Lenguas como cambalache
La pedagogía sobre que el catalán, el euskera y el gallego son patrimonio común no existe en el intento del Gobierno en la UE de contentar a Junts
El Consejo de Asuntos Generales de la Unión Europea, esta vez bajo presidencia danesa, volvió ayer a dar largas al intento del Gobierno español para ... que sus socios comunitarios reconozcan el catalán, el euskera y el gallego como lenguas oficiales. El aplazamiento del debate, como ocurrió hace dos meses, representa una salida diplomática que atenúa el portazo, dado que una decisión de este calado precisa de unanimidad de la familia europea y son varios los estados que continúan planteando dudas, cuando no abiertas reticencias, a las intenciones del Ejecutivo de Pedro Sánchez. Y no solo por las económicas –España se ha comprometido a hacerse cargo de los 132 millones de euros en que se calcula el coste de forma preliminar– o por las puramente técnicas que tienen que ver con los mecanismos de implementación.
De hecho, el Gobierno debería dejar de atribuir la responsabilidad de las trabas, en exclusiva, a las gestiones entre sus pares europeos del Partido Popular, decidido a librar una batalla en la que entremezcla su defensa de las garantías de la enseñanza del español, singularmente en Cataluña, con una determinación política de hacer valer su posición en la UE en la que tan cómodo se ha desenvuelto Sánchez siempre.
Debería dejar de hacerlo porque la oficialidad de las lenguas minoritarias y minorizadas no es una cuestión baladí para estados que se rigen por un modelo territorial alejado de la acusada descentralización de la España autonómica. Es el caso de la vecina Francia, que no reconoce el euskera que se conserva en el territorio fronterizo con el País Vasco. El catalán, el euskera y el gallego tiene su cooficialidad reconocida constitucionalmente. Lo que interpela a traducir lo que establece la ley en su consideración como un bien de todos los españoles.
Una pedagogía que ayudaría a contrarrestar, en paralelo, la patrimonialización por parte de los nacionalistas de las lenguas autóctonas ante aquellos de sus conciudadanos que no las conocen o no las hablan; e incluso ante aquellos distantes ideológicamente –populares, socialistas y de otros partidos– que también se expresan a través de ellas. Pero esa pedagogía ha brillado por su ausencia en el impulso a la oficialidad en Europa, convertida, como otros tantos asuntos nucleares de la legislatura, en un cambalache forzado por las exigencias de Junts para sostener a Sánchez. Por eso resulta especialmente agraviante que Carles Puigdemont se permita desdeñar los esfuerzos del Gobierno criticando una presunta «deriva supremacista» con el español.
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