Antisistema
Antisistema. Eso ponían las enormes letras negras sobre aquella camiseta blanca. Dentro iba una mujer que miró con dureza cuando nos cruzamos en los pasillos ... del súper, imagino que porque me quedé contemplando la camiseta, con esa cara de sobao con la que uno va a la compra.
«Antisistema», volví a leer. Como concepto me atrae, aunque menos que de crío. Además, a la chica le sentaba bien; era alta y de porte felino, de estética claramente andrógina y con un corte de pelo un pelín punk. En mi cabeza, en cambio, se produjo un cortocircuito: ¿Antisistema? ¿Anti qué sistema?
Me vino una sonrisa recordando un artículo de Martín Sacristán en Jot Down, donde sostiene que los moteros nos sentimos muy felices en la imagen de rebeldes que nos hemos fabricado, aunque luego circulemos siguiendo el código de circulación y contribuyendo con Hacienda en cada repostaje.
Después de una semana a vueltas con el 'affaire Rubiales', y viendo cómo el dirigente apeló a la mayoría silenciosa –el discurso que pronunció el viernes fue para estudiar en las escuelas de sociología–, acaba uno preguntándose si quienes asumen la bandera antisistema no estarán en realidad en las antípodas de donde creen situarse.
Lo de Rubiales, obviamente, no tiene un pase, pero el debate social que quiso abrir resulta imposible, por la sencilla razón de que a quien ose salir en su defensa le van a cortar la cabeza. Vamos, que si la lías con la Supercopa no pasa nada, pero con el ministerio de Igualdad no se juega, porque entonces caerá sobre ti el peso de la ley… y todo el 'sistema'.
Como dice mi amigo Carlines, «blanco, hetero, liberal, de economía saneada… ¡el antisistema soy yo!».
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