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Cuando uno empieza a cumplir 'taitantos' llegan las quejas y las preocupaciones. Que si se cae el pelo. Que si duele la espalda. Que si ... ya no hay edad para hacer eso. Excusas baratas, si uno ve la naturalidad con la que vive las gestas, a sus casi 80 tacos, Carlos Soria (Ávila, 5 de febrero de 1939). Su único problema es la rodilla que le fue intervenida hace unos meses. Ser viejo es un estado de ánimo. «Desde que estoy jubilado tengo menos tiempo», dice. El alpinista dio este martes una conferencia en Santander, organizada por el Club Tajahierro, en la que repasó sus «65 años disfrutando la montaña». Y los que le quedan. Le faltó tiempo para condensar toda esa ilusión adolescente que tiene por la montaña.
–Acaba de pasar por el taller para reparar la rodilla, ¿cómo se encuentra?
–Estoy ahora mismo tumbado, con una máquina que me mueve la pierna para coger movilidad. No paro. Las 24 horas del día se las dedico prácticamente a mi rodilla. Hoy –por ayer– hace tres meses de la operación y he tenido mala suerte, porque una pequeña infección de la piel ha retrasado la recuperación, pero ahora voy avanzando a bastante buen ritmo.
–¿Cuál es la fórmula de su eterna juventud?
–No tengo eterna juventud, no creas. Dentro de veinte días cumplo 80 años. ¿Parece mucho, no? Pero de momento estoy muy contento con lo que hago. Lo que más preocupado me tiene a mis casi 80 años es la rodilla. Nada más. Lo demás no me preocupa en absoluto. Tengo que coger la suficiente flexibilidad y estoy haciendo musculación en todo el cuerpo. En las piernas un poco menos, porque dificulta la flexión, pero espero llegar a tiempo.
–A nadie se le ocurrirá llamarle viejo
–Con esto de la pierna, que ando tan mal y me duele todo el cuerpo, digo: «Parezco absolutamente de mi edad». Cada vez me estiro más y procuro no dar esa imagen y andar un poquito mejor. Es lo que hay.
–¿Qué piensa usted cuando ve a las personas de 79 años haciendo cosas de gente de 79 años?
–Cada vez hay más gente mayor que va haciendo cosas interesantes. Moverse. No hace falta que suban todos a las montañas, pero que no dejen de hacer cosas. En mi pueblo hay un grupo que juega a la petanca. Eso está muy bien. No se debe renunciar a nada por la edad. Se debe renunciar a algunas cosas por problemas de salud, pero no por decir «es que ya tengo muchos años». Eso no tiene nada que ver. Hay gente que tiene 50 años y no es capaz de pensar en moverse mucho. Aunque en nuestro país eso cada vez ocurre menos. El deporte tiene una subida impresionante y sobre todo en las mujeres.
–¿En qué punto se encuentra su reto de convertirse en el alpinista de mayor edad que corona los catorce ochomiles?
–Si toda va bien, espero ir en abril al Himalaya para intentar subir una de las montañas que me faltan y que me tiene loco: el Dhaulagiri. Me ha dado mucha guerra, pero nos queremos mucho. Nos conocemos muy bien pero no me ha dejado subirla aunque también siempre me ha dejado salir ileso. Empecé a subir montañas a los catorce años y la verdad es que me apetece, pero no lo hago por conseguir ningún récord. Me anima mucho el que mucha gente, bastante más joven, me diga que les doy esperanza del mucho tiempo que tienen por delante para hacer montañas. Que no se acaba la vida con la jubilación. Hay tiempo para hacer todo.
–Parece una relación de amor-odio con esa cumbre.
–Nada de odio. Es todo amor. Es una montaña preciosa que me ha dado mucha guerra. Me ha hecho pasar malos ratos. Me ha hecho bajarme muy cerca de su cumbre, estando a menos de 300 metros. Alguna vez me dará una recompensa, espero. En las montañas cercanas he repetido muchas veces, así que porque vaya unas cuantas veces al Dhaulagiri no pasa nada. No me aburro. Cada año es distinto.
–¿Qué ochomiles le quedan?
–El Dhaulagiri y el Shisha Pangma. Este último tiene dos cumbres por encima de 8.000 metros e hice la central en 2005. Me gustaría hacer la principal, que tiene 24 metros de diferencia. Desde el terremoto no ha subido nadie a esa cumbre. Si sale bien lo de primavera, quizá en otoño vayamos al Shisha Pangma, que es una buena montaña. En el Dhaulagiri he llegado a los 8.050 metros, de los 8.127 que tiene.
–¿Cómo se inició en esto del alpinismo?
–Desde muy niño, me gustaban los ríos, los espacios abiertos. No estar en la ciudad. Empecé a trabajar a los once años en la calle de La Palma de Madrid. El Manzanares está a tres cuartos de hora de allí y tenía dos horas para comer. Muchas veces me llevaba mi taleguito de comida, iba a comer a la orilla del río y volvía al taller. Y a los catorce años fui por primera vez con mi amigo Antonio Riaño a pasar quince días a La Pedriza con una lona que nos prestaron en el trabajo y unos palos. Hicimos una especie de tienda de campaña y he seguido hasta ahora.
–Y aquel viaje a los Alpes en 1960 en motocicleta...
–Pasamos por el valle de Ordesa. Hicimos una grandiosa escalada al Tozal del Mallo y de allí seguimos a Los Alpes. Fue una aventura preciosa.
–Aunque su pasión por la montaña comenzó pronto, hasta los 51 años no holló su primer ochomil.
