Encuentros familiares
Durante el primer confinamiento, y ante la sobrecogedora cifra de muertes, era frecuente oír que lo que sucedía iba a cambiar nuestra forma de pensar, ... nuestra actitud ante la vida. Yo nunca estuve seguro de que fuera a suceder. La llegada del verano y una cierta relajación de las medidas de protección favorecidas por la disminución de fallecidos nos hizo olvidar muy pronto lo que habíamos sufrido.
La segunda ola pandémica ha devuelto la conciencia de nuestra vulnerabilidad. Más muertes, más confinamientos y las indeseadas limitaciones en las comidas familiares de Navidad, probablemente de las medidas que hemos tenido que aceptar más dolorosamente.
De repente, los encuentros en torno a la mesa se nos hacían imprescindibles. Reunirnos era algo más que una tradición, pese a los desencuentros que la política, el fútbol u otras anécdotas desencadenaban en ocasiones: a lo mejor la diferencia con la que recordábamos el pasado. Y ese deseo de estar juntos se impone a pesar de que ahora viajamos más, nos vemos más y tenemos los medios digitales para vernos y oírnos.
Quizás esta situación nos facilite una mayor empatía con los muchos inmigrantes que hay en España. Ellos también tendrán deseos de estar con los familiares que dejaron en sus países de origen hace tiempo. Ellos también sentirán estos días el «Olor de aquellos años de mi infancia» que escribía Sánchez Rosillo en 'Quién lo diría' recordando su pueblo, la casa, el árbol junto a ella. Ellos también tienen memoria. De cara al próximo año, como escribía Jesús Munárriz, acaso más que ilusión pidamos ánimos.
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