El dueño del cielo
Una biografía de Pedro Arce rescata al piloto y constructor aeronáutico de Castillo, Salvador Hedilla, pionero de la aviación española
Javier Menéndez Llamazares
Viernes, 2 de junio 2017, 23:42
Salía más en la prensa que el mismísimo Alfonso XIII; eso cuenta su biógrafo Pedro Arce, quien el pasado viernes presentara en el Ateneo de ... Santander el libro Salvador Hedilla: un piloto audaz, en el que reivindica la memoria de un hombre cuya vida tiene todos los elementos de las leyendas contemporáneas: hecho auténticamente a sí mismo, desde la nada lograría el éxito económico, el reconocimiento social y una fama inusitada. Y, como las grandes figuras del siglo XX, su vida se vería truncada en pleno apogeo.
Nacido en Castillo el 9 de noviembre de 1882, pocos podían presagiar que Salvador Hedilla Pineda escaparía al destino de labradores de sus padres, que debían defenderse con un par de carros de tierra y una escasa cuadra que no alcanzaba la decena de vacas. Pero eso no era para Salvador, quien tras trabajar en una fábrica de salazones en Santander, a los diecisiete años reúne sus pocos ahorros y emprende la aventura americana, decidido a ser mecánico.
En Buenos Aires, el mundo se abrirá ante sus ojos. Mientras va progresando profesionalmente, trabajando para una empresa ferroviaria, descubre los nuevos aires que cambiarán el mundo con el nuevo siglo: las artes, las ciencias, las ideas se están renovando. Mientras estudia ingeniería y medicina, descubre el deporte, sobre todo el ciclismo, y abrirá un taller mecánico en la capital porteña. Pero la velocidad le llama y pronto conseguirá una motocicleta y se convertirá en uno de los primeros campeones del motor de la época. Claro que en esa época no se habla más que de los hermanos Wright y la posibilidad, hasta entonces impensable, de surcar los cielos.
Tras un viaje a Europa, volar se convertirá en su obsesión. Liquida sus propiedades y se instala en Francia, donde Robert Morane le enseñará a pilotar. En 1913 obtendría su licencia de vuelo; según su número del Real Aero Club de España, solo cuarenta lo habían logrado antes que él. Y muy pocos eran civiles. Uno de esos pilotos sería el santanderino Juan Pombo.
Ese mismo año llegará Hedilla a Santander rodeado de gran expectación. El aeródromo de La Albericia sería su base de operaciones, desde donde comenzará a realizar vuelos de exhibición que hacen las delicias de la prensa y los ciudadanos de Gijón o San Sebastián, que acuden en tropel a contemplar ese pájaro de cincuenta caballos y su aterrizaje en ese doble.
Los nuevos aeroclubes de cada región empiezan a convocar competiciones, y en los podios de honor comienza a ser un habitual Hedilla, quien para entonces ya ha alcanzado la celebridad local, hasta el punto de la población se divide entre los partidarios de Juan Pombo y los suyos. El de Castillo comenzará entonces una carrera de éxitos, consiguiendo la Copa Montañesa de Aviación. Su nombre empieza sonar por todo el país, por el sur de Francia y hasta en Cuba, donde la prensa se rinde a sus encantos, congrega multitudes. Y es que allí había acudido, como un caballero medieval, a aceptar el reto del ídolo local, Domingo Rosillo: Mil pesos de oro a quien consiga escribir en el cielo del Caribe la fecha 13 del 12 de 1914. Además, Hedilla contraataca y se propone batir el récord de altura de Rosillo. La posterior victoria del español se convertiría en anecdótica, pues entre ambos se forjaría una estrecha amistad.
Altos riesgos
De vuelta a España, Hedilla constata que la gloria no paga las facturas tenía una familia que mantener, tras desposarse con la cantante lírica Visitación del Campo, natural de Pedreña, y su carácter volcánico le lanza a una nueva y aún más compleja aventura: convertirse en constructor de aeroplanos. Diseña y fabrica un monoplano, el Salvador, que a fuerza de lucirlo sobre el cielo de la capital se convertiría en parte del paisaje madrileño. Pero no recibe encargos y decide aceptar una doble oferta en Barcelona: dirigir la Escuela Catalana de Aviación y regentar la fábrica de aviones Pujol, Comabella y cía. Con estos nuevos puestos, su prestigio seguirá creciendo hasta límites insospechados: pese a no pertenecer al ejército, el Ministerio de la Guerra le comisiona para negociar en su nombre en Francia. Con sus gestiones conseguirá que veinticinco mil aviones franceses lleven motores Hispano 8.
Pero Hedilla sigue enamorado del vuelo, y de las gestas: vuelve a competir y gana la Copa Mediterráneo y la Copa Tibidabo, y cuando cruza por primera vez el Mediterráneo, hasta Mallorca, en los cabarets del Paralelo Carmen Flores le hace un cuple con la música del Balansé: «Hedilla voló a Mallorca, luego a Santander voló, el día menos pensado va volando a Washingtón». Le vitorean como deportista, le jalean como a un torero, pues se juega la vida en cada vuelo. Literalmente.
Cuenta Emilio Herrera en Aviador de romance que el 30 de octubre de 1917 había invitado al periodista y médico José María Armangué a conocer «esa emoción» del vuelo deportivo que nunca había experimentado. Su monoplano Hedilla despegó del aeródromo de La Volatería a las cinco de la tarde, y tres kilómetros más adelante perdería el control del aparato, que se estrelló en un cañizal. Piloto y pasajero fallecieron al instante. Hedilla sería despedido con condolencias oficiales y un profundo pesar popular. Sus restos reposan en el cementerio de Ciriego pero su memoria sigue surcando los cielos.
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