–La primera vez que fuimos al Manaslu era el año 73 pero no pude subir. En el 75, montando las cuerdas en una placa muy complicada me hice un poco de daño y me tuve que bajar. Subieron mis amigos Jerónimo López y Gerardo Blázquez con un sherpa. Yo lo conseguí 37 años después. Eso me hace muy feliz. Tengo una conexión con aquel pueblo porque es la única montaña de 8.000 metros que tiene un pueblecito debajo. Hemos ayudado a su colegio y hemos hecho allí cosas muy interesantes.
–¿Qué importancia tienen los sherpas en sus experiencias en el Himalaya?
–Mucha. Son unos profesionales estupendos. Muy buenos amigos míos. Yo he ido muchas veces solo hasta que tuve un buen patrocinio. Normalmente iba con un sherpa que se llama Muktu . Y con ese sherpa he subido cinco montañas. Como compañeros. Y ahora viene a mi expedición para ayudarnos a montar campamentos. Son, en general, muy buena gente. Siempre he procurado portarme muy bien y no abusar de ellos.
–¿Cómo ha cambiado el 'himalayismo' en este tiempo? Hay quien dice que se está convirtiendo en un circo.
–El Himalaya no se va a convertir nunca en un circo. Lo que pasa es que hay mucha gente, pero el Himalaya es muy grande y hay muchas rutas. Todos esos compañeros que protestan por las expediciones comerciales -y ocurre mucho en el Everest-, van pensando que van a instalar la cuerda, y luego vuelven protestando porque hay mucha gente. No habría una expedición de dos personas, si no supiesen que allí va a haber expediciones comerciales que iban a instalar la cuerda. Pero eso no lo dice nadie. Hay gente que va en expediciones comerciales con la misma o más ilusión que otros. No tiene vuelta de hoja. Ocurre en todas las montañas importantes. El Aneto está plagado de gente y no hay sitio en los refugios. Y el Himalaya no va a ser menos. El país necesita el turismo y no va a prescindir de esas expediciones. Cuando quieres estar solo, hay muchos sitios para estar solo.
–¿Alguna vez ha temido por su vida?
–Nunca he tenido un susto terrible, ni en el Annapurna, que es una montaña bastante peligrosa. Allí hay avalanchas y pueden caer en cualquier momento. Una vez, pasando del campo 2 al campo 3, tuve que intentarlo tres veces hasta que conseguí subir. En ese momento tuve un hormigueo en el estómago que debía de ser miedo.
–El hecho de soplar velas, ¿le ha supuesto alguna limitación?
–Mi rodilla. Me rompí la pierna izquierda en el año 70 esquiando. Me ha dado mucha guerra. Últimamente me daba problemas y lo he ido superando pinchándome ácido hialurónico y factores de crecimiento, pero ya no había más remedio que poner una prótesis. Tengo menos movilidad que la que tenía cuando era mucho más joven, como es lógico. Y un poco menos de fuerza. Por eso hago cosas que creo que puedo hacer. Subir a montañas en el Himalaya lo puedo hacer.
–En condiciones normales, ¿cómo son sus entrenamientos?
–Me levanto muy temprano. También procuro acostarme pronto. Hago bicicleta. Hago rodillo algunas veces. Hago cuestas o salgo a un cerrito que tengo aquí cerca a andar por el monte. Y mucha condición física: abdominales, brazos, piernas... A mi edad es fundamental conseguir musculatura. Series, también, en un montecito que tengo aquí al lado de mi casa, en Moralzarzal, que tiene 350 metros de desnivel. Voy por el cortafuegos subiendo lo más deprisa que puedo.
–A su edad y dicen de usted que es un revolucionario de este deporte.
–Un poco sí. Estoy muy contento, porque hay gente que me quiere mucho y me habla con mucha simpatía. En mi pueblo todo el mundo está enterado de lo que me pasa y no hacen más que animarme. Me hace muy feliz el que la gente me quiera.
–Nunca se le acabarán las historias que contar a los nietos
–Tengo cuatro nietos y ya saben quién es su abuelo. Soy un abuelo un poco especial. Tengo una relación estupenda con ellos, pero también con mis cuatro hijas. Desade que eran niñas hemos hecho montaña y seguimos haciendo muchas cosas juntos. Con mi mujer igual. Nos conocimos en el año 62 e hicimos bastante montaña de jóvenes. Con ella he subido al Aneto y al Cervino. Ahora hace tiempo que no hace montaña, pero me sigue animando.
–Habla de su mujer. Ese amor compartido por la montaña será clave para mantener viva la llama de una relación, ¿no?
–Sí. Eso ha sido clave para que nuestra relación haya seguido durante tantísimos años. Hemos vivido muchas cosas juntos. Nos conocimos en la montaña y ahí hemos seguido. Cristina nunca me ha puesto ninguna pega, ni cuando ella iba ni cuando iba yo. Todo lo contrario. Siempre me ha animado a cumplir mis propósitos. Y yo nunca he sido un alpinista profesional. He trabajado desde los once años hasta los 65. Y lo he compaginado con la familia y con la montaña, que no es fácil. Ahora hay veces que pienso: «¿Y cómo lo hacía?». Desde que me he jubilado, parece que tengo menos tiempo que antes.
–¿Hasta cuándo?
–El cuerpo dirá. Lo que no haré nunca será el ridículo. Cuando no pueda, si la rodilla no me permitiera subir montañas, haré otra cosa. Montaré en bicicleta, daré paseos por la montaña... La montaña siempre estará ahí. Tiene muchas posibilidades. Yo creo que lo haré siempre.
–Los viajes del Imserso a usted no le motivan, ¿no?
–Me parece maravilloso. He ido a alguno y siempre me han mirado con extrañeza, porque me llevaba la bicicleta y hacía un par de horas de ruta... Es muy importante para la gente que hemos vivido una posguerra complicada tener esas oportunidades. Realmente esos viajes están muy bien.
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