La pasada semana fallecía Luchi Valero. No sólo sus familiares y amigos han llorado su desaparición, lo hemos hecho también muchos antiguos alumnos recordando los ... años que nos dio clase de Latín y nos dispensó un trato afectivo. Luchi perteneció a una generación inolvidable de profesores del Instituto Marqués de Santillana que conocimos en la década de los sesenta quienes estudiamos en ese centro los seis años de Bachillerato y el Preu. Su nombre está asociado a su marido, Marcelino Coterón; a su hermano, Pedro; con ellos Natividad Revuelta, Demetrio Cascón, su mujer Paquita, Eva Ulate, Maruja García, José López Hoyos, David Ibáñez, su mujer Carmen Rodríguez, Albertina Sañudo, Tomás López, Rodrigo Gil, Carmelo Oria, Emilia Sañudo... Un grupo de profesores -la mayoría iniciaba su trayectoria profesional- llenos de ilusión, algunos ya con hijos, lo que hacía que comprendieran la pereza de estudiar y las trastadas, casi todas inocentes, de sus discípulos. Muchos eran de Torrelavega y, en algunos casos, conocían a las familias de los alumnos, lo cual favorecía un mayor acercamiento afectivo. Nos transmitieron conocimientos pero al mismo tiempo nos educaron y contribuyeron a formarnos como personas, aunque entonces no nos dábamos cuenta. No había tantos recursos didácticos como hay ahora, pero lo suplían con dedicación profesional y con cariño. Algunos de estos enseñantes compartieron el horario diurno con el nocturno. Conozco casos en los que el mismo profesor dio clases por la mañana a un adolescente y por la noche a su madre. Para algunos de sus alumnos, entre los que me incluyo, su sentido de la ética, del compromiso con la enseñanza, de la cercanía con el alumnado fue un ejemplo que influyó en su decisión de dedicarse a la enseñanza. Luchi encaró sus últimos días con el ánimo y la sonrisa que la acompañó siempre.
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