Un maltrato muy común, silencioso y permanente
El amor es ternura, cercanía, comprensión, respeto, aceptación desde la igualdad..., y diálogo dentro de un proyecto de vida en común
Hace unas semanas acudió un matrimonio a consulta, ambos situados en la década de los sesenta, padres de tres hijos, con buena presencia ... y en actitud correcta, aunque se observaba cierta tensión especialmente en él, gestualmente algo lejano y con tono frío, análogo al que presentamos cuando no nos sentimos a gusto.
Pregunté a la señora, pues era la que solicitó la consulta, cuál era el objetivo de la misma, y de forma impetuosa y con tono áspero, respondió el esposo secamente, «no le pasa nada, toda la vida ha estado así, quejándose permanentemente, lo que tenía que hacer es lo que yo, trabajar y dejarse de cuentos, hace muchos años que ha querido ir a un psiquiatra, ¿y para qué?, para nada, porque no tiene nada, solo pocas ganas de trabajar y cuento». «Se levanta cuando quiere, hace cuatro cosas en casa que no requieren esfuerzo, sale cuando quiere, y lo que le gusta es estar un rato frente a la televisión perdiendo el tiempo, en vez de trabajar. Yo le digo que tuvo mucha suerte al casarse conmigo, que si cae con otro la habría tenido firme todo el día, porque así no se puede vivir, éste comportamiento de dejadez, ya desde el principio, lo puse en conocimiento de su madre».
En este momento, y como el discurso subía de tono, además de ser un monólogo impuesto, le rogué, después de agradecerle su información, que me permitiera hablar con su mujer a solas, por si tenía algo que comentarme de interés. La señora libre, o liberada de ese enorme monstruo, comenzó lentamente entre sollozos y suspiros, a relatarme lo que supone el infierno en la tierra.
«Ya desde novios, le observé muy temperamental, muy impulsivo y a la vez sensible, no era fácil que aprobara mi comportamiento, más bien le criticaba como de inoportuno o zafio, y de forma especial el de mis amigas, ninguna le caía bien, todas eran unas frescas, además de vagas, ninguna me convenía porque no me aportaban nada bueno, por lo que por no disgustarle, me fui alejando de ellas, porque él me gustaba, era muy trabajador además de muy ahorrador.
Con el tiempo me quedé sola, incluso sin familia, pues él me decía que ésta me consentía todo, que no me daban buenos consejos, y que además parecía que le desplazaba, que la quería más que a él. Al final me quedé sola y en casa, con los tres hijos, y bajo su autoridad, temerosa de que llegara del campo, pues era el momento del examen que nunca lograba aprobar. ¿Qué has hecho?, ¿con quién has estado?, ¿qué te han dicho, qué has comentado a los demás?, parece que me guardas alguna noticia interesante, parece que te veo muy arreglada, ¿has tenido visita? Eran un sinfín de preguntas, escondiendo todas ellas sospechas de mi comportamiento, a la vez de criticar todo cuanto hacía o decía. Me hizo sentir torpe, que no valía para nada, que era una carga, solo tenía que atender la casa y a los niños y no lo sabía hacer, de tal forma que en algunos momentos, en los que él llegaba enfadado, de las palabras pasaba a las manos, empujándome, golpeándome, quitándome de delante físicamente, y con ello subiendo mi temor y mi miedo.
Estas situaciones eran diarias, con mayor o menor intensidad, pero todos los días cuando llegaba de la tarea, parece que le olía y comenzaba mi temblor, mi inquietud y con ello el recogimiento de los niños en los dormitorios, porque no representaron jamás un obstáculo, no limitaban su agresividad ni fiereza, incluso se metía con ellos especialmente cuando fueron mayores, les castigaba por nada, les prohibía con maldad ciertos comportamientos, para hacerles sentirse desagraciados. Creo que no les quería, o que incluso les sentía como una carga, como a mí, incluso yo percibo que me odia.
Pensé muchas veces en separarme, pero, ¿a dónde iba?, ¿qué hacía con mis hijos? Aunque rotos de dolor teníamos una casa y algo que comer, no tenía alternativa. En esos momentos nadie lo entendía, las respuestas eran, aguanta, el matrimonio es eso, él trabaja y trae que comer, no seas exigente.
En el día de hoy, ¿ha cambiado en algo este discurso?, ¿de verdad pensamos que las relaciones sociales, y con ellas, la relación de pareja han cambiado? Conozco a bastantes jóvenes, de entre 13 y 20 años, que en el deseo de tener pareja, cualquiera disfrazado de listo, simpático y comunicativo, que sobresalga del resto, es aceptado, y con un discurso, al principio amable y seductor, irá ganando terreno, comentando que, el amor se vive en soledad, que no se comparte, que las amigas molestan, que los padres no entienden, y que eso del escote es para él, viviéndolo ella como motivo de amor. Atrapamiento y control es el lema.
Sin embargo el amor es ternura, cercanía, comprensión, respeto, aceptación desde la igualdad..., y diálogo dentro de un proyecto de vida en común.
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