Suele ocurrirme. Mis manías hacia las cosas se convierten en apegos cuando alguien las atiza con más manía que yo. Culpa del placer del antagonismo, ... supongo. Y aquí estoy, escribiendo en defensa de una prenda que siempre he rechazado, la corbata, por culpa del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, que ha recomendado que no se lleve para ahorrar energía.
Ahora resulta que la corbata, que ya no la usa casi nadie, va a ser la culpable del gasto energético. Y tal y como está el talante de este Gobierno, no me extrañaría que de la misma forma que quiere limitar la temperatura de la calefacción y del aire acondicionado en los comercios, empresas y transportes, nos sorprenda con alguna orden ministerial contra el uso de corbatas en verano y la obligación de llevar bufandas en invierno. Ya sabemos que el progresismo avanza con leyes que nos inundan con prohibiciones y lecciones de moralidad. Por ejemplo, prohibir a los alumnos de Cataluña hablar castellano en sus colegios y dar ejemplo de bondad aperturista dejando vía libre al catalán en el Congreso de los Diputados y en el Senado.
Por eso, pocas horas después de estigmatizar a la corbata, Sánchez se la puso para viajar a Serbia, empleando para recorrer los 26 kilómetros que hay desde Moncloa a la base aérea de Torrejón, 180 kilos de queroseno de helicóptero frente a los 5 litros de gasóleo que hubiera gastado en coche. ¿Preocupación por el gasto energético? La misma que tiene por los derechos de los escolares castellanohablantes en Cataluña.
Lo de la corbata, más que ahorrar energía, es cuestión de imagen. Y Sánchez dice ahora que se la quita para no parecerse a ciertos mangantes de su partido que como él la han llevado presidiendo Gobiernos de corrupción en Andalucía. Pero ya no nos engaña. Sabemos que enseguida se la pone, que a guapo no le va a ganar nadie.
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