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Hoy, como cada 16 de octubre, se celebra el Día Internacional del Jefe. También hoy, como cada 16 de octubre, se celebran el Día Mundial de la Alimentación y el Día Mundial del Pan. Seguramente sea casualidad, pero en cualquier caso la metáfora está servida: todavía —aun en estos tiempos de recesión económica global— perdura esa idea absurda de que es el jefe quien da de comer a los trabajadores y no al revés. Amiga, date cuenta: el trabajo casi nunca dignifica, lo que de verdad dignifica es el dinero.

Mucha gente ha tomado conciencia, gracias al parón forzoso y a la elevada presencia del teletrabajo que ha traído consigo el coronavirus, de lo difícil que nos resulta hacernos responsables de nuestro propio tiempo. Esta sensación planea con especial inquina sobre las ciudades, donde todo está configurado para que la existencia se convierta en eso que pasa mientras dedicamos toda nuestra energía a una jornada laboral agotadora, casi siempre aderezada con menús de comida rápida, ansiedad por no llegar a todo y miles de horas desperdiciadas en desplazamientos.

«Hay que acabar con la noción absolutamente engañosa de que todo el mundo tiene que ganarse la vida. (…) Seguimos inventando trabajos debido a esa falsa idea de que todo el mundo tiene que ser empleado en algún tipo de trabajo penoso, porque (…) debemos justificar nuestro derecho a existir. Así, tenemos inspectores de inspectores y personas fabricando instrumentos para inspectores, para inspeccionar a los inspectores.» Este pensamiento, verbalizado hace varias décadas por Buckminster Fuller, me viene ahora al pelo para recordarles que las personas no nos ganamos la vida; porque la vida, queramos o no, ya nos pertenece.

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