Cuando el sol afloje
Un paseo por la quinta edición de la Feria del Disco de Santander
Mientras casi todos en Cantabria se felicitan porque al fin llegase el verano, aunque fuera con dos meses de retraso, en la plaza de Farolas no dejan de mirar al cielo, pero con otras intenciones. «A ver si viene la galerna y esto empieza a moverse», se dicen entre ellos los comerciantes de la Feria del Disco. Vamos, que aquí ni se les ocurriría pinchar a La Guardia y su 'Cuando brille el sol' por megafonía. «Lo ideal es que esté nublado», aseguran, y luego se repiten como un mantra que pronto va a cambiar el tiempo. Pero no quieren tormenta, sino una tromba de visitantes, porque este año está siendo extraño. Como todo desde que comenzó la pandemia, claro.
«El día de más movimiento solía ser el de la apertura, porque los coleccionistas aprovechaban para tratar de ser los primeros». Es una cacería, ya saben. Pero este año ha comenzado flojo, asegura Miguel Álvarez, de Discos La Esquina. Y eso que la oferta es prácticamente la de siempre: han vuelto La Yaya, Discos Ziggy, Discos Satélite y Manu Records desde Madrid, VPR Records desde Valencia, La Bomba, de Oviedo, los jerezanos discosxmil y Discos La Gramola desde Zaragoza, más los franceses Ye-Ye 60's y un debutante, No. 2 Records, desde Alemania, y la referencia local del vinilo, los Discos Cucos de Ana Sinatra.
Como complemento, las tablas policromadas de La Reciclería y el stan de los invitados, este año Asociación Cántabra de Esclerosis Lateral Amiotrófica (CanELA), que ofrece una selección de libros de temática musical, entre otras cosas. Buen menú, pues, para la ya quinta edición de esta Feria Internacional del Disco y el Coleccionismo de Santander, que todavía luchará contra el buen tiempo hasta el domingo 29, a las 21 horas.
En la plaza, bajo el sol –sí, seguro que también hay algo de Melopea–, las casetas se prolongan en los cajones de ofertas y saldos: Elepés a dos euros, singles de vinilo a cero cincuenta, cintas de casete a un euro, deuvedés a dos o tres… Y libros, muchos libros. Cada año más, en una demostración de que no sólo interesa la música en sí mismo sino también estudiarla y reflexionar sobre ella.
Como de costumbre, es difícil no encontrar algo interesante, y negarse luego el capricho: camisetas de los Ramones, posters de grupos, carteles de películas, pines, parches para la chupa, muñecos en miniatura, centradores de discos –los más curiosos, en forma de globo ocular, al que le hace falta un poco de colirio–, agujas de tocadiscos… Hasta los más profesionales pueden darse el gustazo de hacerse con una bolsa especialmente diseñada para transportar discos de vinilo, en formato de doce pulgadas. Claro que cuestan nada menos que cuarenta y nueve euros. Eso sí, son de Technics.
Pero, por supuesto, lo que realmente buscan los visitantes de la feria siguen siendo discos. Sobre todo, en vinilo, aunque no deja de sorprender que cada año aumente la oferta de cedés –quién iba a pensar que el formato hegemónico, que destronó al plástico hace dos décadas, iba a terminar depreciado, y cayendo muy por debajo del anticuado vinilo–. Y la mayor sorpresa: las cintas. Esos viejos casetes, que ni siquiera eran valorados en su época, eran el último recurso de los presupuestos apretados y que darían para todo un análisis sociológico de los años setenta y ochenta: el fenómeno de la música de gasolineras, la piratería de los radiocasetes o la revolución que supuso la llegada del walkman, por no hablar de las cintas dedicadas y su carácter de precursoras de las listas de Spotify. Pero… ¿quién no se ha visto a sí mismo alguna vez rebobinado una cinta con un boli bic? ¿O empalmándola con celo? Pues no sólo se venden esos viejos casetes, sino que incluso se publican nuevos. Por ejemplo, el 'Alive' de Pearl Jam, que este año se ha publicado para el Record Store Day. En Discos Cucos todavía les queda una cinta; las otras catorce –¡catorce!– ya volaron. Eso sí, no esperen que siga siendo el 'hermano pobre' del vinilo. Veinte euros cuesta el casete.
En la feria también se compran discos, como anuncian un par de carteles, aunque lo principal sea la venta. Eso sí, nunca se sabe qué va a interesar a los clientes. Nos lo explica Ana Sinatra, que había llevado una buena colección de flamenco –José Menese, Pata Negra o Rafael Riqueni–, convencida de que «eran discos que iban a volver sí o sí a la tienda». Pues no: un sólo comprador se llevó de golpe toda la sección, que además incluía una delicatessen, el 'Este soy yo' de Capullo de Jerez, que sólo había sido publicado en cedé, allá por 2003, y acababa de salir en vinilo.
Nunca se sabe, claro, aunque para eso los alemanes son muy prácticos. Michael Baumann viene desde Frankfurt, y ya le había advertido su colega Klaus, un veterano de anteriores veranos: títulos conocidos y precios populares. Su ventaja es que ofrece ediciones centroeuropeas, difíciles de conseguir aquí. Claro que lo difícil va a ser este año imposible, porque se echa en falta a un clásico de estas ferias, Antonio Pérez. Desde 1941, su Bangladesh Records era una de las tiendas con más solera de Madrid, y él era un habitual no sólo de esta sino de las ferias más punteras de todo el país. El virus se lo llevó en mayo, después de luchar durante meses. Y se nota su ausencia, tanto por lo interesante de su fondo –con literalmente cientos de miles de discos– como por su profundo conocimiento.