su pierna izquierda, que le fue amputada a la altura de la cadera. Tenía entonces 25 años.
Pero Enrico Toti supo superar con fuerza e imaginación su discapacidad. Además de dedicarse a diseñar pequeños inventos, su espíritu deportivo le empujó a participar en pruebas de natación cruzando el Tíber. También lo hizo en algunas carreras ciclistas, aunque éstas tenían más propósito de exhibición que competitivo. El interés de ver en acción la soltura de un ciclista con una sola pierna le animó en 1911 a realizar la gran aventura de recorrer Europa en bicicleta desde Roma, pasando por Francia, Bélgica, Holanda, Alemania, Dinamarca, Suecia, Noruega (donde llegó al círculo polar ártico), Rusia, Polonia, Austria y nuevamente su querida Italia. Tras un mes de descanso, embarcó luego hacia Alejandría para recorrer con su bici Egipto, Nubia o Sudán... Hasta que las autoridades británicas le obligaron a parar su viaje enviándole a El Cairo, desde donde regresó a Roma.
Patriota hasta el fanatismo, y con un gran odio hacia los austriacos de los Habsburgo, con los que Italia mantenía constantes disputas de límites fronterizos, al estallar la Gran Guerra Enrico Toti se entusiasmó con el deseo de participar activamente en el conflicto. Por eso se desplazó con su bicicleta al frente, en la zona alpina, intentando entrar en combate. Pero fue rechazado una y otra vez. La insistencia de Toti fue tan grande que incluso molestó a los soldados, ya que puso en evidencia la escasa motivación bélica que tenía la mayoría. Así que le increparon, le insultaron y le apedrearon. Pero Toti no se iba a rendir. Es un experto en sortear adversidades y, como si fuera un polizón, se coló en las trincheras de la primera línea de fuego hasta que le descubrieron y le obligaron a regresar a Roma.
Escribió cartas a las autoridades rogando que le dejasen incorporarse al frente, porque se sentía «ferviente ciudadano italiano hasta la última gota de mi sangre», y finalmente consiguió alistarse como voluntario en el Regimiento de Bersaglieri, la sección de soldados ciclistas del ejército italiano. El 6 de agosto de 1916, cuando los Bersaglieri intentaron tomar una cota cerca de Montefalcone, al norte de Trieste, llegó el gran triunfo de Enrico Toti. Fue el primero en lanzarse hacia las trincheras enemigas con su bicicleta impulsada por una sola pierna. Una ráfaga de ametralladora le dejó moribundo en el suelo. Antes de morir, aún tuvo fuerzas para arrojar su muleta al enemigo, besar la pluma de su casco de Bersaglieri y pronunciar su famosa frase: «Nun moro io».
Y efectivamente, Enrico Toti no murió. Su gesto heroico se convirtió en todo un símbolo nacional. Es cierto, como señala Marcos Pereda, que fue una figura fundamental del imaginario fascista que iba a nacer tras el final de la Gran Guerra, pero también inspiraría a los poetas del futurismo y al espíritu invencible que nunca se rinde. Su memoria sigue viva por toda Italia, alimentada por los monumentos levantados en su honor. También las calles, centros educativos y deportivos, e incluso submarinos de la armada de su país llevan el nombre de este romano deportista que se convirtió en héroe sin metáforas y que bien podría haber inspirado la frase de Erasmo de Rotterdam: «La locura es el origen de las hazañas de todos los héroes».