Las palabras nos definen

Nuestro cerebro no piensa con palabras. Experimenta pensamientos, emociones que luego se desdibujan en palabras. Decía Einstein: Rara vez pienso con palabras. Y esa riqueza de matices de los pensamientos (hasta 50.000 tenemos cada día) desprovistos de códigos se tiene que traducir a unos cuantos cientos o, con suerte, a miles de palabras para expresar lo que sentimos o lo que pensamos. Sabido esto, la riqueza de nuestras expresiones define bastante bien nuestra riqueza de pensamientos, aunque no la riqueza emocional o humana que circula por otros caminos más difíciles de interpretar.

Comunicarnos exige un esfuerzo. Tenemos que conseguir hacernos entender, que el otro sepa, por nuestras palabras, lo que queremos que llegue a su mente. Cuanto más precisas sean estas mejor llegará el mensaje a nuestro interlocutor. ¿Pero cuál es el mayor enemigo de la comunicación? El peor enemigo es la prisa, la rapidez por decir lo que queremos decir y sobre todo el no constatar que lo que hemos dicho es lo que realmente se ha entendido. La prisa o incluso la falta de esfuerzo, la comodidad, influyen en la capacidad de claridad de lo dicho y esto afecta a todos los campos en los que nos desenvolvemos: comunicación dentro de la pareja, entre padres e hijos, entre profesor y alumno, entre compañeros de trabajo, entre el jefe y el subordinado o yo mismo ahora al expresarme hacia usted como lector. Todos sabemos reconocer cuando alguien es capaz de comunicar con efectividad. Incluso podemos llegar a detectar una buena mentira o una verdad acomodada pero bien expresada, y cuando alguien se expresa adecuadamente agradecemos ese esfuerzo o esa destreza que nos ha permitido acercarnos lo más posible a la esencia del pensamiento transmitido.

Esta reflexión no es baladí, sobre todo en el mundo de la empresa en donde las dificultades de comunicación están en la base de muchas de las ineficiencias que en ellas se desgranan y las empobrecen. Una organización es un ser tan grande que ni su propio director, presidente o propietario es capaz de favorecer con su esfuerzo el flujo que debe permitir que cada responsable dentro de ella pueda informar y estar informado de todo lo que es relevante para su buen funcionamiento. En las empresas hay filtros, agujeros negros, distorsiones, radio macuto, malentendidos, comunicaciones parciales, desconocimientos, duplicidades en los trabajos, falta de permeabilidad y manipulaciones interesadas que impiden que todo lo que es necesario que se sepa llegue a su destino en tiempo y forma, siendo muy importantes estos dos últimos.

Hay otra gran comunicación que es la no verbal, la gestual. Está siempre presente cuando hay dos o más personas en un mismo lugar. Esta es la comunicación más veraz, más limpia, menos manipulable y la más universal de todas las comunicaciones, pero hay que saber entender sus códigos y su lenguaje y eso no está al alcance de todos los interlocutores. Siempre, lo que nos decimos sin palabras es mucho más potente que lo que las palabras expresan y mucho más sincero. Hay decenas de miles de microgestos que impiden disimular lo que se quiere ocultar; el silencio de un rostro es lo más transparente que hay.