Dicen que un buen libro se abre con interés y se cierra con provecho, pero ¿cómo se cierra una librería? En 1942, Dionisio ... José García Barredo puso en marcha una pequeña librería en la droguería de su suegro creando el germen de Estvdio. Aunque continuará en Calvo Sotelo, hace unos días conocimos el cierre del establecimiento de la calle Burgos que me ha dejado helado. Supongo que es la misma sensación que produce la desaparición de otros comercios, bares o cafeterías que, sin darnos cuenta, forman parte de nosotros mismos y de repente, sin previo aviso, se nos amputan del organismo de nuestra cotidianeidad.
En Santander ha habido librerías emblemáticas que, como hogares de libros huérfanos, dejaron una importante huella entre los lectores que los acogieron. Desde la librería de Pepe el Gordo, de principios del siglo XX, ubicado en la desaparecida calle de La Blanca, hasta la entrañable de Estvdio de la calle Burgos, podemos citar la Librería Católica, que tenía una famosa tertulia de clérigos y era propiedad de Vicente Oria. Sus sobrinos, Benito y Wenceslao Hernández, fundaron la Librería Religiosa. Cuando las hermanas Pérez González, regresaron de Argentina, instalaron frente a la iglesia de Santa Lucía, en Daoiz y Velarde, una papelería con material escolar que llamaron Hispano-Argentina y que luego como librería se trasladaría a la calle Hernán Cortés para terminar su actividad en la calle de San Francisco. Hubo más: La Moderna, La Carpeta, El Escritorio, Pico, Papelera Española...
La pandemia ha acelerado este proceso de cierres más o menos traumáticos que nos descubre que la transformación a veces no sabe eludir la nostalgia. Pero si un hogar sin libros es como un cuerpo sin alma ¿qué será una ciudad sin librerías? Preguntas e inquietudes de viejos que se alivian sabiendo que en el lugar que deja Estvdio habrá otro hogar de libros huérfanos para acoger.
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