La guerra relámpago
A ritmo de los Ramones -Hey ho, let's go!- recibieron al Racing en el Tartiere. Fuera, los aficionados preferían los cánticos regionales, esos del « ... que sí, joder, que puta Santander» y alguno más innovador, como «Ataúdes para Juventudes». Tal vez quisieran dar la razón al exagerado despliegue policial, como si Llamaquique fuera la franja de Gaza. Y claro, rivalidad había -faltaría más, vamos-, pero sin pasar de la guasa y el inevitable fanfarroneo. Lo de batirse el cobre, por mucho que la grada ruja, sigue siendo labor de los del césped, que se lo tomaron bien a pecho. En cuanto se quitaron las sudaderas estilo Okuda que lucían los dos equipos asomaron los escudos de siempre y los uniformes buenos, los de toda la vida. Como debe ser, en lugar de tanto intentar hacer caja con segundas y terceras equipaciones.
Los clásicos norteños siempre son especiales, pero todavía más cuando hay algo en juego. Desde el primer instante se notó que aquello iba en serio. Estos duelos suelen tener más tensión y brega que jogo bonito, y los azulones parecían llevar la voz cantante. «El fútbol es sufrir», explicaba desde la grada uno que sabe, el capi Moratón, cada vez que Jokin se agrandaba, salvando incluso un gol a quemarropa. Pero el Racing se había dejado los complejos en casa. ¿Miedo? ¿Nosotros? Que tiemblen ellos. Porque al primer descuido, Vicente se la puso a Arana justo donde más les gusta a los delanteros. Qué Blitzkrieg ni que Bop, los del Racing sí que son ataques relámpago.
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Un giro brusco de los acontecimientos
Y en eso llegó el zarpazo. El de Peque, claro. Los verdiblancos avisaron dos veces, y a la tercera llegó el lobo. Anda que Peque se puso nervioso, recortando al portero en el área chica hasta encontrar el ángulo perfecto. No es de extrañar que luego tire así los penaltis, claro. Con su gol partió el estadio en dos: la esquina suroeste era una locura, el resto un cementerio. Qué delirio. Y luego vino lo que vino, claro. Qué poco dura la felicidad...
Nos consolaremos con aquello de la media inglesa y con un punto de oro, pero lo que ningún árbitro podrá birlarnos es aquel instante en que Peque nos hizo levitar, convirtiendo una esquina del estadio en La Gradona portátil. Eso es lo mejor que nos llevamos en el equipaje de vuelta. Toda una afición soñando con que, en lugar de perseguirla nosotros, es la Primera división la que persigue al Racing. O sea, que no sabemos si el día de la Ascensión caerá este año a finales de mayo, pero el subidón de ese instante ya no nos lo quita nadie.
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