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Hace unos días, durante el desfile militar del 14 de julio en París, Macron hizo público su propósito de contratar a un grupo de escritores de ciencia ficción para anticiparse a los posibles escenarios bélicos que Francia tendrá que afrontar en un futuro cada vez menos lejano. No sé si Verne habría trabajado con la misma libertad de haber sabido que sus predicciones se utilizarían para preparar una guerra inminente. Tampoco tengo claro si su ego, que imagino equiparable al de cualquiera con la vanidad suficiente como para ansiar ver su nombre negro sobre blanco, le habría permitido no firmar nunca sus obras. O peor aún: que éstas permaneciesen durante siglos, bajo la categoría de secreto de Estado, en un archivador polvoriento del Ministerio de Defensa. Habría que vernos en esa tesitura a los que nos quejamos, con razón, de la precariedad tantas veces asociada a la literatura.

Lo que de verdad me pregunto, en cualquier caso, es cómo se enfrentarán los miembros de ese Red Team -siempre motiva que el nombre de tu equipo parezca sacado de Pokémon- al bloqueo creativo. Yo, que a veces me quedo en blanco ante el modesto encargo de escribir una columna, empaticé enseguida con ese pobre juntaletras obligado a entregar una distopía fatalista, pero plausible, para antes de ayer. Pienso en lo difícil que les va a resultar ser originales con la que está cayendo. El riesgo de construir un escenario indistinguible de la realidad y que su jefe les mande al cuerno, dadas las circunstancias actuales, es elevado: entre el cambio climático, el auge de la ultraderecha, la reciente buena prensa de los muros fronterizos y esos robots que en diez años nos van a echar a todos del curro, lo tienen crudo. Aquí va mi consejo: compañeros, echadle zombis al caldo, que muy mal dadas tienen que venir para que Putin ya tenga un ejército preparado.

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