El libro de Ruth
No es libro aburrido este: ambivalencia de la fama, tacto fino al tocar España, americanización fallida
Casi todos los libros que componen la Biblia ofrecen al lector atento, aparte del contenido espiritual, un significado político relativo a la época de su ... redacción. Así el Libro de Ruth, colocado en el Antiguo Testamento después del de los Jueces, pues la acción narrada se sitúa en aquella época de hace unos 3.000 años.
Ruth es una figura políticamente interesante. El rey David era hijo de Jesé, y este hijo de Obed, nacido del matrimonio de Ruth con un rico hacendado de Belén, Boaz. Pero además de bisabuela del gran rey, resultaba que Ruth era de nación moabita. El país de Moab, hoy sur de Jordania, se extendía desde la orilla oriental del Mar Muerto, por montañas y mesetas, hasta el desierto árabe. Era una tierra fértil adonde, huyendo de la hambruna, habían acudido como emigrantes económicos el belenita Elimélec y su esposa Noemí, con sus hijos Quilión y Mahlón, que casaron allí respectivamente con las moabitas Orfa y Ruth. Al fallecer el padre y ambos hijos, estos sin descendencia, Noemí pidió a sus nueras que volvieran a casa de sus padres y tomaran nuevos maridos. Pero Ruth se niega a abandonar a su suegra: marchará con ella a Judá y allí vivirá como los hebreos. En Belén conoce a Boaz y contrae su segundo matrimonio.
Este relato vinculaba la casa real davídica (y a Jesús de Nazaret posteriormente, como descendiente de David) con un país extranjero. Se estima por ello que el Libro de Ruth fue escrito para contrarrestar el fundamentalismo de los profetas Esdras y Nehemías, que querían prohibir los matrimonios mixtos y mantener la pureza étnico-religiosa. En Nehemías podemos leer: «Vi asimismo en aquellos días a judíos que habían tomado mujeres de Asdod, amonitas, y moabitas; (…) reñí con ellos, y los maldije, y herí a algunos de ellos, y les arranqué los cabellos, y les hice jurar, diciendo: No daréis vuestras hijas a sus hijos, y no tomaréis de sus hijas para vuestros hijos, ni para vosotros mismos».
El mensaje del Libro de Ruth era, por contra: «¿Cómo queréis prohibir las bodas mixtas, si el propio rey David tenía una bisabuela moabita?» Por tal razón, este libro fue base de la posterior apertura del judaísmo a aceptar conversos, y también de la apertura del cristianismo a los gentiles a partir de San Pablo. De ahí el episodio en los Hechos de los Apóstoles, cuando Pedro recibe órdenes por el Whatsapp celestial para dirigirse a Cesarea y visitar al centurión Cornelio.
Ahora también tenemos en Cantabria otro Libro de Ruth, al que su olímpica protagonista ha puesto punto final, y del que se pueden extraer algunas enseñanzas políticas, como en el antiguo.
En el primer puesto, encontramos un tema denominado Tiranía de la Fama. Pues la Fama es una niña que va siempre de la mano de su madre, la Fortuna, y según la calle que ésta tome la fama será buena o mala. Beitia llegó a la política y a la candidatura presidencial por su buena fama, conquistada en estadios del todo el mundo, donde se había convertido en la mejor atleta española. Muy conocida, muy querida: el esplendor de las redes sociales y la afluencia de patrocinios no eran sino doradas consecuencias de esa fama. El nuevo orbe de comunicación social se basa en una especie de 'star system', y por ello deportistas y artistas son buscados como estandartes de causas políticas, ya que aportan popularidad masiva y ahorran mucho gasto en márketing de familiarización con la marca. Así, en vez de políticos que saltan a la fama, tenemos famosos que saltan a la política.
No es la primera ni será la última figura social atraída por los cantos de sirena de la política a los acantilados donde, a poco que se descuide el piloto, ha de naufragar la nave de la confianza. Odiseo de Itaca, paradigma homérico de la astucia, se hizo atar al mástil del barco para resistir la llamada de las sirenas. Pues, cuando la fama se torna mala, se convierte en un monstruo terrible. Hay un libro de Ágata Christie, 'Los trabajos de Hércules', en el que Hércules Poirot, el detective belga, emula los famosos Doce Trabajos del semidiós griego. Uno de los relatos, 'La Hidra de Lerna', sirve para mostrar el poder del rumor colectivo, que es verdaderamente un monstruo de muchas cabezas. La Hidra ahora es digital y más peligrosa: aquella de la laguna argólica se ceñía a guardar la puerta al inframundo, con la de hoy el infierno te sigue por todo el mundo.
Segunda enseñanza: España es un estado autonómico y ciertas operaciones decididas desde Madrid serán cada vez más inviables, a menos que cuenten con la base local. Desde luego, siempre hay capacidad reglamentaria de imponer una decisión, pero las aparatosas consecuencias lo desaconsejan. Pues se da la paradoja de que, aun creyendo la autoridad central que toma una decisión más informada que la base local, el efecto 'boomerang' de su instrucción acaba cancelando los argumentos que la soportaban. Es preferible que la organización en cada lugar de España tome sus decisiones y, si se equivoca, sirva ello de lección para la próxima.
Esta parte del cántabro Libro de Ruth es ya lectura obligada en todo el país. El Libro nos dice que, sin un soporte procedimental desde abajo, las candidaturas no serán posibles. Casos como el del presidente andaluz, Juanma Moreno, o la ministra astur Matilde Fernández, que fueron en su día diputados al Congreso por Cantabria, son ahora inimaginables.
Tercera enseñanza: la americanización de nuestro sistema electoral se halla aún en pañales, y no estamos acostumbrados a la deportividad anglosajona. Los procesos de primarias han de tener como complemento 'a posteriori' la aceptación de la victoria y la voluntad de reunión. Sin esa cultura, las primarias son un método de dividir, no de multiplicar. En España siempre fue clave lo que mi maestro Carlos Dardé llama «la aceptación del adversario»: cuando nos ha faltado, hemos acabado fatal.
No es libro aburrido este: ambivalencia de la fama, tacto fino al tocar España, americanización fallida. ¿Qué relación guarda con el bíblico Libro de Ruth? Este era un alegato contra la obsesión con la falsa pureza. De algún modo, la fama inmaculada, la pureza reglamentaria y la democracia radical son ideales que necesitan modulación realista: nunca hay candidato perfecto, España requiere coordinación en la subordinación, y no hay derecho a decidir sin un método de sana deliberación. Nehemías tiene como circunstancia atenuante tres milenios; nosotros, ninguna.
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