De repente: «Santi, al prao»
Un debut ·
Cómo empezar el verano en el Barquereño y debutar en el fútbol profesional sin que acabe. Un chico de casa empeñado en ser futbolistaTerminar la primavera en Tercera RFEF y debutar en Segunda sin que asome aún el otoño no resulta sencillo. No es nada habitual. Incluso para ... Santi Franco (Santander, 18 de abril de 2004) puede haber resultado sorprendente. Para él, el que más. «Santi, ven». Fue poco más de un minuto, pero aquellas palabras no dejan de sonar para siempre cuando eres futbolista. Santi hace cuatro días era uno de esos chavales que se cuelan por las tardes en El Castañar para pegarle a la pelota. Antes bastaban un par de jerseys para plantarse en cualquier bocacalle de San Vicente, pero ahora juegan a lo grande. Tienen locos a la gente del Barquereño, que siempre que puede hace la vista gorda.
A Santi le gustó el fútbol desde pequeño -todavía lo es, pero cuando era más- y aprendió a pegar a la pelota en La Folía. Soltaba los libros al salir del 'cole', en el Mata Linares, donde en el patio de recreo se jugaba a aquel fútbol aderezado con compañeros que practicaban el balonmano o hacían la cadeneta. Conducir el balón era un ejercicio de virtuosismo.
Pronto vistió al camiseta del Barquereño. Su padre, que ya entonces regentaba un negocio de mariscos y pescados, solía aparcar el camión con el que repartía para subir a verle entrenar. Allí fue fundiendo los frenos a la bici de la infancia, mientras veía como el Racing se espatarraba en la Segunda B.
En infantiles dio un pequeño paso y se quedó a tiro de piedra de los Campos de Sport. Fichó por la Gimnástica y creció como futbolista. Fuerte, potente y con mucho pie, como se afanan en contar los que le conocen, empezó a hacerse un hueco en la mediapunta. Pero pronto volvió al pueblo y de nuevo a El Castañar, donde le esperaban su hermano Oliver y su primo Dani.
Este último cogió el tren y se fue a Villarreal. San Vicente exportaba talento. Un par de años después fue Santi quien hizo la maleta. A Torrelavega le bastaba con liar al padre o fletar un coche con compañeros. Estaba a media hora. Por la noche cenaba en casa los huevos de mama y la tortilla de siempre, pero en Palencia llegó su primera graduación.
Se fajó en la División de Honor del conjunto castellano y sin pasar por casa se fue al Huesca B. Aprendió a hacerse los espaguetis deprisa y corriendo y a darle vuelta al calcetín en un fútbol de pico y pala. Más hecho y con un par de cornadas asomó por el Puente de la Maza para regresar con una maleta a medio hacer. El siguiente viaje sería a la capital.
En San Vicente se conoce todo el mundo. El panadero al repartir llama por el nombre a los vecinos. Pronto en el Barquereño le abrieron las puertas de vuelta. El equipo acababa de ascender a Tercera y qué mejor que contar con el chaval del pueblo. 23 goles, Pichichi empatado con Tato (Tropezón), en una temporada en la que todo fue rodado. Y llegó la llamada del Racing.
Las tardes de El Catañar surtieron efecto y Gonzalo Colsa y compañía le pusieron en la lista cuando el verano pedía paso. Cumplía perfectamente el perfil: joven sobradamente preparado y de la tierra. Y el destino quiso que sin darle taquilla del filial, José Alberto le abriera las puertas del primer equipo. Toda caminata empieza con un paso, y el de Santi llegó sin darse cuenta el pasado sábado. Sin esperarlo tan pronto, mejor dicho, porque estas cosas tienen muchas razones para no llamarles sorpresa.
Ahora anda adaptándose a los 30 o 35 minutos de ida y otros tantos de vuelta de cada día para entrenar. Y a contar por las tardes, en la plaza del pueblo, que cada paso le acerca a la caminata que supone ser futbolista. Conoce el fútbol y sabe cómo funciona. Esto ha cambiado y que el Racing le de una oportunidad a un chaval de San Vicente antes siempre fue noticia, pero no tan extraordinaria como hoy. Si además el día que debuta comparte 'prao' en los Campos de Sport con otros cinco paisanos... Es como meterse en una máquina del tiempo. Bienvenido, chaval.
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