El ruiseñor de Cantabria

Fernando era habilidoso por naturaleza; era un temible jugador de mus, un hábil jugador de billar a tres bandas, posiblemente una de las modalidades más difíciles de este juego de alta precisión, y era un formidable contrincante en el juego del dominó.

Tenía una voz de oro que mantuvo hasta el fin de sus días. Yo lo conocí cantando 'Las danzas de Príncipe Igor', del compositor ruso Aleksandr Borodin, dirigido por Agustín Latierro, director del Coro de los Escolapios. Era un gran tenor, siempre rozando tonos prohibidos, que triunfó con nuestra jota montañesa, más lenta y señorial que las demás. Cantando la jota aragonesa era un consumado maestro en cuyo amplio repertorio siempre incluía esta letra: «Que aragonés sea noble/ no quiere decir gran cosa/ la nobleza la da el Ebro/ y el Ebro nace en Reinosa»; las asturianas, las dominaba a la perfección: 'Dime xilguerin parleru' y eran muy apreciadas sus versiones de la canción mexicana, una de las preferidas de su extenso repertorio. Imitando a Carlos Gardel cantaba 'Mi Buenos Aires querido' con una voz bien timbrada y muy peculiar.

Casado con la venezolana Elizabeth Colina Bruxual, tuvo tres hijos: José Luis, Elizabeth y Beatriz. En su etapa de mayor productividad fue director de una sucursal del Banco Atlántico en Santander, donde hizo una gran labor que le fue reconocida por sus superiores.

Desde estas líneas quiero unirme al dolor de tan apreciada familia que, como yo, sentirán el insoportable dolor de su ausencia.