Elegir historia
«Han de deliberar los que saben antes de que vayan a votar los que deciden»
En relación con el conocimiento, podemos dividir a los filósofos en dos bandos. Para los optimistas los errores son los peldaños necesarios en la escalera ... de la verdad. Incluso resultan, gracias a este ascenso o aproximación, cada vez más pequeños, más cercanos al ideal de comprensión, ese '¡ajá!' universal que buscamos desde Tales de Mileto. La historia del conocimiento es, por tanto, la narración de cómo se combaten y superan errores. Los errores pertenecen a la Historia de la Verdad.
En cambio, para los pesimistas o escépticos las sucesivas verdades no son sino los errores expresivos y definitorios de cada época o clase. Lo que consideramos cierto no es sino el consenso en torno al error que más conviene. Como decía Nietzsche, «las verdades son ilusiones de las que se ha olvidado que lo son» («die Wahrheiten sind Illusionen»). Las verdades pertenecen a la Historia del Error.
A favor de la primera visión trabajan ciencias como las matemáticas, la física, la química, la geología y la medicina. Si no intimasen con la realidad del mundo y de su lógica, no podrían cumplir algunas promesas, curarnos de enfermedades o hacer volar los aviones. Por el contrario, las ciencias sociales parecen a menudo laborar para justificar la visión escéptica. Las teorías económicas y sociológicas, las doctrinas políticas, las narraciones históricas: todo parece teñido frecuentemente de valoraciones y prejuicios de cada pensador, andamios con que construye 'su' verdad, modelo imaginario con elevada dosis de subjetividad. Que un químico sea nacionalista resulta intrascendente para la química. Que el historiador lo sea afecta al concepto y validez del conocimiento histórico.
El drama de la política es que no puede ser científica ni entrar, por tanto, en la historia optimista del saber. Mientras que una comunidad científica discute democráticamente para ir superando errores, la comunidad democrática discute anticientíficamente para que uno de ellos se imponga a cualquier verdad. En Cantabria, esta situación nos perjudica mucho, por la falta de continuidad y de rigor técnico en nuestros debates públicos. Y es que, con loables excepciones, nuestros expertos se prodigan poco. Cada vez que intervienen, sin embargo, introducen de inmediato mesura, credibilidad, decisiones ponderadas.
Acaban con la ilusión de que a Moisés le tocaron las tablas de la ley en un sorteo en el pub del Sinaí. Instituciones y entidades privadas cántabras deberían, pues, fomentar estructuras de análisis y propuesta más prominentes. Han de deliberar los que saben antes de que vayan a votar los que deciden. Convendría elegir la historia del error más parecida a una historia de la verdad. Sería la mejor política, es decir, la menos errónea.
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