Un aprendizaje sobre el bosque de las secuoyas de Cabezón de la Sal
Naturea ofrece rutas guiadas en las que conciencia sobre cuidar el medioambiente
La luz se filtra entre los árboles de manera intermitente en el bosque de las secuoyas. Es lunes. Hace calor en Cantabria y el monumento natural de Cabezón de la Sal resulta un oasis en medio del desierto. Decenas de personas transitan por el camino que separa el acceso principal al recinto del aparcamiento. El sol derrite las fuerzas y el tiempo se estira. A las cuatro y media de la tarde comienza una de las rutas que organiza Naturea Cantabria, entidad encargada de gestionar los espacios naturales protegidos, que depende de la Consejería de Desarrollo Rural.
Trece personas, siete adultos y seis niños, rodean a Noemí Campo, la guía turística. El grupo es fácilmente distinguible del resto de visitantes. Raimundo Alonso y Cruz Encinas visitan las secuoyas con su hija Martina. Son de Vigo y llevan desde el sábado en la región. Están conociendo Cantabria por los cuatro costados: la cueva del Soplao, Comillas y Gaudí, Santillana del Mar, secuoyas, Liérganes... «El paseo nos viene bien para bajar la comida», bromea Raimundo antes de que comience la ruta.
Noticia Relacionada
Medio millar de actividades guiadas para descubrir la naturaleza de Cantabria
Penetrar en el bosque es como introducirse en una burbuja de oxígeno puro. Noemí explica que hay 848 secuoyas en dos hectáreas y media de terreno. «Las plantaron muy juntas y se dan sombra unas a otras, por lo que las que ocupan el centro del parque no pueden realizar la fotosíntesis y por eso en la base apenas tienen hojas, solo ramas». Es una de las cosas que más llama la atención de los visitantes. También la degradación que sufren algunas de estas columnas gigantes como consecuencia del contacto con el ser humano. La guía avisa: «prefiero que no las toquéis, aunque podéis coger corteza del suelo». Hay personas que arrancan la corteza de las secuoyas y se la llevan de recuerdo, «por eso algunos de los árboles parecen haber sufrido una liposucción». En este sentido, la naturaleza de la visita ha cambiado en los últimos años y ahora la guía turística trata de concienciar a los usuarios sobre la importancia de conservar el ecosistema. Estos árboles miden en torno a cuarenta metros de altura y parecen inmunes al contacto, pero no lo son.
Esta tarde el bosque está especialmente frecuentado «y eso que hace día de playa». Los meses estivales soporta una afluencia masiva de turistas, no del todo compatible con su correcta conservación. La explicación de Noemí se centra bastante en eso. Y en que el suelo se ha ido descomponiendo, «de manera que no sirve de alimento a nadie, no hay biodiversidad». Casi solo crecen helechos en los espacios donde entra un poco de luz. Las explicaciones de la guía son como asistir a una clase de conocimiento del medio con ejemplos reales. Noemí encuentra una hembra de ciervo volante y se la muestra al grupo. La quietud de los árboles produce una sensación de estabilidad, todo parece estar en su sitio. Es algo especial.
Ya lo dice Alfredo Morillo, de Cádiz, que está de vacaciones con sus tres hijos en San Vicente de la Barquera. «En nuestra región no hay verde, así que me entran ganas de echarme a llorar de la ilusión, venimos del desierto».