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Un día de orgullo por el Velarde
La Maruca se llenó para ver el partido más importante de la historia del club de Muriedas, que no tuvo opciones de inquietar al Sevilla
Medio centenar de personas tomaba algo a eso de las dos y cuarto en un bar improvisado cerca de La Maruca. Música, globos rojos y ... negros, camisetas del Velarde... Y bufandas conmemorativas del partido. «Soy vendedor de ilusiones a los niños», señalaba Rafael, que portaba unas cuantas para la venta antes del gran partido. «A diez euros». La cosa estaba «algo floja. Pero todavía es pronto». Confiaba en vender todas.
Entre esa amalgama roja y negra destacaba una camiseta. Blanca con toques de rojo. Alguien del Sevilla se colaba en la fiesta. Francisco Maroto aún no se creía las casualidades de la vida. «Es que llevo en Muriedas desde el año 97. Vivo aquí cerca, si es que he venido andando. Pero soy sevillano», recalcaba entre risas. Un sevillista de pro que incluso antes de mudarse a Cantabría había seguido a su equipo «hasta Moscú». Víctor, su hijo de ocho años, juega en uno de los equipos de base del Velarde. El chaval iba a ver el partido con sus amigos. «Pero en casa no ha habido piques», reconocía el padre. Si ya le costaba creer que hace unos años el Sevilla viniese al Eusebio Arce para medirse al Escobedo -«es que mi esposa es de allí»- que su Sevilla jugase al lado de casa, no daba crédito. «No puede haber más carambolas». Para el partido estaba confiado, aunque con cautela. «Lo normal es ganar, pero hay muchas cosas en el fútbol». Perder, ni pensarlo. Por la debacle que supondría «y por el cachondeo de los béticos, que puede ser glorioso». Más risas. Las sirenas de las fuerzas del orden anunciaban algo por la carretera. Un autobús rojo, sin cristales laterales por esa desquiciante afición de algunos de apedrearlos, traía a los invitados ilustres del partido. Y Francisco que no se aguanta. «Vamos mi Sevillaaaaa....».
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Los aficionados del Velarde llegaban poco a poco a las puertas de La Maruca. Desde dentro se oía ya a los chiquillos de todas las escuelas deportivas del municipio. Para el público en general, había que esperar un rato para entrar. Otro autobús, este normal y con el único distintivo especial en su cartel luminoso -Vamos Velarde CF- transportaba a los héroes de turno, que a buen seguro iban por primera vez a su campo en un autobús solo para ellos. Gritos de ánimo y saludos a unos chavales que iban a jugar el gran partido de sus vidas.
Uno de ellos era Güemes, lateral izquierdo. Y su padre, Sergio Fernández, era uno de los que estaba cerca de la entrada. «El chaval está bien. Aunque es muy nervioso, está tranquilo. Mucho más de lo que yo pensaba». Sergio resaltaba la suerte que suponía jugar un partido así. «Porque ha tenido oportunidades para ir a otro equipo, y mira. Ahora este partido. Es una suerte. Y se llevan muy bien entre todos». Ningún familiar se quería perder la gran gesta de los cuyos. Alfredo Arnáiz acudía junto a su esposa, Maite, y más familiares para ver «a mi cuñado, que es el entrenador del Velarde, Carlos Cruz. A ver si la lían». Toño, Eva y Manuel iban a ver jugar a alguien que era hijo, sobrino y primo, Solano. «Nos hace mucha ilusión», señalaba Eva. «Es muy difícil ganar al Sevilla, pero ya han conseguido mucho. Y ver el estadio como hoy... Otros días van cuatro». Manuel resaltaba el «orgullo» de ver a su primo jugando contra todo un equipo de Liga de Campeones.
A eso de las tres menos veinte se abrieron las puertas en La Maruca. Y poco a poco, las gradas se fueron llenando. Por los fondos, a un lado de la pista de atletismo, ya no paraban quietos todos los críos que habían entrado antes al campo. Diego Manzanares, entrenador del alevín C del Velarde, estaba con alguno de sus jugadores. Aunque al punto aparecieron chavales de otros de los equipos del club. Aitor, Álvaro, Samuel o Mateo se quitaban la palabra unos a otros. Con edades entre los 10 y los 11 años, todos decían a coro que les gustaría algún día «jugar un partido como este». La semana fue complicada en La Maruca. Y no solo por centrar aún más a chavales tan pequeños. «Es que ha estado todo el mundo trabajando para que esté todo perfecto», reconocía Diego. Aitor, uno de los pequeños, razonaba un pronóstico para el partido. «Con el corazón, quiero que gane el Velarde. Pero...».
En el primer minuto, alguno en la grada se dio el gustazo. «Vamos mi Velarde, vamos campeón», utilizando para sí uno de los cánticos señeros de la afición hispalense. Aunque desde ese primer minuto, el 'pero' que decía el chaval del Velarde empezó a plasmarse con toda su crudeza. Para el Sevilla, en una de las temporadas más horrendas que se le recuerdan en los últimos años, un tropiezo ante el Velarde era inconcebible. Así que los hispalenses vinieron con todo y, como se suele decir, 'a full'. El balón se movía a toda velocidad y al Velarde, el suyo le duraba apenas dos pases. Toda la afición del Velarde vio demasiado pronto que no habría opciones.
Y llegó el tanto de Nianzou, y el monólogo del Sevilla hasta el descanso... Quedaba el honor de haber aguantado hasta la media hora el acoso y derribo. Apenas unos gritos de 'Velarde, Velarde', más para animar a unos chavales que se estaban dejando el alma en el 'prao' que por convicción de que se podía inquietar a un titán del fútbol. Si acaso hubo solo un atisbo de esperanza, cuando en la segunda parte parecía que los hispalenses bajaban un poco el ritmo. Pero la única jugada de cierto peligro del Velarde los volvió a despertar. Y llegó el gol de Rafa Mir al borde del tiempo reglamentario y la despedida de facto de la Copa. Y la ovación de toda La Maruca a los suyos tras el partido. La sensación era de orgullo por haber caído con la cara muy alta en el partido más importante de la historia del Velarde. Lo resumían dos aficionados al salir del campo. «Un 0-2, y dando buena imagen...».
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