Adiós a Eduardo, el fundador de Talleres Casas de Colindres
No hubo profesional de la carretera de la comarca oriental que no conociese a Casas, como le llamaban cariñosamente a este hombre de carácter guasón, pero, sobre todo, gran trabajador
Eduardo Casas fue un hombre que vino a este mundo «a rodar», como gustaba decir. Durante toda su vida tuvo como costumbre dar largas caminatas ... a un ritmo elevado. Una afición que le procuró el mote de 'El Legionario' ya en su etapa de residente en Torremolinos. Un paraíso en cuyo turismo fue pionero hace más de medio siglo.
Allí escapó desde su Laredo natal del que estaba enamorado desde que vino al mundo en la emblemática Puebla Vieja, en el seno de una familia pescadora. Estudió hasta los 14 años y, tras un breve paso por el Juzgado como auxiliar, recaló en Colindres.
Allí trabajó en una empresa de electrodomésticos, máquinas de coser, instalación de los primeras televisores y recambio de ruedas, a pie de acera. Entró de ayudante, y a los pocos años ya se convirtió en encargado.
Más tarde impulsó como socio y gerente la empresa Móvil Rueda en el mismo Colindres. Y, por fin, en 1979, fundó el Taller de Neumáticos Eduardo Casas, en su actual ubicación al pie de la Carretera Nacional en Cicero. Un emplazamiento elegido a conciencia, porque tenía muy claro que su cliente preferente no era el conductor de utilitario, sino el chófer de camiones y autobuses.
Desde entonces no hubo profesional de la carretera de la comarca oriental que no conociese a Casas, como le llamaban cariñosamente a este hombre de carácter guasón, pero, sobre todo, gran trabajador, que seguía a pie de ruedas y mecánicas hasta las nueve de la noche de los sábados, que cuando aquello eran laborables.
Allí se granjeó la imagen de gran profesional y de hombre justo, al que le gustaba aquello de 'las cuentas claras y el chocolate espeso'.
En aquel negocio contó con el apoyo de tres de sus hijos, Javier, Enrique y Ana, hoy al frente del taller, y fuente de orgullo junto a sus hermanos Edudardo, catedrático de la Universidad de Cantabria;Carlos, sacerdote;y Roberto, responsable del Ambulatorio de Ampuero.
A los seis los crió con su inseparable Ángeles Rentería, también pejina, en un hogar que inicialmente estuvo en las casas de Quiero y no Puedo y luego se situó en el Carlos V.
Otra de sus pasiones fue el chiquiteo y cantar con su cuadrilla en los bares pejinos. Una vieja costumbre de los hombres de Cantabria que no perdió nunca. Una persona que se hizo querer en todo el Valle del Asón, sobre todo entre los muchos profesionales del volante.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.