¿Por qué escribo?
Últimamente, la preocupación por la objetividad y el rigor va dejando paso a la exposición de mi particular visión del mundo
En 1995 comencé a escribir en El Diario Montañés y desde entonces muchos artículos han visto la luz. El Diario Montañés ha sido muy generoso: ... me ha acogido en sus páginas y me ha permitido que escribiese con total libertad. Pero, lo confieso, cada día tengo más dudas sobre si tiene sentido ocupar espacio en el periódico. Sí, padezco algo próximo al 'síndrome del impostor'; es decir, ¿aporto algo?
¿Por qué escribo? La respuesta no es sencilla. Trato de comunicarme. Tengo necesidad de expresar lo que pienso. En mis artículos se pueden encontrar mis obsesiones, mis filias y mis fobias. Escribiendo reflexiono y, además, me resulta más fácil sistematizar mis ideas. Escribo más para aclararme yo que para explicar algún asunto a los demás. También confieso que, de manera más o menos explícita, con alguna frecuencia, trato de ajustar las cuentas con algún sector de la sociedad y, en general, con el estado del mundo.
La palabra es lo que nos define. Con la palabra captamos el mundo. Nos comunicamos porque necesitamos vincularnos a los otros. Efectivamente, somos seres sociales; no podemos estar solos. La lectura y la escritura nos transforman. El maestro más importante es el que enseña a leer y a escribir (en muchos casos el docente extraordinario es una abuela que apenas tiene estudios, pero que tiene claro que es fundamental que el niño adquiera esas habilidades que le abrirán las puertas del mundo), los profesores que venimos después aportamos mucho menos.
Cuando el niño pronuncia la primera palabra en la familia se celebra. Y cuando más tarde hace unos garabatos escribiendo 'mamá', 'papá' y su nombre la satisfacción de esos padres es enorme. En Altamira nuestros antepasados expresaron su visión del mundo; con sus pinturas se comunican con nosotros. Con la escritura nace la historia, y se guarda la memoria, y se construye el futuro.
Al principio, lo que escribía se apoyaba mucho en cifras y en la palabra de autoridades de la Sociología, la Psicología Social, la Filosofía y otras disciplinas próximas; pero poco a poco la orientación ha ido variando: ahora predominan mis opiniones y valoraciones, aunque, claro, muchas de ellas se basan en las fuentes de mi formación profesional y de mis intereses; ya se sabe: prestamos especial atención a los que tienen una visión del mundo que es próxima a la nuestra, así encontramos seguridad y reforzamos las iniciales intuiciones que rondan en nuestra cabeza.
Últimamente, la preocupación por la objetividad y el rigor, que trataba de lograr con el dato y la cita de autoridad, va dejando paso a la exposición de mi particular visión del mundo. Pretendo menos convencer; me conformo con la posibilidad de que mi punto de vista pueda contrastarse con el que exponen otros.
Cuando comparo los artículos de ayer con los que escribo ahora observo que cada vez me interesa menos la pelea política y los grandes asuntos 'estructurales' que suelen llenar las primeras páginas de los periódicos.
En los últimos tiempos atiendo el parloteo de los políticos con una gran distancia. Además, ¿qué puedo aportar yo cuando mil analistas debaten permanentemente sobre ese particular? Por el contrario, cada día me interesa más todo lo relacionado con la lógica de los grupos humanos y nuestras interacciones cotidianas; con la convivencia y los valores.
En los textos que envío al periódico hay retazos de mi biografía, y cuando los contemplo con distancia reconozco los estados de ánimo que me llevaron a escribirlos. Sí, hablo de mí, de lo que me sucede y de lo que observo cuando voy por la calle. Para tratar de entender, miro el paisaje y atiendo a cómo actúan los que están a mi alrededor. Gerardo Diego dijo: «El muelle es el escenario». Y también: «Las lejanías / están aquí al alcance de la mano». Y León Felipe: «Venid todos y ayudadme / a sacudir este árbol».
Siempre que escribo procuro no ofender. Sé que mi forma de pensar no coincide con la de otros; es natural, somos diversos y estamos en una sociedad plural. Para convivir es preciso escuchar las opiniones de los otros y, al menos, tratar de entenderlas. Hay que respetar a los vecinos y a los lejanos, pero sus posturas pueden ser perfectamente criticables; por supuesto, con educación.
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