'Millennial' con maleta
Con la elección de un alcalde JASP (Jóvenes Aunque Sobradamente Preparados), Torrelavega entregó ayer el bastón a Javier López. Estrena con él la ... ciudad un perfil de alcalde en principio radicalmente opuesto a sus predecesores, aunque tendrá que hacer la travesía cargando con equipaje ajeno, lo que seguramente reducirá su velocidad de crucero. Un millennial –nada rancio– al que a pesar de su modernidad ética y estética, tanto pasajero a bordo le dificultará inscribir su nombre en el recuerdo inefable de los alcaldones que han quedado en el imaginario popular. Tampoco ha podido evitar que Torrelavega siga siendo moneda de cambio. Las nuevas formas de gobierno –la exigencia de transparencia– y sobre todo, la pérdida gradual de las rotundas mayorías, han llevado al borde de la extinción a esos remedos de don Peppone –aquel hombretón con poca instrucción, pero extraordinariamente dotado para dirigir a sus compañeros de partido– a quien la pluma de Giovanni Guareschi convirtió en alcalde de Brescello. Son ya escasos aquellos personajes casi todopoderosos, populistas, listos y algo inteligentes –generalmente simpáticos y hasta ocurrentes– a los que los vecinos les entregaban su voto sin reparos, en la confianza de que serán bien gestionados, o al menos, administrados a su gusto. Entre los supervivientes, sin duda, está el potente alcalde de Vigo, Abel Caballero –que ha conseguido reducir casi al máximo el nivel freático de la mayoría absoluta– o el de Cádiz, José María González, Kichi, que ha rozado el total mientras sus antiguos compañeros se multiplicaban por cero.
Los alcaldones serían la versión elegante, refinada y honesta, por ejemplo, de Jesús Gil. Se trata de políticos de fuerte personalidad –algunos, incluso, algo extravagantes– lo que les imprime un carisma aromatizado con toques populistas, y que se mueven perfectamente en las distancias cortas. Son alcaldes que han conseguido que sus nombres queden asociados a las ciudades donde gobiernan por encima de las siglas de los partidos que representan, con lo que obtienen un gran apoyo popular –lo que, incluso, a veces, les envalentona– haciéndoles así, aún, más populares si cabe, logrando hacer del localismo su marca personal. En Torrelavega, por ejemplo, resulta más fácil identificar a Jesús –Chus– Colllado Soto como alcalde antes que como Jefe Local del Movimiento, o a José –Pepe– Gutiérrez Portilla más como regidor que dirigente socialista. La cercanía de estos personajes a sus vecinos se distingue también con el uso familiar del diminutivo. Al alcaldón, el ciudadano le devuelve en forma de votos que sea capaz de anteponer su ciudad a sus siglas políticas, o al menos, que lo parezca. Son políticos sin herrar que acaban en ocasiones convirtiéndose en la marca blanca de sus propios partidos, demostrando que los ciudadanos prefieren alcaldes antes que militantes, lo que no deja de llevar implícito cierto rechazo popular a la 'partidocracia'.
El politólogo murciano Fernando Jiménez, resume la personalidad de estos peculiares políticos hablando de ellos como de personas dotadas de habilidad para presentarse como líderes que se sitúan por encima de las fronteras de sus partidos, capacitados para representarse y defender intereses comunes más allá de la propia formación política, lo que les garantizaría el éxito electoral. Alberto Ruiz de Azúa, tras doce años de experiencia en la alcaldía de Arrigorriaga (Vizcaya), escribió un libro, 'Alcaldeando', con la pretensión de crear un manual de instrucciones de cómo debe ser un buen alcalde y de cómo debe tratar a sus vecinos, siendo su primer consejo que debe relacionarse con el vecindario y, si es necesario, tomar un vino con ellos. Ahí está la clave, en la cercanía, en sacar las manos de los bolsillos y comenzar a agitarlas.
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