Infraconciencia del machismo
La falta de denuncias del entorno familiar y social de las víctimas de violencia machista sigue siendo la laguna de la sensibilización colectiva
Cada mujer asesinada en España por la violencia machista constituye la expresión de una degradación en la convivencia colectiva inasumible en una sociedad desarrollada, agravada ... cuando ese mismo sexismo extremo se cobra venganza con los hijos, compartidos o no. Conviene recordar lo que significa esa herida abierta día a día y evocar las historias de vida arrebatadas por la fuerza que late tras los feminicidios ante el riesgo de que la sangría que no cesa se interiorice como una fatalidad poco menos que irremediable. O lo que es peor, que el combate cotidiano que requiere la erradicación de ese machismo atroz e irreversible se vea erosionado por una sobrevenida trivialización que tiene a los jóvenes como muy inquietante punta de lanza. Que el 23% de ellos y el 13% de ellas, según una reciente encuesta del Ministerio de Juventud e Infancia, incurran en el negacionismo de la violencia sexista actúa como inquietante telón de fondo de la evidencia de que, como en años precedentes, los feminicidios registran un alarmante repunte con la aproximación del verano; cuando, entre otras cosas, hay más horas potenciales de coexistencia con el maltratador. Catorce de los 22 asesinatos de mujeres registrados en lo que va de 2025 se han concentrado en abril, mayo y, singularmente, en junio (nueve), lo que obligó ayer a convocar el comité de crisis y ha llevado a la ministra Ana Redondo a decretar este contexto como de una «alerta máxima» que debe concernir a toda la ciudadanía.
La titular de Igualdad refirió lo que destapan los últimos homicidios: «infradenuncias», víctimas «resistentes» –las que ya sabían lo que es malvivir bajo amenaza– y agresores reincidentes. Es decir, ningún dato que apunte a una realidad desconocida, lo que intensifica el doloroso desconcierto por la incapacidad para contener una cadencia insufrible, aun cuando el Estado de derecho frene a diario las peores consecuencias del mal. Es imprescindible seguir interpelando a las víctimas para que denuncien. Pero hay que constatar, también, que son ellas, las que más padecen, las que lo hacen. Porque la laguna del sistema continúa en los entornos familiares y sociales, donde no termina de arraigar una convicción vital para la eficacia de las medidas: que el maltrato, que la amenaza de muerte a una mujer, jamás es un problema privado. Pero cómo concienciar sobre lo más grave si ni siquiera mujeres víctimas de otro tipo de acoso, el sexual, en entornos supuestamente feministas –y la ministra lo sabe bien– se sienten lo suficientemente amparadas para denunciar.
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