Qué tiempos aquellos en los que para sobrevivir se necesitaba una barra de pan y una bota de vino. Era la forma de andar el ... camino de entonces, no como hoy, que nos hemos complicado la vida demasiado.
Me viene esta reflexión mientras preparo mi kit de supervivencia ante un posible apagón eléctrico y carencia de productos de consumo. Ya saben, por si las moscas. Aunque hemos tenido la experiencia del confinamiento, la verdad es que no me había planteado ni en hacer acopio de nada ni en planificar recursos ante una posible escasez, hasta que la ministra de Transición Energética, Teresa Ribera, ha asegurado rotunda que no hay peligro de apagones eléctricos en nuestro país. Es cuando me he acojonado de verdad.
Soy un fan del kit urbano, equipamiento inspirado en la variedad de objetos que una mujer es capaz de meter en su bolso. Y gracias al más masculino hábito de la mochila, además del conjunto básico del móvil, documentación, llaves, mascarilla, tarjetas de crédito y algo de dinero en efectivo, también llevo una especie de neceser que vierto ahora sobre la mesa a modo de revisión: auriculares, cargador, memoria USB, bolígrafo, gafas de cerca, cepillo dental, peine, navaja multiusos, gel hidratante, linterna, silbato y un modesto botiquín con unas tiritas y paracetamol.
Pero ante los tiempos que corren estoy pensando en enseres más serios: velas, pilas, placas solares portátiles, herramientas, alimentos no perecederos, sacos de dormir, estufas de butano, camping gas... y hasta un grupo electrógeno, siempre que pueda encontrarlo, que a lo mejor ya ni quedan.
Ya sé que les pareceré un exagerado, porque lo de los apagones es una cosa casi imposible que ocurra. Sí, sí, como las pandemias, las erupciones volcánicas, el cambio climático, la crisis energética, la imparable carestía de los productos y los gobiernos incapaces que confunden el futuro con la prehistoria. Por eso.
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